28-1-2014-KRADIARIO-885
QUE, ANTARES
DE LA LUZ O LA CONJURA DE LOS NECIOS PERVERSOS
Por Hugo
Latorre Fuenzalida
Con la
reconstitución de escena del crimen de un recién nacido, planificado por un
necio que se creía Dios, que se hacía llamar “Antares de la Luz”, y las
reacciones de pesar y lágrimas entre los
que participaron de este macabro hecho-que, pienso, también pueden ser de
arrepentimiento tardío- hace reflexionar acerca de lo débil e influenciable que
es la mente de mucha gente en la redondez del mundo.
El tema da
para interiorizarse en tantas formas fraudulentas que han asomado en la
historia y que arrastran a las personas a cometer actos demenciales, en un
estado psicológico de absoluta alienación y enajenación; actos que, de sentarse
a contar hasta diez y meditar con antecedentes objetivos sobre las cosas,
indudablemente no se cometerían, a menos
que estén aquejados de una patología severa.
Toda
violencia contiene un ingrediente de enajenación. Toda reacción destemplada
viene inducida por un prejuicio, un temor o una distorsión de los hechos. Pero,
además, la reacción al ataque, a una agresión es interno al hombre, pues
poseemos un cerebro primario o reptil que no dejará nunca de opera Pocos son capaces de conservar la calma ante un insulto
o una amenaza; lo más probable es que la adrenalina sature su torrente y la
respuesta agresiva domine.
Esas
reacciones fisiológicas uno las puede entender, pero la agresión como desmadre
perverso, la incapacidad de frenar el impulso y llevarlo hasta lo ilimitado el
frenesí intelectual destructivo, eso ya
es otra cosa.
Esa cosa es
la que permanece obscura en la condición humana, pues a pesar del tiempo, de la
historia, del llamado progreso material y supuestamente ético, los hombres no
logran resolver el problema de la criminalidad, la violencia ni la guerra.
Es que, al
parecer, hay muchos seres que nacen,
viven y se desarrollan con la marca de la violencia en su frente; también es
cierto que de no existir innumerables seguidores dóciles, como de hecho
existen, las violencias masivas no se producirían, tampoco las asonadas o las
guerras.
Pero el
hombre común nace admirando el poder de los violentos. La historia-que
habitualmente es narrada por los vencedores (W. Benjamin)- nos ha acostumbrado
a exaltar a los héroes de la espada; los ministros de defensa siempre que intervienen
lo hacen alabando los batallones que dispone su cartera y los dictadores más
insignes preguntaron cuánta divisiones
posee el Papa. En fin estamos condicionados culturalmente para reaccionar de
manera agresiva ante cualquier diferencia, ya sea con el vecino, en las calles,
desde el automóvil o desde la política.
El
magisterio de la historia, en este sentido, ha sido nulo. La ambición extensiva
del poder está detrás de la violencia institucionalizada, y la violencia
patológica de muchos individuos está enquistada en más personas de las que se
visualiza, y los casos de “iluminados” que
manifiestan su patología en un ansia de dominio sobre personalidades más
sumisas y poco advertidas, hasta llevarles a obrar según sus delirios de manera
mecánica y desquiciada, terminan muchas veces en tragedias humanas
irreversibles.
John
Kennedy Toole, escribió un librito, por allá en los 60, que le hizo famoso pos
mortem, se llama “”La conjura de los necios”. En esta obra jocosa por lo
ingenua y audaz al mismo tiempo; aquí no hay perversión; el autor trata de burlarse de la sociedad
exitista norteamericana de entonces, a través de un personaje culto y marginal,
estrambótico y desmadrado, conspirador risible y gordiflón de ánimo y cuerpo.
Hace que le
sigan en su conjura un montón de trabajadores
bien intencionados, arma paros y revueltas y en todo este proceder
disparatado, todo se confunde y las debilidades institucionales y humanas de
esa sociedad competitiva y racionalista, queda expuesta de manera ridícula y
desordenada.
En la
obrita “Desde el Jardín”, de Kosinski,
el autor también exhibe a un personaje
limítrofe que es lanzado al liderazgo del país, y no sabía más que de
jardinería; llega a responder sobre todos los temas de Estado, solamente con
metáforas de su especialidad doméstica. Pero una empleada de color, que le
conoció desde joven en la casa de su patrón descubre esta impostura. Cuando lo
ve entrevistado en la televisión, transformado en celebridad, se queda atónita
y sólo exclama: “Quién entiende a los blancos”.
Claro que
estos personajes de novela representan unas comedias felices e inteligentes, que tratan sobre la vida y sus pliegues
imponderables, pero esos otros personajes que arrastran en su patología a mucha
gente a la tragedia, a la muerte, el crimen o la guerra, representan un peligro
cotidiano en la sociedad moderna. Como decía el dictador Gómez, de Venezuela,
en sus paseos, al cruzar frente a la casa de orates: “Ahí no están todos los
que son ni son todos los que están”.
Pero en las
calles y en los gobiernos, en las policías y en las instituciones hay bastante
gente que lidera locuras, trama complots, persigue sus propios fantasmas y
amarga o arruina la vida de otras gentes, personas que inocentemente creen que
todos son normales y muchas veces caen tarde en la cuenta.
Pero donde
se debe tener especial cuidado, es en estas sectas donde se confunde droga,
sexo y ritos pseudomísticos….Por allí la locura
se disfraza de ceremonia y las redes se tienden con pertinacia de
obsesivos enajenados.
El padre de
uno de los muchachos comprometidos en esta tragedia, en una entrevista,
señalaba que su hijo era un buen muchacho, pero influenciable. Y eso es justamente
lo que buscan estos personajes extraviados. Está bien creer en la libertad de
culto y en la libertad de asociación, pero también sería de una
irresponsabilidad ingenua el no poner más ojo ante este tipo de encuentros
humanos, pues es ya larga la lista de ilícitos cometidos desde estas pandillas
psicopática; si creen que no es así, preguntemos sobre la desidia de décadas con
“Colonia Dignidad”, donde se cometieron todo tipo de viciosos crímenes, a vista
y paciencia de todos los chilenos y, por muchos años con la complicidad del
Estado.
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