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martes, 25 de septiembre de 2012

LAS ELECCIONES Y LAS LECCIONES EN VENEZUELA

Por Hugo Latorre Fuenzalida

Venezuela fue por bastante tiempo-durante el siglo XX- la nación más rica de América Latina, medida en ingreso percápita. El petróleo fue la razón de esa bonanza. Pero luego de la nacionalización del petróleo en 1973, el país gozó de un boom que duró en términos de precios de intercambio, alrededor de tres años. Si seguimos los datos del profesor Sergio Aranda (economista, profesor del Cendes y autor del memorable libro “Economía venezolana”), se llega a concluir que esa alza de los precios del crudo desde US$ 2,5 hasta US$ 12 y luego US$ 18 el barril, se alcanzó un ingreso adicional enorme, lo que favoreció al primer período de Carlos Andrés Pérez.

Pero luego de esos pocos años de cuentas favorables en los precios de intercambio con los productos de importación, esos productos industriales subieron más que los precios del crudo, lo que anuló en parte la ventaja inicial del fenómeno petrolero de inicio de los 70.

Venezuela ideó un plan que se denominó “La gran Venezuela”, en la que se propuso invertir de forma acelerada los recursos en el sector de la industria pesada: acero y aluminio.

Mucho dinero de esos US$ 250.000 millones de dólares que recibió en la década de los 70 y 80, los invirtió Venezuela en esta industria pesada, en las represas para generar electricidad, caminos y ciudades enteras forjadas para estas explotaciones.

La idea era crear otro polo exportable alternativo al petróleo. Pero fue justamente el alto precio del petróleo la que llevó a paralizar el uso de los materiales de alto consumo energético, como era el acero y el aluminio. Motivo por el cual los venezolanos se quedaron con esas ingentes inversiones paralizadas. Recordemos que producto de la crisis energética de los 70, se inició la reconversión productiva de la industria mundial y la sustitución de materiales.

Luego de 1983, se desata una caída de los precios del petróleo y a pesar de pequeñas fases recuperativas, el crudo tuvo tres lustros de precios bajos. Pero Venezuela, además de gastar sus ingresos, cometió el error de endeudarse, lo que la colocó en un pie forzado en la etapa de vacas flacas.

Esta prolongada fase depresiva de los precios del crudo coincidió con la deslegitimación de la élite política que venía gobernando desde 1958. La crisis del capitalismo mundial, más la crisis interna de la economía rentista petrolera, se llevó al “pacto de Punto Fijo” por los cuernos.

Cuando se produce la asonada popular en 1988, a raíz del alza de los precios de los pasajes y del combustible, que sorprendió al recién iniciado segundo período de Carlos Andrés Pérez, ya el sistema político liderado por adecos y copeyanos (socialdemócratas y socialcristianos), estaba destruido, deslegitimado y a la espera de un acontecimiento inevitable y decisivo.

Es así que llega el intento golpista del comandante Chávez, el que falla en su asalto pero deja puesta las bases para su entronización por la vía electoral. El presidente Caldera lo insinuó en el Congreso en un discurso dicho al siguiente día del intento de golpe: ¿Se han preguntado por qué el pueblo no estuvo en las calles defendiendo a la democracia?

Caldera, quien fuera presidente del país y líder máximo de Copei (socialcristianos) renuncia al Partido y se lanza a la presidencia desde fuera. Lo que habla de la magnitud de la crisis de los partidos. Carlos Andrés Pérez es sacado de su cargo de Presidente por acusaciones de corrupción y luego de un nuevo gobierno de Caldera, surge la figura de Chávez como “el que debía venir”.

Pocos mandatarios han tenido tan sólido apoyo popular como el que ha gozado Chávez, sin embargo una vez instalado en la presidencia, este hombre uniformado, se lanza en una aventura de recuperación de la capacidad rentista del petróleo y de una condición asistencialista del Estado.

Algo parecido a lo que hicieron los gobiernos de las décadas anteriores, pero ahora con desindustrialización y remarcamiento de las políticas primarioexportadoras.

Esta estrategia obliga a una desmesurada dimensión del Estado y sus funciones. Una especie de centralismo paternalista, pero en un sector público que en toda administración se ha revelado insolvente y corrompido. Tal vez las excepciones las conforman PEDEVESA y el Metro de Caracas, que se han administrado con cierta inteligencia, aunque no siempre con pulcritud.

El problema mayor de Venezuela, que por demás es el problema mayor de toda América Latina, con excepción de Brasil, es que no hay proyecto viable de inserción a largo plazo en la economía moderna. Entendemos por economía moderna aquella que se industrializa incluso en los servicios, como forma necesaria para ser competitivos, para crear empleos decentes y para evitar las crisis recurrentes de la dependencia primaria de la economía productiva.

Eso no se está haciendo ni en Venezuela ni en Chile, tampoco en Argentina ni en México o Perú. Es la “caja negra” del desarrollo latinoamericano, como gustaba decir a Fajnzylber, ese preclaro economista de la CEPAL .

Es de reconocer que Chávez recibió un país inmerso en la peor crisis económica y social de su historia, con tasa de pobreza cercana al 70% y una economía menguante en su área industrial y semiparalizada en inversiones; con una delincuencia desatada y un Estado carente de ideas para salir del foso.

El gran mérito de Chávez está en que con sus políticas ha evitado un sangramiento represivo y un conflicto social de dantescas dimensiones. Pero ese mérito no debe ocultar el hecho que Chávez se ha deslizado por una pendiente ideológica sumamente arriesgada, amén de desfasada históricamente.

Venezuela es un país que alcanzó a forjar una capa de clase media bastante extensa, con mentalidad progresista y en buenos niveles de cultura y de consumo. Esto hacía necesaria una política de preferencia popular pero sin descuidar el sostenimiento de las clases medias, pues desde este segmento es que se puede aspirar a un desarrollo moderno, industrial y de progresismo global.

En cambio, el popularismo con sesgo de clase, que ha impuesto Chávez, sólo puede llevar a un apartamiento de las tendencias globales del desarrollo; es decir a enfilar el barco hacia puertos de poca profundidad y de vientos sumamente agresivos.

La ideología es la más luciferina de las tentaciones. Estamos de acuerdo que había que asistir a ese 70% de pobres, eso era urgente e imprescindible; pero sin descuidar a los demás elementos del desarrollo moderno. Creo que Chávez tuvo la fortaleza electoral y de legitimación para lograrlo, pero ha ido alejando la nave de ese curso virtuoso, para endilgarla hacia el oleaje del conflicto social, el enfrentamiento verbal y político que difícilmente derivará en un encuentro nacional sano y positivo para las políticas de desarrollo, que hoy por hoy son más exigentes y deben ser más audaces que nunca.

Modernizar no es sinónimo de entregarse a los capitales internacionales; pues eso nos está llevando a un neocolonialismo castrante y ruinoso, a mediano y largo plazo; pero si debemos afrontar las nuevas dimensiones del desarrollo y eso no se logrará si no es sobre la base de grandes consensos democráticos, con integración de todos los actores sociales; y tampoco lo logrará cada país por separado, es exigencia básica alcanzar un consenso de política unitaria de América Latina toda. Pero nuevamente estamos llegando tarde al llamado, como las mentadas “vírgenes necias”.

Ahora la oposición, liderada por un joven político, Enrique Capriles, trata de hacer frente a un Chávez disminuido en su salud, aunque no en su fuerza y entusiasmo. Pareciera que por primera vez la oposición logra romper su ciclo disolutivo y se atreve a presentar una unidad digna y relativamente seria, aunque no se sabe mucho de su programa de gobierno, si logran derrotar al presidente.

Capriles es un personaje audaz y ha enfrentado con valor y calculada calma al tempestuoso e intempestivo Chávez. Se ha hecho asesorar por algunos hombres valiosos, como de hecho lo es Ramón Guillermo Aveledo. Pero no es menos cierto que si llegara a ganar Capriles, desmontar la maquinaria instalada por Chávez en el poder será la tarea más exigente que tendría la nueva fuerza.

De no levantar un discurso y una práctica de reencuentro básico, veríamos una Venezuela sumida en una conflictividad de rasgos tremendamente agonales, lo que ocuparía todas las energías de la nación, que tan necesarias son para sacar adelante una nación que merece un destino de paz y esperanza.

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