Por Hugo Latorre Fuenzalida

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Chile está quebrando el huevo de la "larga transición" a la democracia. Ese proceso que ha representado apenas una "protodemocracia", que otros llaman "democracia tutelada", ha terminado por agotar a sus líderes y a sus propuestas. Chile ha cambiado, dice la gente. Ya el ciudadano comienza a tener un aire más abiertamente expresivo; los jóvenes se manifiestan masivamente, opinan y plantean temas que la dirigencia política no se atreve a tocar. Lo bueno es que lo hacen con soltura de lenguaje y con desenfado anímico, sin complejos y sin miedo.
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Protestan y se toman las calles para reclamar los cambios que ellos creen necesarios y justos. Los poderes reinantes los maltratan, apalean, los condenan, los calumnian, los culpan; les lanzan sus perros de ataque y las falacias de una prensa mendaz que les acosa con toda su tinta amarillenta; el ministro del interior trata de aprobar leyes represivas extremosas, que llegan a conculcar el derecho a pensar y manifestar tales pensamientos públicamente, de protestar y de ejercer el derecho básico de libre reunión de personas.
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Pero nada los detiene, y se suman los padres, los apoderados, los profesores. Los chilenos comienzan a desentumecer su ánimo ciudadano, se plantean preguntas y manifiestan opinión sobre tópicos que los políticos evaden. Ahora revisan la letra chica de los "ofertones" gubernamentales; ahora los parlamentarios no se pueden subir los sueldos, como lo hacían hasta hace poco; ahora se pide cuentas a las ganancias privadas en áreas en que no está permitido el lucro; hoy en día se escandaliza por acciones torpes y corruptas como el perdonazo a las tiendas Johnsons o las faltas de condenas efectivas en casos de corrupción masiva, como en La Polar.
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La sociedad civil está vigilante y se organiza: Aysén, Magallanes, Calama, van conformando una tendencia a la acción efectiva y directa en defensa de sus intereses comunes. Los políticos van cayendo en una rodada de descrédito nunca vista en Chile; y tendría que ocurrir algo muy extraordinario para que recuperen prestigio y aceptación popular. Más aún, no se molestan siquiera en hacer méritos para revertir su caída, lo que es propio de organismos caquécticos, que pierden capacidad reactiva, aceptando su ruina y ocaso existencial de manera resignada y sin grandeza.
ROSTROS NUEVOS PARA LA POLÍTICA
Cuando una representación se hace monótona, cuando sus personajes cansan con su lenguaje plano y mediocre, se requiere un cambio de figuras. El filósofo Pareto llamó a esta exigencia la “circulación de las elites”. En nuestro Chile las elites se encuentran estancadas desde hace más de dos décadas en el bando político del mal llamado “progresismo”, y en la derecha casi cuatro décadas.
Esto explica su estancamiento ideológico y su empozamiento moral. De hecho, tanto la Concertación como la derecha han llegado a topar fondo en su elemental imaginario de ideas y destinos, lo que es dable adjudicar en buena parte a su incapacidad de renovar liderazgos. Nada adormece más a la imaginación que el acoquinamiento en el poder, y eso es lo que justamente ha sucedido con ese paradigma de los “consensos” que produjo esta vetusta generación de dirigentes, ganados a la intención de perpetuar las ideas emanadas del autoritarismo neoliberal, a las cuales dieron en adherir la propia y particular inamobilidad como conductores.
Insistimos en que esa conducción se encuentra colapsada y su decadencia va más allá de una caída circunstancial, pues revela síntomas de agonía. Reiteramos el hecho objetivo que la imagen del político es tan negativa que no admite reivindicación desde la actual plataforma de partidos instalados en el estatus dominante. Creemos que los dirigentes que se han apropiado de la “representación popular” en base a un amañado sistema electoral binominal, difícilmente cederán espacios de poder a nuevas generaciones portadoras de nuevas ideas.
En consecuencia se vislumbra como imperativa la emergencia de rostros nuevos desde afuera del sistema, de otras conducciones, con aires renovados de estilo y mensaje. Los chilenos quieren romper este espejo institucional que refleja sólo rostros anquilosados, vetustos y reprimidos. Los jóvenes han dado la señal de alerta, han desafiado al estamento represor y han denunciado las engañifas corruptas de los empresarios-políticos en el ámbito de la educación. También han levantado líderes juveniles con una visión de país que los políticos actuales carecen y que si la lucha de los chilenos lo permite, serán, esos jóvenes, la nueva camada de relevo en las generaciones futuras, y en ellos están puestas las esperanzas de las grandes mayorías de chilenos.
Pero hoy vivimos una etapa de transición en la que se deben romper los huevos largamente acaparados de la transición hacia una verdadera democracia. Hoy, ya, y ahora, necesitamos un rostro nuevo, pujante y desafiante que sea capaz de aglutinar a todos aquellos que se sientan con valor y decisión para forzar los cambios que urgen a Chile.
Se requiere a una personalidad preclara, con una idea de país diferente a la que se ha impuesto por la fuerza; queremos a alguien profundamente nacionalista y democrático, de gran sensibilidad social y amor a lo popular, capaz de hablar mirando a los ojos de los chilenos, desentrañando esa larga esperanza que pusieron en esa alegría que debía venir y que nunca llegó.
Ese nuevo rostro, ese nuevo liderazgo que debe venir, debe ser puesto con prisa y decisión en el escenario electoral que se avecina. Chile lo demanda, la historia lo exige.
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