El caso noruego
LA MISERABLE CONDICIÓN HUMANA
Por Hugo Latorre Fuenzalida
“Pido perdón a los nacionalistas militantes de mi país y de Europa por no haber matado a más gente”.
Este demente ideológico, este energúmeno amoral, este monstruo inhumano es Andrés Brevik, el noruego que asesinó a sangre fría a 77 personas, la mayoría jóvenes socialdemócratas a los que acusó de contaminar su país con la aceptación de migrantes musulmanes y de otras razas.
Indudablemente es un fascista que bordea los límites de la demencia, de una patología maligna que le lleva a asesinar como única forma de ajustarse a la inevitable diversidad humana.
Estos episodios lamentables los hemos visto a lo largo de la historia y su resultante es una incontable mortandad de inocentes. Desde Caín, hasta nuestros tiempos, en que se supone domina la luz de la razón, siguen apareciendo estos tumores malignos que se exhiben de manera horrorosa y repulsiva, dejando a las personas sensatas en estado de shock.
No hay explicación lógica para una monstruosidad como esta. Es el irracionalismo más candente el que aparece en estos casos. El hombre usa su cerebro racional para mejor consumar su instinto criminal. El siglo XX fue prolífico en esta condición humana tremendamente “necrófila”, donde el instinto tanático (de muerte), se sobrepone a toda cultura humanista, como de hecho creíamos haber alcanzado desde el renacimiento: la hace a un lado, la aplasta y nos deja al descubierto, sin armas, sin respuestas, sin argumentos…,simplemente atónitos y desmoralizados.
Hitler, Stalin, Idí Amín Dadá, los Borgias y tantos otros, han sido neuróticos estructurales, incapaces de adaptarse a la condición humana, que es naturalmente conflictiva, diversa, controversial e incompleta. Su salida, indefectiblemente es el crimen sistemático y creciente. Creen fervientemente en la “solución final”. El prototipo parte con la exposición bíblica de Caín; lo describe muy bien Shakespeare en Ricardo III y en Macbeth, también lo denuncia Dostoievski en “Crimen y castigo”.
Muchas pasiones llevan al crimen: las afectivas, las ideológicas, las religiosas, las de poder y las de impotencia sexual. Pero también emerge el criminal que responde al flagelo de la represión o el abuso. También se da la respuesta de aquellas personalidades afectadas de labilidad extrema o patológica, etc. La respuesta maximalista conduce al crimen y la minimalista al suicidio, que no es más que otra forma de crimen morigerado.
Hay criminales cuantitativos y de tipo cualitativo. Los primeros buscan maximizar el número de las victimas a través de genocidios, guarras y matanzas. Los segundos se ensañan en la crueldad de sus muertes, como son los criminales en serie o los que cometen crímenes horrendos. Ahí están los casos del ajusticiamiento en Paris en 1734 del asesino Damiens, que fue torturado de manera incomprensible a manos del estado; las muertes en la hoguera de la secta los Cátaros o de Giordano Bruno o de las Templarios a manos del rey Felipe el Hermoso. Todas muertes bajo tortura desmembrantes y culminadas en las llamas. No se salvan los Estados ni las iglesias, tampoco los fascistas ni los comunistas; tampoco quedan fuera de esta demencia criminal ni los estados modernos contemporáneos, pues EE.UU. también se ha visto comprometido en pleno siglo XXI en los abusos y crímenes por el caso de las luchas en Irak y contra los terroristas islamitas.
La narrativa doctrinaria religiosa y la literaria, han expuesto sus interpretaciones sobre el crimen humano: demonios y furores del alma aparecen mezclados con las fuerzas de la vida en sus imponderables y causalidades. La ciencia también ha hecho lo suyo, superando en las teorías psiquiátricas las pseudo- ciencias, como las antropomórficas.
Freud hizo aparecer el “tanatus” o instinto de muerte, como componente de la complejidad humana. En “Cartas de la guerra”, que intercambió con Einstein, sostiene la postura pesimista acerca de la humanidad. Considera al hombre un ser enfermo y de difícil sanación. Esa violencia que despliega en la historia, de manera catastrófica y diversa, además de universalmente distribuida, auguran un futuro dudoso para el hombre.
Eric Fromm, psiquiatra y filósofo de Francfort, en un libro memorable titulado “El corazón del hombre”, plantea a la humanidad como dividida entre dos porciones más un promedio de “normalidad”: los “biófilos” y los “necrófilos”. Los primeros son altruistas, generosos e idealistas, y se asocian a actividades donde pueden entregarse de forma desinteresada. Son una porción minoritaria, pero la gran masa de los hombres portan ciertos rasgos que les llevan a acciones altruistas. Los “necrófilos”, en cambio, contienen un instinto de violencia irrefrenable y que les lleva a escoger actividades donde pueden descargar ese impulso, ya sea en las actividades militares, policiales, deportes fuertes, etc.
La gran masa, a su vez, presenta rasgos violentistas que la cultura y la disciplina social logra controlar y normalizar. Pero en eventos donde la férula social se relaja, como asonadas, desórdenes, revueltas, etc., la violencia de los que poseen un instinto violento más poderoso aflora en toda su crueldad y desenfreno.
En consecuencia, somos un equilibrio inestable entre potencialidades “biófilas” y “necrófilas”. Los disciplinamientos y la culturización logran civilizar nuestras conductas, pero no logran impedir que estas resurjan en periodos de crisis.
Finalmente, un neurofisiólogo como Mc Lean ha expuesto una teoría que devela la condición humana tan ambivalente o polivalente. Señala este científico que el cerebro humano está compuesto de tres cerebros diferentes: uno es el bulbo raquídeo o cerebro reptil, donde se encuentran las funciones de supervivencia básica; sobre este se monta un segundo cerebro o cerebro mamífero, responsable de funciones memorativas y afectivas. Finalmente, desde hace poco en la evolución se está desarrollando el Neocortex o cerebro gris. Es la parte de nuestro cerebro que despliega las funciones racionales, de lógica y aprendizaje.
Lo que impresiona de la teoría de Mc Lean es que sostiene que estas conexiones entre los tres cerebros son diferentes en cada ser humano, por lo tanto nos hace ser únicos. Pero además señala que esas conexiones no se han armonizado, sino que están en una especie de ensayo y error, donde todas las categorías y condiciones se pueden dar: desde la genialidad hasta las más horrendas brutalidades.
Todo ello confirma las teorías de Freud y de Fromm, en el sentido que la condición humana es aún un misterio y que debemos convivir con los demonios y monstruos que tanto la literatura como la religión nos han hablado desde siempre.
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