En algunos sectores chilenos esta lealtad mal entendida
parece haber calado hondo. Lo acaba de demostrar el desafortunado incidente
protagonizado por un jugador de fútbol profesional, sorprendido mientras
manejaba un vehículo en estado de ebriedad.
Su falta, aunque grave según la actual legislación, podría
haber sido minimizada en el contexto de las Fiestas Patrias. Y así sucedió
inicialmente: al jugador en cuestión se le miró incluso con simpatía. Pero
cuando se descubrió que ya había causado la muerte de una persona en parecidas
circunstancias, cambió drásticamente la opinión. Y lo peor vino después, cuando
surgieron las dudas acerca del origen de una segunda licencia de conducir,
conseguida aparentemente en condiciones irregulares.
¿Cómo se explica entonces que el director técnico del
equipo, sus compañeros jugadores y buen número de hinchas todavía solidaricen
con Johnny Herrera?
Ninguno de estos valores o méritos permite pasar por alto una
conducta inequívocamente irresponsable y reprochable.
Nada aminora la gravedad del primer accidente. Pero, como se
ha dicho, aceptemos que nadie está exento de cometer un error. Cometida la
falta y sometido a juicio, una figura pública, que naturalmente concita la
admiración de jóvenes y niños, debería haber enmendado su conducta. No solo no
lo hizo. Aprovechó de manera irregular su imagen pública para eludir la parte
más incómoda del castigo.
Es obvio que ahora debe pagar por ello.
Lo que resulta incomprensible es que en su entorno sigan
minimizando su falta. No es lo mismo darle apoyo en un momento difícil a quien
comete una falta que ignorarla. La lealtad no se puede estirar como un chicle.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario