INSTITUCIONALIDAD A LA MEDIDA
Por Wilson Tapia Villalobos
Los estudiantes salieron
nuevamente a las calles. Esta vez fueron
menos. Y la reprimenda oficial, en la voz de la Intendenta de Santiago y luego
en la del presidente de la República, resultó dura y altisonante. Usaron términos
entre los que menudearon las palabras delincuente y política. Era la evaluación
de una jornada violenta en que tres vehículos de la locomoción colectiva fueron
incendiados. Y las cifras oficiales hablan de 104 detenidos y de 43 carabineros
lesionados. Nuevamente, los manifestantes
civiles resultaron ilesos.
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La Intendenta Cecilia
Pérez enjuició la manifestación severamente.
Sin embargo, sus conclusiones son más bien pobres. Todo lo adjudicó a
“la política”. Su argumentación de fondo
fue que la movilización estudiantil había dejado de ser una manifestación
ciudadana para transformarse en una expresión netamente política. Y que, además, había arrasado con la
institucionalidad vigente, al ser una marcha no autorizada por ella. Luego, el presidente Sebastián Piñera abundó
en descalificaciones de los manifestantes y alertó sobre la violenta realidad
que vive Chile. Todo ello -dijo-
alentado por delincuentes que queman buses, casas, maquinarias, etc. O sea, la totalidad de los reclamos -desde
las demandas mapuches hasta los estudiantes- fueron colocados en un mismo saco.
Es posible que el presidente tenga razón.
Que el malestar de los chilenos tenga tantas cabezas como la mitológica
Hidra.
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La ministra Evelyn Matthei hizo también su
aporte. Dijo que esperaba que se
castigara a los culpables de los desmanes de manera drástica. Y abogó porque a
éstos no les tocara la misma sala de la Corte que juzgó a Luciano Pitronello,
el joven que, pese a perder una de sus manos al intentar colocar una bomba, no
fue condenado como terrorista. La ministra se escudó en el derecho a tener su
opinión personal para cuestionar duramente a los jueces de este caso. Y así,
endureció aún más la disputa que se mantiene entre dos Poderes del Estado: el
Ejecutivo y el Judicial. Y pasó a darle razón, pero desde otra banda, a la
Intendenta Pérez en su visión de que la institucionalidad chilena es
constantemente mancillada.
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Lo concreto es que la
fuerza del movimiento estudiantil ha menguado.
Y era un objetivo que claramente perseguía la autoridad. Pese a las grandes movilizaciones del año
pasado, ni siquiera se ha podido lograr que termine el lucro en la educación,
aunque por ley de la República no debe existir. Otro elemento que avala que la
institucionalidad chilena vale hongo para los que la pueden soslayar. Y esos no son sólo los delincuentes encapuchados
que denuncia el presidente Piñera.
También hay otros que son cercanos suyos. No hay que ir muy lejos ni
aguzar demasiado la mirada. Ni siquiera
trasladarse hasta la dictadura para recordar a quienes, hoy en el gobierno,
apoyaron el quiebre de la democracia chilena.
Las pruebas están aún más a la mano.
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El propio mandatario, ya en
democracia (23 de agosto de 1992), fue objeto de una maniobra encubierta
llevada a cabo por organismos de inteligencia del Ejército. El empresario
Ricardo Claro -con excelentes nexos con personajes como Augusto Pinochet y
Manuel Contreras- utilizó una grabación ilegal para desenmascarar a Piñera que
intentaba perjudicar a su hoy ministra del Trabajo, Evelyn Matthei. La
institucionalidad fue limpiamente sobrepasada en una jugada destinada a cobrar
a Piñera antiguas deudas por negocios en que perjudicó a Claro. Y la justicia chilena guardó un recatado
silencio. Tal como lo hizo con la
responsabilidad de Pinochet en los atropellos a los derechos humanos.
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Sí, la institucionalidad
chilena está siendo constantemente pisoteada.
Y es por eso que la crisis que se vive ha llegado hasta los estamentos
sociales. Los ciudadanos ya no confían en sus estructuras democráticas. Saben
que pueden ser torcidas de acuerdo al poder de quienes las manipulan. Este es
el escenario que se tendría que abordar.
No limitarse, como la Intendente Pérez, a descubrir que las
manifestaciones son políticas.
Ese
argumento es válido en una dictadura, pero la política tiene que ser rescatada
en democracia. Es su sustento. Y quien no comprende aquello, simplemente no
puede jugar un rol de referente en un Estado democrático. Porque de hacerlo le
será imposible alcanzar las soluciones que llegan mediante el diálogo y no por
la represión o el desgate de reclamos reiterados que, sin solución, desembocan
en violencia.
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Claro que es condenable la violencia, qué duda
cabe. No se puede recurrir a ella para
resolver problemas. Pero en una sociedad, las iniquidades cierran puertas al
desarrollo personal. Y si bien eso no
justifica la reacción violenta, al menos permite detectar que allí está un
detonante. Y desactivarlo corresponde no
sólo a los ejecutores de la violencia, sino a quienes permiten, desde el poder,
que las diferencias de posibilidades sean tan marcadas entre ricos y pobres.
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Hoy, las manifestaciones estudiantiles parecen ya no
concitar la adhesión primigenia. Eso, pese a que la mayor parte de la ciudadanía
apoya sus demandas. Pero todos sabemos, incluidos los propios dirigentes
estudiantiles, que ningún movimiento puede mantenerse indefinidamente. Y hasta
ahora, a eso parece haber jugado la autoridad.
Reprime a quienes protestan y no entrega soluciones para problemas que
reconoce como reales.
.
Es el peor de los escenarios. Porque es el que permite que la
institucionalidad se cree y fortalezca a la medida de los grupos de poder.
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