2.6.2014-KRADIARIO-N°900
Pobreza
Desigualdad, democracia e inclusión social
Por José Miguel Insulza
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La decisión del gobierno de Paraguay de dedicar la Asamblea
General de la OEA de 2014 a los temas del desarrollo y la inclusión social
llega en un momento muy oportuno. El crecimiento reciente ha sido importante en
nuestra región y, en ese contexto, el retraso de la plena inclusión de todos
los ciudadanos en los beneficios del desarrollo adquiere una importancia
fundamental. Desde hace varios años hemos venido sosteniendo que, además de las
debilidades que aún existen en nuestras instituciones y en nuestra práctica
política, la plena vigencia de la democracia en América adolece de un grave
problema de desigualdad, que no solo afecta a la convivencia democrática, sino
que es también un obstáculo para un crecimiento sano.
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Si bien en la última década la cantidad de pobres ha
disminuido sustantivamente, muchos de los que han conseguido este importante
paso aún enfrentan condiciones de extraordinaria precariedad. Alrededor de un
tercio de la población total de América Latina vive en hogares con un ingreso
de entre 4 y 10 dólares diarios. Estas personas ya han salido de la pobreza que
aún aqueja a más de 167 millones de latinoamericanos, pero llamarlos
"sectores medios" no tiene sentido. En realidad, son muchos millones
de "no pobres", que se ubican en una zona de ingreso que los hace aún
extremadamente vulnerables.
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No obstante que gran parte de la reciente alarma por la
desigualdad se ha centrado en sus aspectos económicos, especialmente en la
distribución del ingreso, hay que precisar que ella abarca también otras áreas
del quehacer social, con orígenes que, en muchos casos, no provienen de la
presencia de una mayor o menor pobreza. En realidad, la desigualdad no se
expresa solamente en la enorme diversidad adquisitiva de los ingresos de las
personas, sino que se deriva de la discriminación de clase, de raza, de género,
de origen geográfico, de distinta capacidad física y otras, que la convierten
en un fenómeno multidimensional y la hacen incompatible con nuestros ideales
democráticos.
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Ser mujer, pobre, indígena, afroamericano, migrante,
discapacitado, trabajador informal, significa tener en la sociedad una posición
inicial desventajosa en relación con quienes no tienen ese género, condición
económica, raza, estatus migratorio, características físicas o posición
laboral. Generalmente estas categorías conllevan distintas condiciones
económicas, acceso a servicios, protección pública, oportunidades de educación
o empleo. Su gestación como categorías sociales podrá tener un distinto origen,
pero el efecto principal será hacerlos más vulnerables al abuso, la exclusión o
la discriminación.
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Lejanos están los tiempos en que se pensaba que la
interacción entre democracia y economía de mercado reduciría las desigualdades.
Al contrario, la enorme injusticia que existe en nuestros países en la
distribución de la riqueza y en el acceso a los bienes sociales daña gravemente
el tejido democrático. Por ello el debate ha dejado de ser puramente económico
y se ha trasladado al campo de las políticas públicas. Las decisiones políticas
que tomen los Estados para mejorar la distribución es lo que hace compatible la
economía de mercado con la democracia, y a ellos corresponde encontrar un
adecuado equilibrio, en el marco del Estado de Derecho, entre el crecimiento y
la reducción de la desigualdad.
(*) Secretario
General de la OEA-Cartas al Director de El Mercurio
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