La opinión de un teólogo
LA AMENAZA DE LA CONVIVENCIA
EN LOS DÍAS ACTUALES
Por Leonardo Boff
La ola de odio que crece en el mundo, y
claramente en Brasil, las discriminaciones contra afro-descendientes, nordestinos,
indígenas, mujeres, LGBT y miembros del PT, sin hablar de los refugiados e
inmigrantes rechazados en Europa ni de las medidas autoritarias del presidente
Donald Trump contra inmigrantes musulmanes, están destrozando el tejido social
de la convivencia humana a nivel nacional e internacional.
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La convivencia es un dato esencial de
nuestra naturaleza como humanos, pues nosotros no existimos, coexistimos; no
vivimos, convivimos. Cuando las relaciones de convivencia se desgarran algo de
inhumano y violento sucede en la sociedad y en general en nuestracivilización,
en franca decadencia.
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La cultura del capital hoy globalizada no ofrece
incentivos para que cultivemos el “nosotros” de la convivencia, sino que
enfatiza el “yo” del individualismo en todos los campos. La expresión mayor de
este individualismo colectivo es la palabra de Trump: “en primer lugar (first)
USA”, que bien interpretada es “sólo (only) USA”.
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Necesitamos rescatar la convivencia de todos con
todos los que habitamos una misma Casa Común, pues tenemos un origen y un
destino comunes. Divididos y discriminados recorreremos un camino que podrá ser
trágico para nosotros y para la vida en la Tierra.
Es bien sabido que la palabra “convivencia”, como
reconocen investigadores extranjeros (por ejemplo un académico alemán, T.
Sundermeier, Konvivenz und Differenz, 1995), tiene su nacimiento en dos fuentes
brasileras: la pedagogía de Paulo Freire y las Comunidades Eclesiales de Base.
Paulo Freire parte de la convicción de que la
división maestro/alumno no es originaria. Originaria es la comunidad
aprendiente, donde todos se relacionan con todos y todos aprenden unos de
otros, conviviendo e intercambiando saberes. En las CEBs es esencial el
espíritu comunitario y la convivencia igualitaria de todos los participantes.
Incluso el obispo y los curas se sientan juntos alrededor de la mesa y todos
hablan y deciden. No siempre el obispo tiene la última palabra.
¿Qué es la convivencia? La propia palabra contiene
en sí su significado: deriva de convivir, que significa conducir la vida junto
con otros, participando dinámicamente de la vida de ellos, de sus luchas,
avances y retrocesos. En esa convivencia se da el aprendizaje real como
construcción colectiva del saber, de la visión del mundo, de los valores que
orientan la vida y de las utopías que mantienen abierto el futuro.
La convivencia no anula las diferencias. Al
contrario, es la capacidad de acogerlas, dejarlas ser diferentes y así y todo
vivir con ellas y no a pesar de ellas. Sólo relativizando las diferencias y
favoreciendo los puntos en común surge la convergencia necesaria, base concreta
para una convivencia pacífica, aunque haya siempre niveles de tensión, por
causa de las legítimas diferencias.
Veamos algunos pasos hacia la convivencia
En primer lugar, superar la extrañeza porque
alguien no es de nuestro mundo. Pronto preguntamos: ¿de dónde viene? ¿qué ha
venido a hacer? No debemos crear dificultades, ni encuadrar al extraño sino
acogerlo cordialmente.
En segundo lugar, evitar hacernos rápidamente una
imagen del otro y dar lugar a algún prejuicio (si es negro, musulmán, pobre).
Es difícil pero es necesario para la convivencia. Bien decía Einstein: “es más
fácil desintegrar un átomo que sacar un prejuicio de la cabeza de alguien”.
Pero se puede sacar.
En tercer lugar, procurar construir un puente con
el diferente mediante el diálogo y la comprensión de su situación.
En cuarto lugar, es fundamental conocer su lengua o
rudimentos de ella. Si no es posible, prestar atención a los símbolos pues
revelan generalmente más que las palabras. Ellos hablan de lo profundo de él y
de nosotros.
Por último, esforzarnos para hacer del extraño un
compañero (con quien se comparte el pan) de quien se procura conocer su
historia y sus sueños. Ayudarlo a sentirse incluido y no excluido. Lo ideal es
hacerlo un aliado en la caminada del pueblo y de la tierra que lo ha acogido,
por el trabajo y la convivencia.
Hay que añadir que no se debe restringir la
convivencia solamente a la dimensión humana. Ella posee una dimensión terrenal
y cósmica. Se trata de convivir con la naturaleza y sus ritmos y darnos cuenta
de que somos parte del universo y de sus energías que pasan por nosotros en
cada momento.
La convivencia podrá hacer de la geo-sociedad,
menos centrada sobre sí misma y más abierta hacia arriba y hacia delante, menos
materialista y más humanizada, un espacio social en el cual sea menos difícil
la convivencia y la alegría de convivir.
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