PRIMERA CLASE
Por Gonzalo Andrés Vidueira Mociño
La columna de esta semana de Andrés Benítez,
aparecida en la Tercera, respecto del viaje del diputado Tellier, me permite
criticar una suntuosa y vacía retórica que tanto mal hace al país. Agota hasta
cierto punto que un rector de Universidad simplifique el debate sobre viajar en
primera clase, asegurando que: “nadie que prefiera viajar en economy (lo haga)
si puede ir en business o primera”. Esa lógica no es solamente criticable por
lo superflua o hedonista, sino por la falta de contenido crítico que se espera
de todo que aspire a liderar una casa de estudios de su importancia, y que, por
lo demás, se contradice contra el más escueto liberalismo.
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El rector no agota aquello en ese párrafo, sigue: “Porque
lo que sucede en los aviones es muy interesante. Todos los pasajeros abordan
por primera clase, donde ya están sentados sus ocupantes, muchas veces bebiendo
champagne. Pero nadie está descontento por ello. Nadie alega de injusticia, ni
discriminación. Es más, van todos felices a sus asientos, aunque son más pequeños.
¿Por qué? Porque todos se van de viaje. Así de simple”. El párrafo no
resiste análisis, y demuestra la barbarie detrás de alienar a los seres humanos
pretendiendo que la humillación que profieren con algunas de sus prácticas los
ricos, tiene un efecto inocuo en aquellos que no tiene los medios suficientes
para alcanzar los mismos bienes. ¡Envidia! Podrá espetar alguno. Pero a fin de
cuentas lo que hace Benítez es hablar por los que van atrás, sosteniendo que
ellos aceptan felizmente su condición. En este sentido recomiendo la
lectura de “Lo que el dinero no puede comprar” de M. Sandel, especialmente el
capítulo 1 sobre “Cómo librarse de las colas”. También recomiendo la
lectura del libro “Chavs. La demonización de la clase obrera”, donde de manera
simple, Owen Jones nos ejemplifica la fuerte estigmatización que están
sufriendo las clases populares, de parte de medios, políticos y gentes de otras
clases que hablan por ellas, sin conocerlas en profundidad.
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Vivir mejor por cierto que es un ideal
al cual todos queremos apuntar, el gran problema es definir qué es vivir bien o
mejor. Como decía Epicuro de Samos a Meneceo: “Si bien todo placer, por poseer
una naturaleza ajustada a lo humano, es un bien, no cualquiera debe elegirse.
Del mismo modo, todo dolor es un mal, pero no por ello debemos evitarlo
siempre”. El dolor y el placer para los injustamente llamados “hedonistas”
epicúreos, va según sus beneficios y perjuicios. Hay placeres que pueden
procurarnos perjuicios, como una sexualidad despreocupada nos puede llevar a
ser padres cuando o con quién no queramos; o el comer en exceso, puede
perjudicar nuestra salud de manera apremiante.
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Por otra parte, hay dolores que
pueden otorgarnos placeres luego de padecerlos, como el estudiar
concienzudamente a los clásicos o el entrenar sanamente, pueden llevarnos hasta
el límite de nuestras posibilidades en cada ramo. Así, lejos del hedonismo que
trasunta el retórico Benítez, lo que se sigue es verdaderamente un desprecio
por los modos de vida distintos de los que profesen un materialismo como el
referido (el viajar en primera como una máxima universal). En ello, Benítez
lamentablemente no está sólo, lo secunda un profesor de su misma casa de
estudio, respecto del mismo tema, ahora en el diario El Mercurio: “No es posible
aplacar el deseo de consumir, el deseo de tener más y el deseo de usar la plata
en lo que a cada uno mejor le plazca. No solo el lucro es lo que mueve al mundo
(cuando se le quita, como es el caso de Cuba, el tiempo se detiene), sino que
aspirar a consumir, a tener más comodidades y a diferenciarse es una aspiración
-legítima o no- de todas las personas. Incluso de quien, como
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Teillier, ha dedicado su vida a predicar lo
contrario”. Se reitera la universalización de un modo de vida determinado como
el correcto. Incluso el liberalismo clásico estaría en contra. Adam Smith
debate sobre la importancia de la benevolencia universal, el espectador
imparcial y lo correcto que se debe hacer para procurar el beneficio de las
clases populares. El debate por lo mismo no es obvio. John Stuart Mill por su
parte, tiene severas discusiones sobre el rol que cumple el placer en su idea
de utilidad: “Es mejor ser un ser humano insatisfecho que un cerdo satisfecho;
mejor ser un Sócrates insatisfecho que un necio satisfecho”. Epicuro lo auxilia
dos mil años antes, pues el placer como único fin, no lo entiende como placeres
disolutos, ni como los valores de aquellos de vida licenciosa; a lo que alude
la noción de placer es a la simple idea de no experimentar dolor en el cuerpo
ni turbación en el alma: “Pues ni los festejos ni los banquetes continuos, ni
el goce con mancebos y mujeres, ni tampoco los pescados ni todas las otras
viandas que trae una mesa suntuosa, fecundaran la vida buena, sino que el logos
[Λόγος, recto juicio, recto razonamiento] que escruta los principios de
toda elección y rechazo, y destierra las opiniones mediante las cuales se
inquietan las almas con máxima agitación”.
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Esto es lógico, pues a lo que aspira
Epicuro es al gran bien de la αύτάρκεια, autarkeia:
la autosuficiencia, poder absoluto o dominio de sí mismo. El cual no atiende a
que en todo momento disfrutemos de poco, sino para que, si no tenemos mucho,
con lo poco, disfrutemos en la convicción de que es más dulce el goce de la abundancia
cuando menos se la necesita, y que todo lo natural es fácil de lograr, pero lo
difícil consiste justamente en lo superfluo. Así el placer no es en viajar en
primera, sino justamente el carecer de dicha superflua necesidad que nos
perturba. Pepe Mujica, ex presidente de Uruguay, dirá de manera más simple, que
lo que hay detrás de las cosas suntuosas, es el tiempo en trabajo y esfuerzo
que perdimos tratando de obtenerlas. Lo que se busca es la άταραξια, ataraxia:
la imperturbabilidad del alma. Cuando alcanzamos la ataraxia, el ser humano
deja la tempestad, calma la búsqueda de completar el bien de su cuerpo y de su
alma. Porque el placer lo necesita cuando, por estar ausente, sufre dolor; pero
cuando no padecemos dolor, por lo mismo no precisamos placer de inmediato.
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La manera de pensar de los profesores
Benítez y Covarrubias da por sentado un hedonismo que no ha sido defendido por
ningún gran filósofo clásico. Y constituye la base de una retórica simple, y
con severas consecuencias en la moral y en el medio ambiente, dada su manera
ilimitada de defender el consumo y las necesidades de las pasiones humanas. Es
bueno decirlo con claridad: no todos necesitamos viajar en primera, ni tomar el
mejor vino. Tampoco es cierto que el lucro sea el único motor del mundo. Ambas
son simplificaciones impropias de profesores universitarios, pretendidos
liberales, que no hacen más caricaturizar una discusión que me parece exige
mejores elaboraciones.
(*) Las opiniones de los columnistas no representan necesariamente las de KRADIARIO ni tampoco de su editor que abren sus páginas a todo tipo de ideas y pensamientos como defensores permanentes de la libertad de expresión.
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