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lunes, 6 de agosto de 2012

CHILE FELIZ

Por Wilson Tapia Villalobos

Estamos acostumbrados a vernos como personajes taciturnos, medio grises, algo melancólicos, autorreferentes y con pizcas de envidia. Es la imagen que nos han hecho nuestros propios cronistas. Joaquín Edwards Bello es uno.  Y uno muy incómodo incluso para su propia clase. Porque es desde allí de donde nacen los referentes, los modelos a seguir, la represión para imponer conductas.Parece que es cierto que somos algo retraídos. Como isleños, dirán algunos.  Reprimidos por la cordillera y el océano o por esa aristocracia falaz, engendro de colonizadores que traían más ambición que cultura y muy poca generosidad.
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¿Pero somos felices los chilenos? Según el Ministerio de Desarrollo Social, sí.  La encuesta Casen afirma que, en una escala de uno a diez, nos calificamos con 7,2. Un resultado como para sentirnos satisfechos. Pero esta no es la primera vez que nos miden en cuanto a la felicidad. La Universidad de Columbia, al aplicarnos el felizómetro entregó un resultado de 6, también en una medición de uno a diez. Lo que nos colocaba en el lugar 43 entre 156 naciones que se consideraron en la muestra.  Y quedamos ubicados en el puesto 12, entre 26 naciones latinoamericanas.
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Esto de medir la felicidad como un elemento determinante más, parece ser una moda. Hasta Ministerios de la Felicidad se han creado.  Y, por supuesto, el ministro es un personaje que anda siempre con la sonrisa en los labios. Pero medir este estado emocional no es sencillo. Porque no lo componen solamente cuestiones materialmente mensurables.  Y tampoco es posible determinarlo de manera certera, si a usted le preguntan: ¿Cuán satisfecho está usted con su vida en este momento?, como lo hizo la Casen. Entre otras cosas, porque la persona consultada pensará, primero, como se siente entre sus más cercanos, entre sus cariños.  Y allí, obviamente, la respuesta tendrá que ser, a lo menos, satisfactoria.
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Pero existen otros datos concretos que hacen pensar de manera diferente.  Es evidente que un porcentaje apreciable de chilenos, se encuentra insatisfecho con la institucionalidad en que debe vivir. Instituciones fundamentales de una democracia, como la Política, la Justicia, el Gobierno, obtienen calificaciones pobrísimas.  Y si se mide el trato que le da el sistema al ciudadano, la percepción es tan o más pobre. No en vano periódicamente se ven manifestaciones contra la represión, la salud, la inequidad, la vejación que significa ser consumidor y no ciudadano, la educación de escasa calidad, el trato vejatorio contra los trabajadores en algunas áreas.
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Y si se abunda en cifras, Chile ocupa el segundo lugar con mayor cantidad de suicidios entre los miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).  Sólo es superado por Corea del Sur. En nuestro país, la tasa de suicidios aumentó en un 54,9% entre 1995 y 2011. En las cifras más cercanas, eso significa que 13 personas de cada 100 mil habitantes atentan contra sus vidas. Estos últimos datos son como para creer que “el dinero no hace la felicidad”.  El ingreso per cápita de Corea del Sur, en el año 2011, fue de US$ 31.700 y es una de las economías asiáticas más potentes.  Chile hoy se empina por sobre un per cápita de US$ 16.000.
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Tengo la sensación de que la felicidad de los chilenos está siendo utilizada.  En general, ha sido manoseada desde hace tiempo.  En los últimos años,  la transformaron en producto marketero.  Por lo tanto, era cuestión de esperar para que llegara a la política.  Si tomar Coca Cola podía hacer feliz, ¿por qué un político o una coalición no iban a lograr lo mismo?
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Pero en este terreno existe más de un problema. Quienes manejan el poder están lanzando mensajes contradictorios a través de los medios, especialmente de la TV.  Y si bien estos sirven para lograr posicionamiento en determinadas circunstancias, en otras claramente entran a generar visiones confusas y negativas. En cuanto a la felicidad, no basta la buena onda con que ha pretendido posicionarse -con o sin razones para ello- el ministro Joaquín Lavín.  Toda la batería gubernamental apunta a asustar a los chilenos.  A decirles que en el Sur hay una verdadera guerrilla en ciernes.  Que en las grandes ciudades, entre los guerrilleros urbanos (los encapuchados) y la violencia de los delincuentes, la vida de todos pende de un hilo.
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Por lo tanto, es necesario más represión, menos diálogo, nada de participación. Y en materia de equidad, ni pensar en abrir el bolsillo empresarial porque eso afectaría las inversiones.  Y si la banca, las universidades, los servicios básicos, las farmacias, los mall, quieren hacer de las suyas, habrá que crear Superintendencias que se encarguen de castigar a los culpables.  Claro, cuando toda esa institucionalidad sea creada.  Mientras tanto, dejen tranquilas a las autoridades. Los chilenos son felices.
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¿Alguien puede dudarlo?  Sólo los encapuchados del pensamiento.

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