Opinión de experto
¿PODRÁN SOBREVIVIR LOS PARTIDOS POLÍTICOS?
Por Hugo Latorre Fuenzalida.
En las sociedades a través de la historia se dan diversas instituciones
dominantes, es decir que ejercen un poder destacado, una influencia universalizada,
una verdadera hegemonía. Así, antaño estuvimos acostumbrados al rol dominante
de los soberanos, que hoy ya casi desaparecen o quedan relegado a la formalidad
puramente simbólica; también la Iglesia Católica tuvo en nuestra América,
y antes en Europa, un protagonismo que acreditaba una verdadera dominación
social.
Hoy por hoy, esa institución religiosa se afana y pretende ser como
antes, pero todos sabemos que su poder está decayendo aceleradamente urbi
et orbi. La prensa escrita puede ser otro ejemplo, así como los
teléfonos fijos, el telégrafo junto al servicio de correo estatal, también los
regimientos de caballería o las fuerzas montadas. Todas estas verdaderas
instituciones funcionales a la modernidad, ya están siendo reemplazadas de manera
irreversible.
Los partidos políticos parecen ser otra institucionalidad que comienza a
declinar a ojos vistas. Los partidos ideológicos o de masas, de cuadros o como
se quiera, representaron un tipo de organización social y cultural que ya está
siendo traída por los cabellos de la cultura posmoderna y de un capitalismo
postindustrial, postlaboral, posthistórico y postsocial, como los describen
Alain Touraine, Daniel Bell, Vattimo, Lyotard, Baudrillard, etc.
Ya no se trata sólo de una renovación de las élites, como proponía
Wilfredo Pareto; es un cambio de paradigma estructural de la sociedad, parecido
a los que planteaba Thomas Khun para el caso del saber y hacer científico. Hay
cosas que la historia deja atrás, aunque las arrastre por un tiempo con desempeño
casi bochornoso, por parte de dichas instituciones rémoras. Es como esos
señores de alta posición que luego se arruinan pero siguen con los modos,
discursos y actitudes de gente principal, aunque su atuendo señale otra cosa.
Así ha pasado y está pasando con los partidos socialdemócratas, los
partidos comunistas, los partidos socialcristianos, los partidos socialistas.
Los partidos de derecha se mudan pero reaparecen con el rostro pintarrajeado de
conservadores, demócratas o de fascistas, dependiendo de los vientos que
soplen. Porque la derecha es como un virus mutante, siempre muestra capacidad
de ataque, sólo cambia su estructura en la membrana, permaneciendo intacto su
núcleo. Es que en la derecha las lealtades se afilian al interés económico y eso
está presente en todas las formas organizativas de la sociedad. En Chile, por
ejemplo, la derecha ha sido dominantemente conservadora hasta mediados del
siglo XX, de hecho el partido hegemónico del sector fue el partido conservador;
luego aparecen los liberales del Partido Nacional que son reemplazados, a su
vez, por el Partido Renovación Nacional y los conservadores por la UDI. Ahora
de la UDI y R.N. salen Evópolis y Amplitud, que pretenden ser más
abiertos y actuales, ideológicamente, que los ultramontanos
dominantes al interior de la UDI y RN. Es que la lógica militarista y total del
poder no produce los grandes réditos que antaño les concedió.
Por la izquierda, la diáspora es conducida por los nuevos movimientos
como los ex estudiantes del 2011, los anarquistas, movimientos de derechos
humanos, ecologistas, minorías sexuales, ambientalistas, animalistas,
pensionados, etc.
El fracaso de los socialdemócratas y socialcristianos es de carácter
terminal; mueren de anemia progresiva; ya no llega sangre al corazón de esos
partidos, hasta que finalmente colapsan; ni siquiera logran reproducirse en
generaciones de reemplazo, con otras denominaciones. Así pasó en Italia,
Francia, Venezuela, Paraguay, Perú…., y está pasando en Chile.
Una transición
La caída se ha vuelto tan vertiginosa, en los últimos cinco años, que
quienes pretendan gobernar al país, en el futuro inmediato, deben cambiar el
foco de sus alianzas de poder, de lo contrario estarán operando con
fantasmagorías del pasado y no con las fuerzas vivas del futuro.
En este sentido, las formas institucionales de la representación
ciudadana y del poder deben ser reformuladas totalmente. Los grupos políticos
del futuro serán menos universales y más plurales; en su estructura se dará la
semejanza a la operatividad de la “teoría de conjuntos” que la de grandes
bloques cerrados. Allí podrán intersectar distintos sub grupos que coincidirán
parcialmente con los otros subgrupos del conjunto mayor. Esta nueva diversidad
y porosidad de los partidos implica un sistema de gobierno más parlamentario
que presidencial, donde los acuerdos de gobierno se instalen, ya no a fardo
cerrado en una elección programática de un bloque social, sino de propuestas
acordadas y transadas entre actores que debaten día a día sus acuerdos y
desacuerdos.
Las estrategias de poder serán más parecidas a los “Fabianos” que a los
Espartaquistas; estrategias de “impregnación” más que de “asalto al palacio”.
Las estructuras de poder desconcentradas prevalecerán, entonces, sobre
las estructuras densificadas y jerárquicas; las propuestas serán de relatos
ideológicos intermedios (Merton) o de pequeños relatos (Lyotard), ya no los
grandes discursos totalistas de los iluministas iluminados.
El Ser mismo de los partidos debe ser “adelgazado” (Vattimo), es decir
debilitado, porque cada vez que se construye un poder fuerte, se transforma en
despótico.
Pero este proceso posmoderno, del poder en redes o rizomas
(Deleuza-Guattari), puede perfectamente derivar en tiempos de crisis económica,
asociado con crisis migratorias, en una fascistización, con movimientos
sustentados en liderazgos autoritarios y estructura de masas manipuladas,
atrapadas en una conciencia débil (del “pobre hombre”; Eric Fromm) y en
una acción pasotista, despótica y destructiva.
Pero esta salida es reactiva, no es estructural. Los liderazgos
retaliativos (que buscan siempre un chivo expiatorio de los males propios) de
masas fascistas, no duran ni se estructuran, pero como trombas tropicales
arrasan, destruyen y se van.
No estamos libres de estos ciclones temporales, pero la tendencia
global es estructurar nuevas formas del poder, que reflejarán las nuevas
formas sociales de organización y cultura.
Estamos asistiendo, entonces al fin de una época y debemos estar atentos
cómo se condensan las redes y los movimientos, los rizomas y la subjetivación
(Alain Touraine; “El fin de la sociedad”.), con su nueva forma directa de
explicitar y denunciar, sobre una ética universal, pero asumida de manera
autónoma, y ya no mediada por la institucionalidad jurídica, religiosa o
ideológica, es decir social. Los derechos humanos, los derechos de minorías y
la equidad como dirección del poder, serán los grandes fundamentos de esa ética
directa o dessocializada.
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