Por Hugo Latorre Fuenzalida.
El “lumpenproletariado” es un término que a mucha gente le debe resultar familiar. Lo usó la literatura social por largo tiempo, sobre todo la de corte marxista. Pero el concepto de “lumpenburguesía” nunca se usó antaño; es un término que aprendí del economista Hinkelammert y trata de representar en este término a la nueva camada de empresarios de la era especulativa y financiera.
Es el nuevo empresariado, que emerge asociado a una legislación ambigua, flexible y relajada, que entrega todas las facilidades para un enriquecimiento rápido e ilimitado, que compromete ingentes recursos del sector público y de los ahorros de las personas; recursos que usados con intenciones perversamente avariciosas son capaces de levantar olas especulativas que terminan en verdaderos tsunamis para las economías domésticas de las personas y naciones menos resguardadas o advertidas.
Más de 40 crisis en 25 años, reflejan su sistematicidad, ubicuidad y deletéreo efecto. El Mundo no se ha rebelado ante este asalto a la buena fe de la gente, sólo porque los medios de comunicación no hacen- o más bien ocultan- los análisis más serios y profundos de esta realidad espantosa.
Todo esto nace de la teorización neoliberal que se impone durante la última gran crisis del capitalismo, que se incuba desde finales de los años 60 y que se profundiza en los 70 del pasado siglo XX. Los neoliberales plantearon que la culpa de la crisis del capitalismo se debía a la teoría keynesiana y a los postulados filo-socialistas que dominaron la economía mundial de postguerra. Ese sistema cargó con excesivos costos sociales y bélicos a las empresas, que son las encargadas de generar riqueza, hasta que las terminaron por asfixiar.
Lo indicado, entonces, para salir de la crisis, era dejar espacio a un sistema que quitara el peso de encima a las empresas y le otorgara las facilidades para producir sin restricciones. Desde la escuela de Chicago y Oxford, se idearon las fórmulas de “nuevo liberalismo” que se impondría a sangre y fuego en todo Occidente, con las debidas excepciones.
Chile estuvo a la cabeza de este proceso, en los tiempos de Pinochet; le siguieron Inglaterra de Margaret Thatcher y los Estados Unidos con Reagan. Luego continuó la seguidilla que abarcó desde Rusia hasta Europa Oriental.
Las transferencias masiva e irregular de riqueza desde el sector público a los privados fue uno de los primeros escándalos de la nueva experiencia neoliberal; luego la tarificación de todos los servicios que antes se entregaban de manera gratuita, conformó la otra cara de la salida monetarista y la manipulación de fondos sociales por administradoras privadas, llevó al delirio de la especulación financiera en todo el globo terráqueo.
Los administradores de esas empresas y fondos, se cebaron con facultades expropiatorias y apropiatorias tan desvergonzadas que si uno se dedica a revisar la prensa de las décadas pasadas, verá aparecer, por todas partes ejecutivos multimillonarios, y otros que no corrieron con tan buena suerte y dieron con sus multimillonarias ambiciones en la cárcel.
Esta orgía, esta rebatiña, esta piñata delincuencialmente organizada sobre la riqueza social acumulada en décadas anteriores por el esfuerzo de varias generaciones de trabajadores y gobiernos, ha terminado por dislocar cualquier ética y toda moral en las esferas del poder mundial; si hasta las Iglesias se han visto envuelta en escándalos mafiosos de dineros, intrigas y crímenes.
Se calcula por órganos especializados de las Naciones Unidas que el 6% del producto mundial corresponde a dineros manchados por la corrupción y el crimen. Esta masa de dinero es mucho más que lo que puede disponer toda la institucionalidad mundial destinada a contenerlos y combatirlos, porque “cada hombre tiene su precio...lo que falta saber es cuál es" (*), y es así que hemos podido apreciar como los estamentos que administran justicia y ejercen poder en diversas áreas, van cayendo en manos de estas redes de crimen organizado, que pueden pagar con largueza el precio que pidan.
Los empresarios también izaron bandera de Corso y se dedican a la especulación financiera, a la estafa sobre consumidores desprevenidos e indefensos, al amañamiento en el uso de documentos de crédito, abuso en las tasas de interés, en cobros por servicios no prestados o simplemente recargos antojadizos que se deslizan como “letra chica” en contratos que son verdaderas maquinas luciferinas para embargar almas y bienes.
La apropiación de acciones preferenciales de las empresas que el Estado les ha confiado para administrar, termina constituyéndose en una forma pseudo-legal para apropiarse de grandes recursos, por parte de gerentes. Chile tiene una dolorosa experiencia al respecto.
Pero en nuestros países, estas defraudaciones terminan siendo saneadas por abogados expertos y los que debieran vestir el traje de presidiarios circulan como potentados importantes en todo tipo de actividad empresarial, social y política.
Toda esta casta inmoral, conforma lo que hemos denominado al inicio la “lumpenburguesía”. El “lumpenproletariado” robaba gallinas para sobrevivir; la “lumpenburguesía” se roba los huevos de oro del patrimonio de la sociedad y parecen sufrir el suplicio de Tántalo, que les hace apetecer más y más, sin poder satisfacer jamás su apetito; sino, por el contrario, aumentando su sed y su hambre al infinito.
(*) - Esta frase es atribuída a Joseph Fouché (1759-1820) quien era Duque de Otranto e influyente político francés de activa participación en la Revolución Francesa y en el apogeo y caída del Imperio instaurado por Napoleón Bonaparte.
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