21-1-2014-KRADIARIO-884
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HOY REVOLUCIÓN
SIGNIFICA ECHAR EL FRENO DE EMERGENCIA
Por Leonardo Boff
Se atribuye a Karl Marx
esta frase pertinente: «sólo se hacen las revoluciones que se hacen». Es decir,
la revolución no se configura como un acto subjetivo y voluntarista. Cuando
ocurre así, es pronto vencida por inmadura y falta de consistencia. La
revolución sucede cuando las condiciones de la realidad están objetivamente maduras
y simultáneamente existe en los grupos humanos el deseo subjetivo de quererla.
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Entonces, irrumpe, con la posibilidad, no siempre segura, de vencer y
consolidarse.
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Actualmente tendríamos
todas las condiciones objetivas para una revolución. Revolución está tomada
aquí en su sentido clásico como el cambio de los fines generales de una
sociedad que crea los medios adecuados para alcanzarlos, lo que implica el
cambio en las estructuras sociales, jurídicas, económicas y espirituales de esa
sociedad.
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Hoy en día la
degradación general en casi todos los ámbitos, especialmente en la
infraestructura natural que sustenta la vida, es tan profunda que, en sí,
necesitaría una revolución radical. De lo contrario, podemos llegar demasiado
tarde y presenciar catástrofes ecológico-sociales de magnitudes nunca antes
vividas en la historia humana.
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Pero no existe todavía
en los “dueños del poder” la conciencia subjetiva de esta urgencia. Ni la
quieren. Prefieren mantener su poderío aun a riesgo de sucumbir ellos mismos en
un eventual Armagedón. El Titanic se está
hundiendo, pero su obsesión por las ganancias es tan grande que siguen
comprando y vendiendo joyas como si no estuviese pasando nada.
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Generalmente las
“revoluciones” son hechas por los poderosos que se anticipan a los oprimidos,
diciendo, como se practica con frecuencia en Brasil: «hagamos nosotros la
revolución antes de que la haga el pueblo». Naturalmente no se trata de una
revolución sino de ungolpe de clase, usando, como en el caso de la
“revolución de 1964”, a las fuerzas armadas para ese fin. Los vencedores tienen
sus acólitos que les cantan loas, les levantan monumentos, dan el nombre de los
golpistas a calles, puentes y plazas, como persiste todavía en Brasil.
La historia de los
vencidos raramente se hace. Su memoria es borrada. Pero a veces esta memoria
resurge como una fuerza de denuncia peligrosa. El historiador mexicano Miguel
León-Portilla ha tenido el mérito de narrar El Reverso de la Conquista de
América Latina por los ibéricos. En ella recoge los testimonios dramáticos y
lacerantes de las víctimas aztecas, mayas e incas. En portugués ha sido
traducido como La conquista de América Latina vista por los Indios (Vozes
1987). Veamos apenas un testimonio indígena con ocasión de la toma de
Tlatelolco (próxima a la capital Tenochtitlán, actual ciudad de México). Es
simplemente para llorar:
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«En los caminos yacen
dardos rotos; cabelleras dispersas; casas destejadas, muros en llamas, abundan
los gusanos en calles y plazas y las paredes están salpicadas de cerebros
reventados; las aguas son rojas, como si las hubieran teñido; hemos masticado
hierba salitrosa, pedazos de adobe, lagartijas, ratones y tierra en polvo,
además de los gusanos» (León-Portilla, p. 41).
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Tales tragedias nos
plantean la pregunta nunca respondida satisfactoriamente: ¿Tiene sentido la
historia? ¿sentido para quién? Hay todo tipo de interpretaciones, desde las más
pesimistas que ven la historia como una secuencia de guerras, asesinatos y
matanzas, hasta las más optimistas, como la de los iluministas que pensaban la
historia como el crecimiento hacia el progreso sin fin y hacia sociedades cada
vez más civilizadas.
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Las dos grandes guerras
mundiales, la de 1914 y la de 1939, y las que se hicieron después, matando a
cerca de 200 millones de personas, han pulverizado ese optimismo. Hoy nadie nos
puede decir en qué dirección caminamos: ni los sabios y santos Dalai Lama y
Papa Francisco. Los eventos se suceden con toda su ambigüedad, unos
esperanzadores, otros amedrentadores.
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Me afilio a la tradición
judeocristiana que afirma: la historia sólo puede ser pensada a partir de dos
principios: el de la negación de lo negativo y el del cumplimiento
de las promesas. La negación de lo negativo quiere decir
que el criminal no va a triunfar sobre la víctima. El peso de lo negativo de la
historia no será el sentido definitivo. Por el contrario, el Creador “enjugará
toda lágrima de los ojos, la muerte ya no existirá y no habrá luto ni llanto, ni
dolor, porque todo eso ya pasó” (Apocalipsis 21,4).
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El principio del cumplimiento
de las promesas afirma: “he aquí que renuevo todas las cosas; habrá un
cielo nuevo y una tierra nueva; Dios habitará entre nosotros y todos los
pueblos serán pueblos de Dios” (Apocalipsis 21, 5; 1 y 3). Es la esperanza
inmortal de la tradición bíblica que no desaparecía ni cuando los judíos eran
llevados a las cámaras nazis de exterminio.
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Con referencia a la
situación actual me remito a una frase de Walter Benjamin, citada por un
estudioso suyo, Michael Löwy: «Marx había dicho que las revoluciones son la
locomotora de la historia mundial. Pero tal vez las cosas se presenten de
manera completamente diferente. Es posible que las revoluciones sean, para la
humanidad que viaja en ese tren, el acto de accionar los frenos de emergencia»
(Walter Benjamin: aviso de incendio, Boitempo 2005, p. 93-94). Nuestro
tiempo es el de echar el freno antes de que el tren reviente al final de la
línea.
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