31-1-2014-KRADIARIO-885
EL TIEMPO DE LA GRAN TRANSFORMACIÓN Y DE LA CORRUPCIÓN
GENERAL
Por Leonardo Boff
Normalmente las sociedades se asientan sobre el siguiente trípode:
la economía, que garantiza
la base material de la vida humana para que sea buena y decente; la política, por la cual se
distribuye el poder y se organizan las instituciones que hacen funcionar la
convivencia social; y la ética, que establece los valores y normas que rigen
los comportamientos humanos para que haya justicia y paz y para que se
resuelvan los conflictos sin recurrir a la violencia. Generalmente la ética
viene acompañada de un aura espiritual que responde por el sentido último de la
vida y del universo, exigencias siempre presentes en la agenda humana.
Estas instancias se entrelazan en una sociedad funcional, pero
siempre en este orden: la economía obedece a la política y la política se
somete a la ética.
Pero a partir de la revolución industrial en el siglo XIX, más
exactamente a partir de 1834 en Inglaterra, la economía empezó a despegarse de
la política y a soterrar a la ética. Surgió una economía de mercado de forma
que todo el sistema económico fuese dirigido y controlado solamente por el
mercado libre de cualquier control o de un límite ético.
La marca registrada de este mercado no es la cooperación sino la
competición, que va más allá de la economía e impregna todas las relaciones
humanas. Pero ahora se creó, al decir Karl Polanyi, «un nuevo credo totalmente
materialista que creía que todos los problemas podrían resolverse con una
cantidad ilimitada de bienes materiales» (La Gran Transformación, Campus
2000, p. 58). Este credo es asumido todavía hoy con fervor religioso por la
mayoría de los economistas del sistema imperante y, en general, por las
políticas públicas.
A partir de ese momento, la economía iba a funcionar como el único
eje articulador de todas las instancias sociales. Todo iba a pasar por la
economía, concretamente, por el PIB. Quien estudió en detalle este proceso fue
el filósofo e historiador de la economía antes mencionado, Karl Polanyi
(1866-1964), de ascendencia húngara y judía y más tarde convertido al
cristianismo de vertiente calvinista. Nacido en Viena, desarrolló su actividad
en Inglaterra y después, bajo la presión macarthista, entre Toronto en Canadá y
la Universidad de Columbia en Estados Unidos. El demostró que «en vez de estar
la economía embutida en las relaciones sociales, son las relaciones sociales
las que están embutidas en el sistema económico» (p. 77). Entonces ocurrió lo
que él llama La Gran
Transformación: de una economía de
mercado se pasó a una sociedad de mercado.
Como consecuencia nació un nuevo sistema social, nunca habido
antes, donde no existe la sociedad, solo los individuos compitiendo entre sí,
cosa que Reagan y Thatcher van a repetir hasta la saciedad. Todo cambió, pues
todo, realmente todo, se vuelve mercancía. Cualquier bien será llevado al
mercado para ser negociado con vistas al lucro individual: productos naturales,
manufacturados, cosas sagradas ligadas directamente a la vida como el agua
potable, las semillas, los suelos, los órganos humanos. Polanyi no deja de
anotar que todo esto es «contrario a la sustancia humana y natural de las
sociedades». Pero fue lo que triunfó, especialmente en la posguerra. El mercado
es «un elemento útil, pero subordinado a una comunidad democrática» dice
Polanyi. El pensador está en la base de la «democracia económica».
Aquí cabe recordar las palabras proféticas de Karl Marx en La miseria de la filosofía,
1847: «Llegó, en fin, un tiempo en que todo lo que los hombres habían
considerado inalienable se volvió objeto de cambio, de tráfico y podía
venderse. El tiempo en que las propias cosas que hasta entonces eran
co-participadas pero jamás cambiadas; dadas, pero jamás vendidas; adquiridas
pero jamás compradas –virtud, amor, opinión, ciencia, conciencia etc.– en que
todo pasó al comercio. El tiempo
de la corrupción general, de la venalidad universal, o para hablar en
términos de economía política, el tiempo en que cualquier cosa, moral o física,
una vez vuelta valor venal es llevada al mercado para recibir un precio, en su
más justo valor».
Los efectos socioambientales desastrosos de esa mercantilización
de todo, los estamos sintiendo hoy por el caos ecológico de la Tierra. Tenemos
que repensar el lugar de la economía en el conjunto de la vida humana,
especialmente frente a los límites de la Tierra. El individualismo más feroz,
la acumulación obsesiva e ilimitada debilita aquellos valores sin los cuales
ninguna sociedad puede considerarse humana: la cooperación, el cuidado de unos
a otros, el amor y la veneración por la Madre Tierra y la escucha de la
conciencia que nos incita para bien de todos.
Cuando una sociedad como la nuestra, entorpecida por culpa de su
craso materialismo, se vuelve incapaz de sentir al otro como otro, solamente
como eventual productor y consumidor, está cavando su propio abismo. Lo que
dijo Chomsky hace días en Grecia (22/12/2013) vale como llamada de alerta: «quienes
lideran la corrida hacia el precipicio son las sociedades más ricas y
poderosas, con incomparables ventajas como Estados Unidos y Canadá. Esta es la
loca racionalidad de la ‘democracia capitalista’ realmente existente.”
Ahora cabe aplicar el There
is no Alternative (TINA): No hay alternativa: o mudamos o
pereceremos porque nuestros bienes materiales no nos salvarán. Es el precio
letal por haber entregado nuestro destino la dictadura de la economía
transformada en un “dios salvador” de todos los problemas.
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