OPINIÓN-PEÑA-KRADIARIO
FIN DEL MISTERIO CONSTITUCIONAL
Por Carlos Peña (*)
Una de las principales incógnitas de la esfera
pública de hoy es lo que podría llamarse la cuestión constitucional. ¿Habrá
asamblea constituyente? ¿Un plebiscito para definir el mecanismo? ¿Un cambio de
las reglas a partir de las que están hoy vigentes? ¿Quizá nada?
En el discurso del 21 de mayo, la Presidenta dilucidó, en su
estilo (o en el estilo del redactor, para ser más preciso), el punto.
La cuestión constitucional se resolverá a través de los
siguientes pasos sucesivos: i) un debate amplio a contar de septiembre, que se
extenderá todo el próximo año; ii) la elección, en 2017, de un Congreso con
características constituyentes; iii) un gran acuerdo político, y iv) una
posterior aprobación de lo que allí resulte, mediante plebiscito.
Todo está en el discurso. Es cosa de leer.
El problema constitucional se enmarcó en lo que el discurso
(en uno de sus breves lapsos reflexivos: una verdadera isla en medio de un
simple listado) llamó "una transformación de fondo en lo político".
Esa transformación se inicia, dijo la Presidenta, con la elección de un
Congreso en base al nuevo sistema electoral. Ese Congreso se elegirá en 2017.
La campaña para elegir ese Congreso estará antecedida de un "proceso que
nos guíe -esa fue la expresión empleada por la Presidenta: que nos guíe- hacia
una nueva Constitución". Así, entonces, se iniciará en septiembre de este
año un proceso que no concluirá con una nueva Constitución, sino que guiará a
la ciudadanía hacia ella. Es lo que la Presidenta llamó (o el redactor le
sugirió que llamara) "proceso constituyente".
¿Cómo será ese proceso?
Se tratará de una amplia serie de diálogos en los que las
fuerzas políticas y sociales (es decir, las élites de unas y otras)
intercambiarán puntos de vista acerca del contenido y las expectativas que
abrigan para una nueva carta. Ese proceso se acompasará, inevitablemente, con
las campañas para la elección del Congreso en el año 2017. Quienes postulen a
ese Congreso deberán, entonces, pronunciarse explícitamente sobre lo que se haya
discutido, o se esté discutiendo, en ese proceso constituyente. Es imposible
que, estando en marcha un amplio diálogo acerca de la cuestión constitucional,
la campaña electoral pueda eludirla. La campaña para 2017 será entonces -al
margen de lo que dispongan las reglas- una campaña constitucional.
Así, el Congreso elegido el año 2017 no podrá ignorar la
nueva Constitución.
Será, en los hechos, un Congreso constituyente. Es posible
incluso que el "acuerdo político" a que alude la Presidenta pueda
consistir en eso: todas las fuerzas políticas confiriendo a la elección del
nuevo Congreso ese carácter. O, una vez elegido, decidiendo conferirse a sí
mismo ese carácter. El Congreso, pues, teniendo a la vista el resultado del
diálogo público, conociendo el proceso constituyente, se dará a la tarea de
convenir una nueva Constitución.
¿Y la ciudadanía?
Bueno, la ciudadanía se pronunciará acerca de ese nuevo
texto constitucional eligiendo a los representantes primero (en la campaña de
2017) y refrendando el texto luego mediante un plebiscito.
Se habrán resuelto así algunos de los dilemas que han tenido
insomnes a los constitucionalistas todo este tiempo.
De acuerdo con Carl Schmitt (uno de los nuevos ídolos de la
izquierda), el poder constituyente está siempre fuera de las reglas: soberano
es quien decide cuándo se hace excepción a las reglas y no quien las cumple. Si
el pueblo ha de ser el soberano, ¡entonces no puede estar sujeto a reglas! La
adhesión a ese principio explica la renuencia a cambiar la Constitución desde
la propia Constitución hoy vigente. El problema quedó entonces planteado: ¿cómo
lograr que el pueblo sea el constituyente, sin quebrar, al menos formalmente,
la continuidad de las reglas?
El camino enunciado por la Presidenta cuadra hasta cierto punto
ese círculo: el proceso constituyente (no previsto en regla alguna) desatará un
especial clima deliberativo en el conjunto de la sociedad (momento
constitucional, lo llama Bruce Ackerman, otro autor de cabecera) y el nuevo
Congreso no podrá sustraerse del todo, por la mera fuerza de los hechos, a lo
que de eso resulte. Se cambiarán las reglas desde una fuerza (el proceso
constituyente) que está explícitamente fuera de ellas.
Finalmente, el pueblo refrendará un texto que habría surgido
de su propio impulso: así, el pueblo, sin ceñirse a regla alguna -pero
paradójicamente respetando las instituciones-, habrá cambiado la Constitución.
¡El pueblo no obedecerá a nadie porque se habrá obedecido a sí mismo!
¿Suena torcido? Sí, pero esa torsión es fácil de explicar.
Cuando la realidad es complicada, los intelectuales se
refugian en la pureza de los conceptos. Los políticos, en el mismo caso,
procuran hacer como que los hechos se ajustan a ellos. Y todos felices.
No habrá pues asamblea constituyente, pero todos podrán
interpretar el proceso de acuerdo con los conceptos a los que, en medio de
tanto desorden, habían recurrido.
.
(*) El autor es columnista estable de El Mercurio
No hay comentarios.:
Publicar un comentario