LOS PROFETAS MODERNOS DEL HUMANISMO
“Dios ha muerto, y el hombre no lo pasa nada bien”, decía un pensador crítico de Nietzsche, luego que este último declarara la muerte del Altísimo, como galeno que ausculta las pulsaciones cesadas del paciente. Este pensamiento expone una realidad enorme: el nihilismo ha matado a los dioses, los ideales y los grandes sueños humanos; ha dado al piso con la mistificación de la vida y ha barrido con las cosmovisiones escatológicas.
En consecuencia nos hemos quedado con la realidad provisional de la ciencia, con las ideologías defraudadas y con la materialización de las apetencias, todo lo cual ha acarreado desconcierto, confusión, miedos y frustraciones existencialistas.
Las promesas de los dioses fueron reemplazadas por el futurismo del desarrollo y el progresismo optimista de la historia; desde Hegel a Marx y de éste a los economistas imperiales, la promesa de lo bueno, lo justo y lo bello se ha venido dando de manera parcial y sesgada; como siempre los ricos del mundo vienen consiguiendo un sustituto del Paraíso, mientras que las grandes masas de pobres alcanzan a visualizar por las vitrinas el esplendor de ese Edén, llegando a recoger algunas migajas marginales del consumo moderno.
Pero los hombres con espíritu místico y temple profético ven el magma de esta cultura material y anómica. Goethe, en su “Fausto”, ya calibró el alma mefistofélica que mueve a este mundo afanoso del industrialismo naciente; previó también la salvación de Fausto a través de la recuperación de una cierta comunión mística, simbolizada en la inocente y provinciana Margarita.
La corriente de pensamiento existencialista, denuncia la inconsistencia del SER en este mundo sin objetivos trascendentes, sujeto a la amenaza de la muerte natural y los crímenes de un alma corrompida.
El mismo Heidegger, que se ocupa del “olvido del SER”, plantea el problema moderno que acarrea la apostasía de los valores a manos de la técnica, y como ello lleva a la enajenación e instrumentalización del SER por los objetos.
Esta especie de nueva miseria del hombre empirista, también la denuncia Gandhi en su planteamiento demandante de una nueva espiritualidad. Los métodos no violentos constituyen la base de la estrategia espiritual y humanista de lucha contra las injusticias del mundo, ante la cual no se debe resignar nada ni nadie.
Charles Péguy, ese recio filósofo francés y místico de lo realista, como buen profeta de calibre bíblico, lanza sus arengas contra la molicie espiritual del hombre burgués y contra las falacias de las sociedades hipócritas, de pensamiento obeso y de violenta reacción ante las demandas humanas más elementales.
Cree Péguy en el socialismo, pero no en este adocenamiento numeral del colectivismo, sino en el “comunitario”, ese que rescata a cada persona como centro de toda sociedad. Plantea la recuperación de los valores cooperativos, solidarios que caracterizaron al Medioevo, donde se daba una unidad dignificadora; pero no se queda con la estamentalidad rígida que caracterizaba a esa cultura. Conserva y reafirma la matriz cristiana, pero esa matriz heroica, no la timorata “salvacionista” de quienes temen las pruebas que todo hombre debe enfrentar para superar su insignificancia espiritual y su mediocridad existencial.
Gabriela Mistral acusaba a nuestra sociedad burguesa, de adolecer de una “piadosa”, cobardía. Porque se autoasignan la preferencia del Dios, que es coto privado de los poderosos, lo que les autoriza a menospreciar a los pobres de espíritu y a los pobres materiales. Exigen la incondicionalidad de ese Dios que les debe un cuidado preferencial.
No hay grandeza, humildad ni misericordia, que son las bases de la revolución que trajo Jesús de Nazaret. Entonces lo que queda es el lastre de una secta invaginada, exclusiva y excluyente, incapaz de entender a la humanidad como “comunidad” espiritual, carnal e histórica.
Desde la escuela de Hegel entienden el “espíritu de la historia”, como poder y dominación. La vertiente marxista del hegelianismo asaltó la misma idea, pero desde la barricada opuesta, instalando un “humanismo materialista” que, al autoasignarse la verdad histórica como verdad prepotente de poder, cayeron en las mismas falacias que terminan por destruir la esencia misma del humanismo, de ese humanismo que al decir de Protágoras considera al hombre como centro de todas las cosas. Pero no al hombre masa, sino a cada existente en su unicidad intransferible, en su libertad irrenunciable y en su caridad imprescindible.
Por eso es que estamos lejos de la órbita del humanismo, y debemos resignarnos a esperar una nueva espirutualidad, un nuevo renacimiento.
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