Por Boaventura de Sousa Santos*
Significa volver a ser lo que fue hasta
el siglo XIV, un rincón insignificante de la Gran Eurasia en el que el
Mediterráneo oriental se erigía como puente entre los mundos oriental y
occidental conocidos entonces. Trump comenzó a desestabilizar Europa en 2016,
devorándola para mitigar las peores consecuencias del declive del imperialismo
estadounidense.
El proceso no empezó con él y continuó
después, con Biden y por otros medios: en lugar de la guerra comercial, la
guerra de Ucrania. Estamos, pues, ante un proceso histórico que analizamos con
la dificultad de quien analiza la corriente de las aguas mientras es arrastrado
por ellas.
A partir del siglo XV, Europa se llamó
a sí misma la educadora del mundo. Y la cartilla de los educadores estaba
dominada por la idea de que educar al otro es devorar al otro. Devorar es un
progreso para los que devoran y un destino común para los que son devorados.
Devorar es siempre progreso, ya sea devorar mediante la evangelización, la
compra, el robo, la ocupación, la guerra o la asimilación. Por devorar
entendemos una forma de antropofagia.
Por llamativas que sean las rupturas
entre la política de siempre y el tsunami Trump, tiendo a ver continuidades y
son éstas las que significan el peligro de los tiempos que vivimos. El hecho de
que se enfaticen las rupturas nos hace pensar que una vez que Trump sea
historia, todo volverá a ser como antes. No será así. Trump es históricamente
el espectáculo del declive de lo que llamamos Occidente. No es el declive de
EEUU, es el declive de Europa y del mundo occidental
La matriz europea de Trump
La matriz europea tiene los siguientes
componentes: superioridad civilizatoria; racionalidad instrumental;
exclusividad epistémica de la ciencia y la tecnología; íntima relación entre
comercio y guerra; conquista o contrato desigual; pacta sunt servanda cuando
conviene; línea abisal entre seres plenamente humanos y seres infrahumanos; la
naturaleza nos pertenece, nosotros no pertenecemos a la naturaleza; soberanía,
enemigos internos y enemigos externos; dialéctica revolución/contrarrevolución.
Esta matriz no es exhaustiva, ha tenido
múltiples interpretaciones y versiones y ha producido efectos contradictorios.
La modernidad europea también permitió a dos grandes intelectuales malditos,
uno al principio del ciclo y otro al principio del fin del ciclo, ver como
nadie las contradicciones de las interpretaciones dominantes de esta matriz y
las catástrofes que produciría. Me refiero a Baruch Espinosa y a Karl Marx.
La
superioridad civilizatoria
En la modernidad occidental, la
superioridad civilizatoria presupone la superioridad racial. A su vez, la
superioridad racial presupone que no se pueden utilizar los mismos
procedimientos e instituciones con los inferiores que con los iguales. Según la
lógica secular, de Aristóteles a Nietzsche, sería una contradicción tratar a
los desiguales como iguales. El racismo y el militarismo han sido siempre los
subtextos de la superioridad civilizatoria. Devorar en nombre de la
superioridad civilizatoria, sea cual sea el instrumento utilizado, provoca una
forma específica de ansiedad derivada de la posible reacción de aquellos
destinados a ser devorados. El racismo deshumaniza para legitimar la brutalidad
de la represión, el militarismo elimina. Trump prefiere el racismo extremo
porque le permite combinar la deshumanización con la eliminación. A diferencia
de los indios, los inmigrantes no tienen que ser eliminados. Se les traslada a
sus países de origen o a nuevas reservas, ya sea en Guantánamo o en El
Salvador. Los inmigrantes son esposados para dramatizar el contraste con la
liberación de los verdaderos estadounidenses.
La racionalidad instrumental y la
exclusividad epistémica de la ciencia y la tecnología
El principio moderno de que el
conocimiento es poder sólo sería un principio benévolo si se reconociera la
pluralidad de conocimientos existentes en el mundo y se celebraran las
posibilidades de enriquecimiento mutuo. En lugar de ello, se dio prioridad
exclusiva a la ciencia y, más tarde, a la tecnociencia.
Esto tuvo las siguientes consecuencias: un desarrollo científico y tecnológico sin precedentes; el epistemicidio masivo, es decir, la destrucción, supresión o marginación de todos los conocimientos considerados no científicos; la construcción de un sentido común según el cual ser racional es adaptar los medios a los fines propuestos sin que éstos sean objeto de discusión (eficacia); la devaluación de la ética resultante de la sustitución de lo razonable por lo racional; creciente discrepancia entre la conciencia técnica y la conciencia ética, en detrimento de esta última.
Rechazo de los límites externos del conocimiento científico, es
decir, de las preguntas que la ciencia nunca podrá responder por mucho que
avance, por la sencilla razón de que esas preguntas no pueden formularse
científicamente (por ejemplo, ¿cuál es el sentido de la vida? ); la tendencia a
convertir los problemas políticos en técnicos y a reducir las cuestiones
cualitativas a cuantitativas.
Elon Musk es la cara visible y
caricaturesca del extremismo al que puede conducir este tipo de racionalidad.
Pero él no es la causa, sino la consecuencia. Quienes le critican por su
triunfalismo delirante son los mismos que celebran la inteligencia artificial
sin darse cuenta de que son dos manifestaciones del mismo tipo de inteligencia
y del mismo tipo de artificialidad. Llevada a su extremo, la racionalidad
instrumental implica irracionalidad ético-política. El crecimiento actual de la
extrema derecha es una de las muestras de ello.
(*) Sociólogo portugués. Aporte de la agencia italiana Others News.
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