Como una consigna mágica, los expertos nos han dicho que tras un problema siempre hay “un desafío y una oportunidad”. En el caso del terremoto, luego de un año, lo que queda en evidencia es que el gobierno de Sebastián Piñera no ha terminado de evaluar el desafío y no aprovechó la oportunidad: heredó la terrible tragedia del 27 de febrero de 2010 cuando la situación empezaba a estabilizarse y no tuvo que pagar el costo de la mala reacción inicial cuando el gobierno de Michelle Bachelet estaba con las maletas cerradas, los escritorios despojados hasta de las fotos familiares y una creciente sensación de fin de fiesta.
Actualmente la justicia está indagando lo que pasó y cómo se reaccionó. Ha surgido un concepto nuevo: “la zona de sacrificio”, aquella donde no había nada que hacer. De eso habla poco o nada el gobierno, que ha preferido cargar las tintas –indirectamente, eso sí- en la sensación de desconcierto que puso en evidencia el video de lo que ocurrió en la sede de la Onemi.
En Juan Fernández la Armada ha dado explicaciones sobre el retiro equivocado por el Shoa de la alarma de tsunami. Pero nunca aclaró dónde estaba el Comandante en Jefe, salvo una vaga referencia al “puesto de comando”. Tampoco ha habido mayores detalles del retraso de los helicópteros pedidos a la FACH. Tampoco está claro qué hizo o no hizo el Ejército en esas horas cruciales... pero sí que más tarde pagó más caro por un puente mecano cuya inauguración todavía no se produce. Eso, sin contar con la preocupación del jefe del Estado Mayor conjunto, que buscaba casa en el Barrio Alto por un millón de dólares.
Hay muchas incógnitas no resueltas. Confiemos –aunque parezca ingenuidad- que tendremos repuesta al menos para algunas de ellas.
Hay algo, sin embargo, que no se investiga ni se investigará: cuánta responsabilidad tiene el Presidente Piñera al haber asumido personalmente la conducción de las tareas de reconstrucción. El espíritu “24/siete” explica que algunos subordinados se apresuraran tanto en cumplir los plazos impuestos que no vacilaron en colocar fotos de antes del terremoto como prueba del éxito de la reconstrucción (Dichato y puente Collao) y que la intendenta de Concepción “inventara” un cuento para la recuperación (hasta ahora no concretada) de la población Nueva Aurora.
Si se recuerdan los antecedentes históricos (“ministros en campaña”, se llamó a Juan de Dios Carmona en su momento) la tradición ha sido que el Presidente de la República supervise el conjunto de la reconstrucción, pero la responsabilidad precisa la asume alguien que se pueda dedicar ciento por ciento a ello sin preocuparse, al mismo tiempo, de problemas internos (Transantiago, termoeléctricas) y externos (relaciones con Perú y Bolivia, situación en Medio Oriente o el precio del petróleo).
En el caso de los mineros de Atacama, el ministro Golborne lideró el rescate aunque en un momento dado le pusieron al lado al ministro Mañalich y el Presidente Piñera se hizo presente de manera constante.
No ha ocurrido lo mismo respecto de la reconstrucción. Y, como quien siembra vientos cosecha tempestades, a la hora de la conmemoración, mientras la oposición se negaba a participar, la reacción oficial no contribuyó a serenar los espíritus. Es cierto que se llamó una y otra vez a la unidad, pero también hubo duros reproches:
“Sé muy bien que algunos no tienen ningún interés en la reconstrucción, su único objetivo es dañar a nuestro Gobierno”, dijo el Presidente. El titular de la Subdere (Subsecretaría de Desarrollo Regional y Administrativo del Ministerio del Interior), abogado Miguel Flores, acotó más: “Cuando leo estas críticas de la Concertación, veo dos elementos que están presentes: un absoluto desconocimiento de lo que se ha hecho y un afán de sacar una ventaja política pequeña que no se condice con lo delicado del fondo del problema”.
Precisamente lo que se ha echado de menos es ir “al fondo del problema”.
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