Por Veronica Smink – BBC News Mundo
Hace 75 años, el 1 de octubre de
1949, el Partido Comunista tomaba el poder en China, poniendo fin a una larga
guerra civil, y su líder, Mao Zedong (Mao),
, anunciaba el nacimiento de una nueva
nación: la República Popular de China (RPC).
El país atravesó enormes cambios. Mao instaló políticas marxistas, pero a diferencia del comunismo soviético, centrado en la clase obrera, la revolución maoísta se basó en los campesinos.
El objetivo de Mao era
industrializar al país y transformar la tradicional economía agraria china.
Para ello creó brigadas de trabajo y granjas colectivas, prohibiendo la
agricultura y la propiedad privada.
La colectivización y
centralización de la economía transformaron a la sociedad china.
Pero «El Gran Salto Adelante»
-como llamó Mao a su proceso de industrialización- también provocó una
gravísima insuficiencia alimentaria y al menos 20 y hasta 45 millones de
personas, según diferentes fuentes, murieron de hambre entre 1958 y 1962.
Mao ahondó sus políticas
comunistas y lanzó a mediados de la década de los 60 otra de sus políticas más
controvertidas: la «Revolución Cultural», una campaña contra los partidarios
del capitalismo en China bajo el pretexto -destacan los historiadores- de
eliminar a sus enemigos políticos en el seno del Partido Comunista Chino
(PCCh).
Millones de personas fueron
aterrorizadas por la Guardia Roja, los jóvenes movilizados por Mao para
eliminar a la «cultura burguesa».
Pese a ello, un intenso culto a
la personalidad convirtió a Mao en una especie de divinidad nacional.
Su imagen sigue muy presente en
la vida diaria del país asiático. Sin embargo, hoy la República Popular de
China no podría ser más distinta de lo que la que concibió «El Gran Timonel».
Superpotencia
75 años después de su fundación,
la China actual parece casi opuesta a la nación que concibieron los fundadores
del PCCh.
Mientras que Mao colectivizó el
trabajo, centralizó la economía y persiguió a los partidarios del capitalismo,
hoy China es el segundo país del mundo con más millonarios (hay más de 6
millones, según el último Informe de riqueza global de UBS).
Su Producto Interno Bruto (PIB)
solo es superado por el de Estados Unidos, que tiene apenas 6 empresas más que
el gigante asiático (139 vs 133) en la lista de las 500 corporaciones más
grandes del mundo, según el listado de 2024 de la revista Fortune
También tiene el sector bancario
más acaudalado y la entidad con mayores activos: el Banco Industrial y
Comercial de China (ICBC).
¿Cómo se explica, entonces, que
el país comunista más grande del mundo tenga este nivel de riqueza y se
encamine -según algunos analistas- a convertirse en la principal superpotencia
económica del planeta?
Todo se debe a los cambios que
introdujo a partir de 1978 -dos años después de la muerte de Mao- Deng
Xiaoping, quien impulsó un programa económico que se conoció como «Reforma y
apertura».
Deng hizo todo lo contrario a lo
que pregonaba Mao: liberalizó la economía, permitiendo el resurgimiento del
sector privado y descentralizó el poder, dejando la toma de decisiones en manos
de las autoridades locales.
Desmanteló progresivamente las
comunas y les empezó a dar mayores libertades a los campesinos para que
pudieran administrar las tierras que cultivaban y vender los productos que
cosechaban.
También se abrió al exterior:
viajó a EE. UU. y selló los lazos con Washington, tras el histórico primer paso
que dio Richard Nixon al visitar China en los últimos años de Mao, en plena
Guerra Fría.
Así, empezaron los contratos
comerciales entre la RPC y Occidente, dando paso a la entrada en la economía
del país asiático de inversiones extranjeras y multinacionales icónicas del
capitalismo, como Coca-Cola, Boeing o McDonald’s.
«Socialismo con características
chinas»
El modelo económico introducido
por Deng, basado en una economía de mercado, se bautizó oficialmente
«Socialismo con características chinas».
Fue una fórmula exitosa que
permitió que China empezara a crecer a niveles récord y sostenidamente, durante
cuatro décadas.
El Banco Mundial estima que más
de 760 millones de chinos salieron de la pobreza gracias a las reformas, algo
sin precedentes.
Algunos expertos lo llaman «el milagro económico más impresionante de cualquier economía en la historia».
Los líderes posteriores -Jiang
Zemin, Hu Jintao y el actual mandatario del país, Xi Jinping (en la foto al centro)- mantuvieron las
reformas aperturistas.
China se modernizó y hoy no solo
domina la fabricación de ropa, textiles y electrodomésticos. También es un
gigante tecnológico.
Si miras a tu alrededor, verás
que muchos de los productos que utilizas proceden de allí.
Lenovo, otra empresa privada
china, es la que más ordenadores vende en el mundo.
Y la plataforma Alibaba es una
de las principales empresas de comercio electrónico del planeta.
Con todo, cabe preguntarse:
¿podemos seguir llamando a China un país comunista?
Poder absoluto
Desde el punto de vista
político, la respuesta es: definitivamente, sí.
Un siglo después de su creación,
el PCCh sigue siendo la única fuerza política en China y gobierna de forma
vertical y jerárquica, con dirigentes en cada ciudad y región del país.
La estructura del partido es
piramidal y en su base hay más de 95 millones de miembros.
El presidente de China es
elegido por la Asamblea Popular Nacional -el Parlamento-, que está controlado
por el PCCh.
«El PCCh no es un partido
político tal como entendemos este tipo de organización en una democracia
multipartidista. Es un Partido-Estado», explicó en un artículo en la revista
Política Exterior Jean-Pierre Cabestan, catedrático de Ciencias Políticas de la
Universidad Baptista de Hong Kong y uno de los mayores expertos en China.
Este Partido-Estado presta mucha
atención al control de su ideología: no existe la libertad de prensa y, con
excepción de unos pocos medios escritos privados, el sector mediático está bajo
control estatal.
Según el organismo de derechos
humanos Human Rights Watch, el gobierno chino «mantiene un estricto control
sobre internet, los medios masivos y la academia».
También «persigue a comunidades
religiosas» y «detiene de forma arbitraria a los defensores de los derechos
humanos».
Pero si se analiza al país desde
una perspectiva económica, ahí la historia es otra.
«Económicamente China hoy está más cerca del capitalismo que del comunismo», opinó a BBC Mundo la analista internacional, experta en Asia, Kelsey Broderick.
«Es una sociedad de consumo, lo
que es totalmente opuesto al comunismo», destacó.
Sin embargo, Broderick advirtió
que, aunque a primera vista la economía china parece completamente capitalista,
«si remueves la primera capa, puedes sentir la pesada mano del partido».
El control que ejerce esta «mano
invisible» se siente más en lo alto de la pirámide económica, afirma. El Estado
determina, por ejemplo, el precio del yuan y quién puede comprar divisas.
Y es el que controla las
empresas más grandes del país, que manejan los recursos naturales.
El PCCh también es oficialmente
el dueño de toda la tierra en China, aunque en la práctica las personas pueden
poseer propiedades privadas por un determinado número de años.
Y controla el sistema bancario,
por lo que decide a quién se le otorga préstamos.
Incluso las empresas privadas
chinas deben someterse a inspecciones estatales y tienen «comités partidarios
que pueden influenciar la toma de decisiones», cuenta Broderick.
Esto último también ocurre con
algunas firmas extranjeras que operan en el país, en el caso de que tengan tres
o más miembros del PCCh empleados (una situación no poco común teniendo en
cuenta los más de 95 millones de miembros).
Este borroso límite entre lo
privado y lo estatal está detrás de la controversia que ha afectado en los
últimos años a Huawei, luego de que EE.UU. acusara a la principal empresa
privada de equipos de telecomunicaciones de China de ser un frente para el espionaje
estatal (algo que la compañía niega).
«Capitalismo estatal»
Estos rasgos socialistas que aún
persisten en el modelo económico chino, y que han llevado a que muchos
analistas lo tilden de «capitalismo estatal», también han exacerbado la guerra
comercial entre China y EE.UU.
«Las empresas privadas chinas
tienen una doble ventaja: toman créditos de bancos públicos y reciben subsidios
energéticos de las empresas estatales que controlan toda la producción de
energía del país», señala el periodista y analista internacional Diego Laje.
No obstante, el periodista
destaca que «en el día a día la intervención del Estado no se siente, lo que da
una sensación de libertad» que hace que en muchos sentidos la economía china
opere como un sistema capitalista.
Inequidad
Si bien la liberalización de la
economía ha reducido fuertemente la pobreza, también ha aumentado la brecha
entre ricos y pobres.
Se nota en los servicios de
salud: la mayoría de los chinos dependen del sistema público, muchas veces
abarrotado, pero los más ricos acuden a hospitales privados.
La educación china también ha
sufrido cambios. Sigue siendo estatal pero ya no es completamente gratuita.
«Hay 9 años que son obligatorios
y no se pagan. Pero para ir al secundario y la universidad hay que pagar», le
dijo a BBC Mundo Xiao Lin, una intérprete originaria del sureste de China que
emigró a Pekín para estudiar y trabajar.
Xiao es una de las muchas
personas que padece la profunda crisis inmobiliaria por la que atraviesa China,
con decenas de miles de casas nuevas sin vender porque muchos no pueden
pagarlas.
«Las casas son cada vez más
caras y solo los ricos pueden comprarlas. Los profesionales jóvenes como yo no
podemos acceder a tener nuestra propia vivienda y dependemos de nuestros padres
o abuelos», cuenta.
Estas diferencias
socioeconómicas están muy lejos de lo que propone el comunismo, que apunta
precisamente a eliminar las clases sociales.
¿Contradicción?
¿Cómo explica el PCCh, que en el
pasado persiguió a quienes creían en el «capitalismo», el éxito de su
«capitalismo estatal» que ha llevado a China a convertirse en la segunda
economía más grande del mundo?
Según Anthony Saich, director
del Ash Center de la Universidad de Harvard y autor del libro From Rebel to
Ruler: 100 Years of the Chinese Communist Party («De rebelde a dirigente: 100
años del PCCh»), la dirigencia del partido simplemente cambió el relato.
«Los actuales líderes de China
han reescrito la historia de una manera que borra este aspecto de la historia
oficial», le dijo a BBC Mundo.
«Si bien admiten que Mao pudo
haber cometido algunos errores, ignoran el ataque a los ‘seguidores de la vía
capitalista’ y explican la Revolución Cultural como un experimento del cual el
partido aprendió. Enfatizan que fue un ataque a la corrupción, al burocratismo,
etc.».
«Xi Jinping, en lugar de ver la
era pos-1949 dividida en dos historias (una bajo Mao y otra bajo reformas) lo
considera una línea ininterrumpida de experimentación que ha resultado en lo
que el partido es hoy», señaló.
Saich, al igual que muchos otros
expertos, resalta que, bajo Xi, China «se ha alejado de las influencias más
liberales del mercado que se experimentaron anteriormente».
Por su parte, Laje observa que
también se ha endurecido. «Están aumentando los niveles de represión y control
y se ha perfeccionado la tecnología para que hoy China sea un Estado policial
perfecto».
Para Broderick, el líder chino
«está convencido de que la desintegración de la Unión Soviética se dio porque
dejaron de lado sus raíces comunistas y no quiere que eso ocurra en su país».
Sin embargo, consultado sobre si
la China de Xi se está haciendo más capitalista o más comunista, Saich opina
que ninguna de las dos opciones es acertada: «Es más estatista».
*Esta nota fue publicada originalmente el 1 de octubre de 2019, por el 70º aniversario de la fundación de la RPC, y ha sido actualizada. Aporte de la Agencia Europea Other News con sede en Roma. Hoy se celebra el Día Nacional de China.
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