Opinión Política (*)
LA DEMOCRACIA CRISTIANA Y LOS COMUNISTAS.
Por Martín Poblete
La prohibición impuesta por el régimen gobernante en Cuba a la persona de Mariana Aylwin, impidiéndole viajar a ese país para asistir y hablar en un homenaje a su difunto padre, el ex Presidente Patricio Aylwin, invitada por un grupo de socialcristianos cubanos encabezado por Rosa María Payá, ha generado una potencialmente importante controversia mas allá del embrollo diplomático en las relaciones bilaterales chileno-cubanas. El descriterio llegado desde La Habana terminó, predeciblemente, extrapolado a la política vigente en Santiago.
La prohibición impuesta por el régimen gobernante en Cuba a la persona de Mariana Aylwin, impidiéndole viajar a ese país para asistir y hablar en un homenaje a su difunto padre, el ex Presidente Patricio Aylwin, invitada por un grupo de socialcristianos cubanos encabezado por Rosa María Payá, ha generado una potencialmente importante controversia mas allá del embrollo diplomático en las relaciones bilaterales chileno-cubanas. El descriterio llegado desde La Habana terminó, predeciblemente, extrapolado a la política vigente en Santiago.
Para comenzar, el régimen cubano se apresuró a calificar el viaje de Mariana Aylwin como "una provocación", nada nuevo, todos los gobiernos comunistas describían a los disidentes y opositores con el derogatorio "provocadores", desde los tiempos de Felix Dzherzhinskii, primer jefe de la siniestra CHK designado personalmente por Lenin, hasta los actuales jefes de seguridad del estado en Cuba, en esto como en muchas otras cosas tuvieron considerable similitud con los fascistas. En Santiago, el diputado comunista Daniel Núñez repitió, cual loro bien entrenado, el "mantra" enviado desde el Caribe: "existió una voluntad de provocación".
No podía faltar la tradicional "paranoia comunista", acusando a Mariana Aylwin de estar "involucrada en un plan para generar inestabilidad externa".
En el plano interno chileno, este incidente ha vuelto a poner en agudos relieves las cada día mas insolubles dificultades de siquiera imaginarse un acuerdo político, incluyendo a democristianos y comunistas, esa ilusión ha quedado hecha trizas. En la realidad, la Democracia Cristiana y el Partido Comunista son dos partidos políticos demasiado diferentes, demasiado distintos, para insistir en tratar de ponerlos compartiendo una misma coalición; los separan drásticamente opuestas formas de hacer política y de entender la gestión de gobernar, no es necesario entrar a sesudas discusiones ideológicas o revolver los conflictos pasados en el marco del la Guerra Fría, para darse cuenta de esta realidad.
Entre los damnificados inmediatos está la candidatura de Alejandro Guillier; en un grueso error, el candidato ha optado por lenguaje equívoco para marcar su ambigüedad, en la percepción de los democristianos favoreciendo la línea venida desde La Habana, reproducida por los comunistas locales. Al evaluar mal las implicancias del incidente, Guillier ha logrado el rechazo a su persona y a su candidatura de la mayoría de los democristianos.
La Democracia Cristiana tiene su Junta Nacional el 11 de marzo próximo, siendo la proclamación de la candidatura presidencial de la senadora Carolina Goic el primer asunto a resolver. Luego, vendrá la discusión táctica entre ir a la primaria de una coalición cuyo nombre y estructura todavía no se conocen, o llegar con esa candidatura a la primera vuelta de la elección presidencial. La primera opción se complica, dañada por las consecuencias del incidente provocado por el régimen gobernante en Cuba, y por los problemas en reunir las adhesiones para cumplir con los requisitos del refichaje del PPD y el Partido Radical; la segunda opción, en cambio, se ve fortalecida, reforzando los argumentos de quienes sostienen su conveniencia pensando en reperfilar a la DC, recuperando su identidad diluída por la experiencia de la Nueva Mayoría.
(*) Las opiniones de los columnistas no representan necesariamente las de KRADIARIO ni tampoco de su editor, que abren sus páginas a todo tipo de ideas y pensamientos como defensores permanentes de la libertad de expresión.
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