Por Camilo Escalona
En efecto, en el tema de la seguridad ciudadana la autoridad
aseguró: “se acabo la fiesta” y luego sucumbió con un lastimero: “tal vez nunca
vamos a ganar la batalla contra la delincuencia”. Es decir, que de una
propuesta exitista y arrogante se pasó a una posición enteramente derrotista. Del mismo modo, la soberbia encerrada en la frase “vamos a
instalar la cultura de hacer las cosas bien”, fue desmentida en innumerables
ocasiones: en las Fiestas Patrias por un “taco” automovilístico de proporciones
nunca antes visto, por la aplicación de un censo a la población lleno de
reparos, por el uso distorsionado de las cifras sobre la pobreza, por un
sistema de precios de los combustibles que no funcionó. En fin, muchos
estropicios y nulas realizaciones.
.
El uso abusivo de promesas para ganar popularidad está
agotado. No obstante, se insiste en el, lo que redunda en que aumenta la
lejanía de los ciudadanos hacia el sistema político. Este dilema va mas allá de
la disyuntiva electoral entre gobierno y oposición. Por el bien del país, hay
que revalorizar la palabra comprometida en la acción política.
.
Por el lado de las fuerzas opositoras también se produce una
pérdida de confianza cuando parte de sus voceros reniegan de lo hecho durante
dos décadas en el gobierno. Ante la sociedad se proyecta un discurso carente de
sustancia, en su esencia irreparablemente contradictorio que no logra
fundamentar el amargo arrepentimiento de quienes lo formulan.
No es coherente ni cuenta con base sólida una conducta que
después de cuatro o cinco periodos parlamentarios se vuelca hacia una retórica
ultra radicalizada que más que posiciones firmes y sustentables muestra cierta
angustia para empatizar con los liderazgos estudiantiles. Tal práctica solo
aumenta el descrédito en lugar de disminuirlo.
En definitiva, el país requiere que sus fuerzas políticas
tengan coherencia, que no prometan lo que no pueden hacer, que no se empeñen en
la búsqueda de popularidad a través de consignas rimbombantes que gritan mucho
y dicen poco ,que la autoridad no se dedique a auto elogiarse.
Asimismo, para la conducción del gobierno se necesitan
Programas de acción debidamente fundamentados, capaces de hacerse cargo del
desarrollo futuro de Chile, tanto en lo referente a las políticas públicas como
a las reformas institucionales para que la nación recupere la confianza en el
régimen democrático.
Se trata de un desafío ético ineludible. No jugar con las
expectativas ciudadanas y re dignificar la política, ahora.
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