La pérdida del Valparaíso antiguo
LUGARES SAGRADOS
LUGARES SAGRADOS
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Por Agustín Squella
Valparaíso fue nuevamente noticia nacional, pero esta vez no por un incendio. Tampoco por una tempestad o un naufragio. Lo fue por el cierre de un bar, el Antiguo Bar Inglés, ese largo corredor sin ventanas con salida a dos calles, Blanco y Cochrane, y cuya penumbra acogía a los que entraban allí a comer algo, a beber, a jugar dominó, a charlar, a contarse algo de sus días.
Valparaíso fue nuevamente noticia nacional, pero esta vez no por un incendio. Tampoco por una tempestad o un naufragio. Lo fue por el cierre de un bar, el Antiguo Bar Inglés, ese largo corredor sin ventanas con salida a dos calles, Blanco y Cochrane, y cuya penumbra acogía a los que entraban allí a comer algo, a beber, a jugar dominó, a charlar, a contarse algo de sus días.
Alguien podría encogerse de hombros y decir que se trata
solo de un bar y que en Valparaíso tenemos cosas más importantes que lamentar.
Sí, las tenemos, pero lo que se acaba cuando cierra un bar o un café es lo
mismo que había sido inaugurado en el feliz momento de su apertura: un lugar
para el encuentro y la conversación, un sitio que sumar a las rutinas que
liberan de la carga de tomar decisiones cada vez que salimos de casa.
Bares y cafés son sitios de acogida, lugares que reconocemos
y donde somos reconocidos. Refugios donde poner la mente en blanco y en los que
se puede observar en paz los calculados desplazamientos de los mozos y las
acciones expertas del barman que bate cócteles detrás de la barra. A los bares
se entra tanto para estar solos como para estar con otros, con otros con los
que habitualmente no se habla, puesto que muchas veces lo que queremos es
hablar con nosotros mismos y escuchar allí con mayor claridad nuestras propias
voces interiores.
La barra del Antiguo Bar Inglés tiene 16 metros de largo. En
ella cabe una muchedumbre. Por su superficie ruedan los dados de los jugadores
de cacho, mientras los de los contendientes del dudo son examinados con
prolongada atención antes de declarar lo que se tiene o finge tener. Hasta hace
algunas décadas ninguno de esos juegos era posible en la barra ocupada entonces
por platos y fuentes con una impresionante variedad de canapés que los
parroquianos tomaban con libertad y declaraban luego con honradez a la hora de
efectuar el pago.
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Detrás de la barra, los vasos de cada uno de los clientes,
marcados con sus nombres, sin que nunca se haya sabido de un error al momento
en que el barman cogía uno de ellos. Nostalgia, podrán acusar algunos, pura
nostalgia, y lo que me pregunto es qué se puede tener contra la nostalgia, ese
sentimiento virtuoso que consiste en dar valor a las cosas buenas que tuvimos
en el pasado. Y si las tres primeras frases de este párrafo están en tiempo
presente, como si nada hubiera pasado con el Bar Inglés, es porque aliento la esperanza
de que reabra algún día bajo una nueva administración. Por ahora demos al Bar
Inglés por cerrado, mas no por perdido.
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Uno de los afanes de la existencia, una de las tareas a
cumplir para dar sentido a la vida, es descubrir cuáles son nuestros lugares
sagrados, aquellos a los que necesitamos volver constantemente para
encontrarnos con nosotros mismos. En mi caso son los bares, los cafés, los
estadios, el hipódromo, las salas de cine, las librerías, los templos vacíos.
No digo que sean los mejores ni los más recomendables, sino simplemente los
míos. No incluyo, por ejemplo, a los museos ni tampoco a las grandes catedrales
que permanecen abiertas solo para permitir la entrada de turistas con sus
ávidas cámaras fotográficas. Tampoco menciono los clubes sociales ni las
agrupaciones políticas. Si un club tiene algún valor, es en el bar y no en el
salón donde se llevan a cabo las reuniones de socios, y si un partido político
también lo tiene, es únicamente en el momento en que se levanta la sesión y los
camaradas parten a un bar y empiezan a decirse la verdad.
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La mejor descripción de un lugar sagrado es la que W. G.
Sebald hizo de la Sala de Lectura de los Marineros de la Bahía de Southwold. El
lugar abre todos los días a las siete de la mañana para acoger a los pescadores
y navegantes sin hogar que viven en las cercanías. Llegados allí se sientan en
sillas de alto respaldo y dejan pasar el tiempo hasta que se retiran poco antes
de medianoche. Pueden escribir cartas, charlar, tomar nota de sus recuerdos, jugar
una partida de billar o mirar cómo durante las tardes de invierno el mar rompe
contra el desolado paseo de la costa.
(*) El Mercurio
La noticia
(complemento de la Redacción de Kradiario)
El Bar Inglés, el mismo que ha testificado el último siglo del puerto desde su fundación como taberna en 1916, anunció en este mes de febrero, el cierre definitivo de sus puertas como consecuencia de una precaria situación económica.
(*) El Mercurio
La noticia
(complemento de la Redacción de Kradiario)
El Bar Inglés, el mismo que ha testificado el último siglo del puerto desde su fundación como taberna en 1916, anunció en este mes de febrero, el cierre definitivo de sus puertas como consecuencia de una precaria situación económica.
Según publicaciones en El Mercurio de Valparaíso hubo reuniones en 2016 entre el último dueño del inmueble, Jorge Harbin, y
autoridades de la Superintendencia de Insolvencia y Reemprendimiento, con el
fin de resolver “una propuesta efectiva frente a a sus millonarios pasivos“.
De acuerdo a la misma publicación, el Bar Inglés acarrea
deudas con bancos y la tesorería por cerca de $43 millones de pesos. El 5 de
enero se resolvió la liquidación del mismo. El último recurso:
en una junta extraordinaria de acreedores, se vio la posibilidad de “mantener
la continuidad de giro“, camino que terminó siendo inviable.
“Se declaró la liquidación concursal por el 2° Juzgado de
Valparaíso de la persona natural que administraba el Bar Inglés, él tenía el
contrato de arriendo, las patentes de alcoholes y tenía todo, pero los bienes
que están ahí son de un tercero. Se trató de dar la continuidad de giro, pero
la verdad es que los números no daban, entonces se tomó la decisión de cerrar
el local, despedir a la gente y entregar lo que haya que entregar“, comentó el
liquidador concursal Nelson Machuca Casanovas.
Los trabajadores del lugar (nueve en total) fueron
informados de la medida.. Lo que viene ahora es efectuar la
liquidación y vender los bienes muebles del Bar Inglés a fin de recaudar
fondos.
Esta pérdida en la vida cotidiana del puerto se agrega a otros anteriores. Especial recuerdo es por ejemplo el Roland Bar, uno de los más emblemáticos de la bohemia porteña. En
agosto de 1994, un derrumbe y posterior incendio obligó al cierre de este histórico lugar. Testigo
directo de las últimas noches del bar fue el pintor Gonzalo Ilabaca quien,
además de retratar en una serie de cuadros la vida del mismo, sitio de marineros,
registró en palabras sus vivencias, conversaciones y experiencias en el
Valparaíso de mediados de los 90, previo a la nominación de Patrimonio de la
Humanidad.
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