30-1-2014-KRADIARIO-885
LA IZQUIERDA EUROPEA YA SABE CÓMO PUEDE RESPONDER EL
CAPITALISMO
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Por Leo Panitch (*)
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Durante la mayor parte del siglo XX, la
palabra “reforma” se asociaba por lo común a la seguridad de la protección del
Estado contra los caóticos efectos de la competencia del mercado capitalista. Hoy en día se utiliza de modo
absolutamente generalizado para referirse al desmantelamiento de estas formas
de protección.
No se trata simplemente de un asunto de
apropiación del término por parte de quienes, en la UE y las agencias
internacionales de préstamos, lo están utilizando como contraseña de las
exigencias de que Grecia, por ejemplo, lleve a cabo más recortes todavía en los
empleos y servicios del sector público. Es también la forma en que usan cada
vez más el término los partidos de centro-izquierda. Así, por ejemplo, el líder
recién elegido del Partido Democrático italiano (sucesor del que fuera antaño
el mayor partido comunista de Europa Occidental), Matteo Renzi, ha pedido al
gobierno que se muestre aún más decidido a la hora de poner en práctica su
paquete de reformas económicas. El paquete entraña reducir el gasto público y
cambiar la regulación para flexibilizar los mercados de trabajo y atraer
inversión extranjera.
Señalando cuántos son los países
europeos que hoy se dedican a “desmantelar furiosamente las formas de
protección en el lugar de trabajo en un intento de reducir los costes
laborales”, un reciente artículo del New York Times [1] ubicaba su origen en
los “esfuerzos por mejorar la competitividad” por parte del gobierno
socialdemócrata alemán en los primeros años de este siglo. Se llevó a cabo de
tal modo que “erosionó aún más la protección del trabajador, fomentando el auge
de ‘mini-empleos’ a corto plazo y de bajos salarios que hoy contabilizan más de
un quinto del empleo alemán”.
Existe un viejo debate en la izquierda
entre reforma y revolución. Pero se ha quedado anticuado, y no sólo debido a lo
extremadamente limitado de las perspectivas y fuerzas de cambio revolucionario.
El actual significado de la palabra “reforma” contrasta agudamente con la forma
en que la utilizaban los socialdemócratas hace cosa de un siglo. Fuera o no que
lograsen la transformación social sin someter a la sociedad al sufrimiento de
la revolución las reformas de incremento progresivo que figuraban bajo la rúbrica
de gradualismo, estaban destinadas a promover la solidaridad social contra el
mercado.
Quizá la mayor ilusión de los
socialdemócratas del siglo XX fue su creencia de que una vez se consiguieran
reformas sería para siempre. De hecho, podemos ver hoy hasta qué punto las
viejas reformas se vieron sometidas a la erosión de la competencia capitalista
a escala global. Se han visto tan minadas por la lógica de la competitividad
que parece muy difícil ver hoy de qué modo podrían asegurarse en nuestro tiempo
formas de protección del Estado contra los mercados sin medidas adicionales que
podrían considerarse revolucionarias.
La idea de que resulta inaceptable hacer
algo por debilitar la inversión privada se ha convertido en algo increíblemente
poderoso. Es esto precisamente lo que hace tan tímidos a los políticos
socialdemócratas de nuestra época. Y pocas dudas puede haber de que, para
apoyar reformas en el viejo sentido progresista del término, un gobierno
tendría que poner en práctica amplios controles para impedir la fuga de
capitales y debería socializar probablemente instituciones financieras con el
fin de conseguir espacio suficiente para poder maniobrar.
Syriza, en Grecia, es el único partido
de izquierda que ha alcanzado gran éxito electoral en la crisis europea
rechazando la forma en que ha venido a definirse la reforma. Un presupuesto
central de su programa político implica, además, transformar el sistema
bancario en propiedad pública, por medio de una radical reconversión de su
funcionamiento . Ciertamente, lo que hace que las élites europeas se sientan incomodísimas por el hecho de que Grecia ocupe el turno de la presidencia de la
UE que le corresponde durante los próximos seis meses es que una nueva crisis
política conduzca a unas elecciones generales que podrían convertir, con la
actual mayoría de Syriza en las encuestas, a Alexis Tsipras, en primer ministro
de Grecia.
Lo que resultaba particularmente
impresionante del programa político de “reforma radical” aprobado por Syriza en
su congreso del pasado julio es que concluía con las siguientes palabras: “El
estado en que hoy nos encontramos requiere algo más que un programa completo
elaborado democrática y colectivamente. Exige la creación y expresión del más
amplio movimiento político, catalizador, militante posible…Sólo un movimiento
así puede llevar a un gobierno de la izquierda, y sólo un movimiento así puede
salvaguardar el rumbo de dicho gobierno”.
Sin embargo, los dirigentes del partido
no tienen más remedio que ser conscientes de que, a menos que se produjera un
cambio en el equilibrio de fuerzas que le dejara espacio a un gobierno de
Syriza para aplicar reformas progresistas, el pueblo de Grecia sufriría aún más
al verse económicamente penalizado y aislado. Sin duda, esta es la razón por la
que, cuando el mes pasado se postuló a Tsipras como candidato del pequeño
contingente de partidos de “extrema izquierda” del Parlamento Europeo para
substituir a José Manuel Barroso el próximo mayo como presidente de la Comisión
Europea, se refirió él a la “oportunidad” que hoy existe de una alternativa de
izquierda al actual modelo europeo capitalista.
Esto nos retrotrae a la otra cara del
debate de reforma versus revolución de hace un siglo, lo que nos recuerda lo
que sucedió cuando no se realizó la esperanza de que una revolución en la
periferia de Europa desencadenara revoluciones en los países capitalistas más
fuertes.
La izquierda solía molerse a palos, a veces literalmente, en debates sobre
reforma contra revolución, parlamentarismo contra extraparlamentarismo, partido
contra movimiento, como si una cosa descartara a la otra. La cuestión en el
siglo XXI no estriba en reforma contra revolución sino más bien en qué clases
de reformas, con qué clase de movimientos populares tras ellos comprometidos en
el género de movilizaciones que pueden inspirar transformaciones semejantes en
otras partes, pueden resultar lo bastante revolucionarias como para resistir
las presiones del capitalismo.
Nota: [1] Americanized Labor policy is Spreading in
Europe , The New York Times, 3 de diciembre de 2013.
(*) Leo Panitch es editor del Socialist
Register, famoso y ya clásico anuario de la izquierda anglosajona, y profesor
investigador de Ciencias Políticas en la Universidad de York, en Canadá y
coautor con Sam Gindin de The Making of Global Capitalism: The Political
Economy of American Empire (Verso, Londres, 2012). En “Bitácora” de Uruguay,
27.01.14.
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