KRADIARIO

CONSTITUCIÓN: ESTAMOS EN UN CALLEJÓN SIN SALIDA

Por Walter Krohne

A veces pienso que Jaime Guzmán fue un genio. Construyó un país a la perfecta medida de la oligarquía y de un régimen defacto que gobernó durante diecisiete años protegido por un férreo aparato militar. Creo que en lo único en que Guzmán falló fue en no tomar las medidas necesarias para evitar que los violadores de los derechos humanos fueran procesados en tribunales civiles y condenados a altas penas de cárcel como ha ocurrido, porque todo lo demás lo logró a la perfección.

Esta singular creación nos permite encontrarnos hoy frente a un país que desde el punto de vista jurídico-constitucional no es posible cambiar y que está inserto en una crisis institucional de proporciones.

El sistema binominal vigente ha mantenido empatado al Congreso durante todo el período del retorno a la democracia. Sabemos perfectamente de antemano quienes van a ser nuestros legisladores en el próximo período. Sin mayorías claras en el Congreso resulta imposible modificar cualquiera norma que sea considerada fundamental para quienes hoy se creen los protectores de la Constitución, los partidos de la derecha gobernante, especialmente la UDI.

Hoy, por ejemplo, nos encontramos ante la imposibilidad de poder convocar a una Asamblea Constituyente para redactar una Constitución nueva y democrática que nos permita despejar el camino en muchos temas que dejó “amarrados” la dictadura de Pinochet, como la misma educación que hoy es una cuestión de gran actualidad. Basta con mencionar el modelo económico que es absolutamente injusto y que nos conduce a desigualdades sociales profundas.

El sólo hecho de que el presidente de la DC Ignacio Walker se inclinara a favor de una Asamblea Constituyente produjo un hervidero político increíble hasta el punto que el presidente de Renovación Nacional Carlos Larraín puso en tela de juicio los leves acercamientos producidos entre ambos partidos, en enero pasado, en el tema de los cambios políticos.

Pero la derecha no debe preocuparse, porque salvo un milagro, la falta de mayorías parlamentarias haría imposible en la práctica enfrentar la posibilidad de aprobar la realización de un plebiscito nacional para impulsar una asamblea constituyente. Y esto porque aquí, desde la partida, habría que considerar una reforma adicional en la actual Constitución para permitir el voto plebiscitario con el cual en las próximas elecciones parlamentarias se podría decidir si se aprueba o no dicha Asamblea. Los electores, es decir el pueblo chileno, sería el llamado a resolver sobre este asunto.

El jefe de comité de los senadores DC, Jorge Pizarro, aclaró que se requeriría de un consenso político muy amplio para plantear un cambio profundo a la Constitución. Eso pasa necesariamente por el actual Congreso. Para hacer el necesario plebiscito habría que concretar primero una reforma de la actual Carta Magna para lo que se requeriría igualmente un alto quórum, llegándose prácticamente al mismo camino o resultado y con el mismo obstáculo.

En Chile nos rige la Constitución de 1980 reformada que no tiene una legitimidad suficiente y es necesario un nuevo pacto constitucional. Para ello hay que buscar el camino, aunque para muchos es una tarea titánica después de ver el resultado que se ha logrado en los intentos por reformar el sistema electoral binominal..

Para el senador Andrés Zaldívar, por ejemplo, en vez de una Asamblea constituyente podría pensarse en una comisión bicameral parlamentaria que redactara una nueva carta fundamental. Pero para esto se requiere también un quórum muy alto.

Y así estamos. Hoy se percibe en el país, por encuestas o a través de los últimos debates, que habría consenso entre los chilenos para inclinarse por una nueva Constitución para cambiar principalmente la estructura misma del Estado que hoy es encabezada por un Presidente con un poder totalmente desproporcionado frente al resto de los otros poderes estatales. Sin embargo, el voto de una minoría en el escenario político lo está impidiendo.

El problema es hasta cuándo. Si el país vive ya hoy una crisis política profunda y no existe una actitud clara del Gobierno ni tampoco de los partidos, tanto oficialistas como de oposición, de hacer un cambio en los cimientos mismos del Estado, la situación se irá instalando como si fuera una bomba de tiempo que a la larga se dibujará como una explosión social en la cual el pueblo mismo será el que demande una reforma de la Constitución a través de movimientos sociales como ocurre hoy con la educación.

 

No creo que sea conveniente esperar mucho tiempo y correr el riesgo de que ocurra un levantamiento popular cuando se agote definitiuvamente la paciencia.