Por Walter Krohne
Chile es un país de potentes contradicciones. Si bien, la economía crece, lo que hoy mucho tiene que ver con el precio del cobre, decrece el desarrollo mental de las personas a cargo de proyectos o servicios que necesariamente deberían ser exitosos para que el país tuviese la esperanza de poder despegar algún día. En estas condiciones Chile seguirá siendo un país mediocre, a medio pelo, que a pesar de esto seguirá creciendo económicamente aunque sea a empujones, basándose en recursos no sustentables en el tiempo que son explotados sin control.
Concretamente me estoy refiriendo a una mentalidad chilena que está muy lejos de encajar en un país que desea ser considerado en todo el mundo como desarrollado. Aquí sigue primando la ineficacia permanente que se arrastra por años. No hay en el chileno un celo interno real que le permita sacar grandes proyectos adelante y con mucho éxito. Cada vez que se trata de hacer grandes obras debe recurrirse a empresas extranjeras, de las que se espera un mejor rendimiento que las chilenas. Es triste decirlo, pero es así.
Si el rescate de los mineros se hubiese hecho al estilo “Transantiago”, los 33 estarían muertos o quizá algunos con vida a 600 metros de profundidad. Aquí hubo, entre otras razones, un notable esfuerzo del Gobierno de la derecha para hacer bien las cosas y poder así ganar puntos en las encuestas, aparte de las humanitarias desde luego. Era una oportunidad única para fortalecerse políticamente. Y así fue, hubo una subida favorable en los sondeos de opinión pública que luego, rápidamente cayeron más abajo de lo que estaban, porque a diferencia de lo ocurrido en la mina San José, se volvieron a hacer políticamente mal las cosas (como el aumento del precio del gas en Magallanes y las irregulariudades cometidas por la Intendente del Biobío, entre otros).
Sin embargo el costo de este rescate fue inmenso, ya que no sólo se cuenta lo material, sino también el tiempo que empleó la cúpula gubernamental, encabezada por el propio Presidente de la República, en esta operación. Ganó el país en prestigio internacional, pero perdió en otras temáticas importantes que figuraban en el programa presidencial, como diversas leyes que se fueron postergando, afectando específicamente las labores de reconstrucción por el terremoto.
Vamos a ejemplos concretos. ¿Cómo se puede entender un país caminando hacia el desarrollo donde el Servicio de Correos no funciona? Ya lo mencionamos el martes 30 de marzo de 2010 cuando enviamos una carta urgente a Alemania a un costo de casi 25.000 pesos (53 dólares) y que en vez de tardar dos a cuatro días en llegar, como se no dijo, arribó a su destino con más de un mes de retraso. ¿quién respondió por esta falla? Nadie, absolutamente nadie.
Ayer nos percatamos que en algunos barrios de Providencia el reparto de cartas se hace sólo esporádicamente o simplemente no se hace, como en el sector de Brown Norte. Nos comunicamos con el teléfono 9561603 y luego con el 9561600 para registrar un reclamo formal. Sin embargo la respuesta recibida fue de horror: “Si, hay problemas con el reparto de cartas, pero ahora estamos en período de vacaciones”. Lo que no explicó el funcionario, si se trataba de los carteros que estaban de vacaciones o era un problema que no importaba mucho porque la mayoría de los residentes estaba fuera de sus casas y no notaban la deficiencia del servicio. En este sector, las cartas de Santiago llegan con uno o dos meses de retraso o no llegan. Para que decir del servicio exterior, simplemente la correspondencia se pierde, al parecer entre el aeropuerto de Santiago y la ciudad.
Sin embargo, nadie hace nada y, al parecer por las respuestas, a nadie le importa que Correos funcione o no.
En Providencia, el alcalde tiene la imagen de un edil emprendedor y que desea convertir a la comuna en una pequeña ciudad europea. Esta es la imagen que tiene en el electorado más adulto, razón que explica sus victorias en las urnas. Hay servicio de bicicletas, lugares para realizar ejercicios en plazas y parques públicos, cafés literarios y piscinas. Entre estas últimas está la del Club de Providencia que, cuando se inauguró hace seis años, era impecable, pero lentamente se ha ido deteriorando hasta el extremo que los usuarios tienen a veces problemas para cumplir con sus necesidades fisiológicas, porque de cinco urinarios tres a la vez han estado defectuosos.
El complejo ofrece el servicio de sauna, pero que repetidamente no funciona. El mecanismo electrónico para las tarjetas de acceso, en la puerta principal, estuvo varios meses defectuoso y todavía hay problemas. Una noche, el cuidador se quedó dormido durante el turno y por error apretó un botón equivocado en el sistema de computación, lo que significó la pérdida de agua de la piscina central, debiendo al día siguiente permanecer cerrada hasta el mediodía para restablecer los niveles adecuados de llenado.
Sin embargo, parece que el Alcalde no conoce los sufrimientos que tienen los usuarios de esta piscina, que todos los días despotrican en contra de la gerente del complejo. El personal es de primera clase, pero es tratado con un concepto patronal abusivo y arcaico, como que varios de ellos están trabajando desde hace años a honorarios, lo que va en contra de la ley.
Y esto ocurre no sólo en servicios públicos, sino también privados. Una automotora de Providencia cambió su central telefónica, siendo ahora casi imposible comunicarse con sus servicios comerciales, repuestos y técnico. “Llámenos antes para saber si su automóvil está listo”, es una frase que cae allí, a cada momento en el vacío, ya que la nueva central no funciona y sólo se escucha la voz de una española que dice “deje su mensaje que lo llamaremos”, lo que resulta inútil porque nunca nadie devuelve el llamado.
Para que hablar de la Tesorería General de la República que lleva a remate casas en Providencia que están al día en el pago de las contribuciones. Tampoco se puede decir que funcionan normalmente el servicio de Impuestos Internos o los servicios municipales que reciben denuncias por irregularidades como edificaciones ilegales o sin permiso, perros que ladran día y noche, ruidos molestos, basura que no se recoje o pasajes que no se barren, a pesar que cada tres meses se cancela, junto con las contribuciones, subidas sumas por el aseo público.
Cada vez que contamos estas historias, más de alguien nos dice: “Qué quieres, si estamos en Chile no más”.
¿Por qué no podemos aspirar a algo más que “un Chile no más?
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