La opinión de un teólogo
¿EXISTE VIDA EXTRATERRESTRE?
Por Leonardo Boff
Científicos de la NASA han descubierto una estrella Trappist-1, distante
39 años luz de la Tierra, con siete planetas rocosos, tres de ellos con posibilidad
de agua y por lo tanto de vida. Este descubrimiento ha replanteado la cuestión
de una eventual vida extraterrestre. Hagamos algunas reflexiones sobre el tema,
fundadas en nombres notables en esta área.
Las ciencias de la Tierra y los conocimientos provenientes de la nueva
cosmología nos han habituado a situar todas las cuestiones en el marco de la
gran evolución cósmica. Todo está en proceso de génesis, condición para que
surja la vida.
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La vida es considerada como la realidad más compleja y misteriosa del
universo. El hecho es que hace cerca de 3,8 mil millones de años, en un océano
o en un pantano primordial, bajo la acción de tempestades inimaginables de
rayos y de elementos cósmicos del propio Sol en interacción con la geoquímica
de la Tierra, esta llevó hasta el extremo la complejidad de las formas
inanimadas. De repente se superó la barrera: se estructuraron cerca de 20
aminoácidos y cuatro bases fosfatadas. Como un inmenso relámpago que cae sobre
el mar o el pantano irrumpió el primer ser vivo.
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Como un salto cualitativo en nuestro espacio-tiempo curvo, en un rincón
de nuestra galaxia media, en un sol secundario, en un planeta de quantité
négligeable, de tamaño mediano, en la Tierra, emergió la gran novedad: la
vida. La Tierra pasó por 15 grandes destrucciones masivas pero, como si fuera
una plaga, la vida nunca se extinguió.
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Veamos rápidamente la lógica interna que permitió la eclosión de la
vida. La materia y la energía del universo a medida que avanzan en su proceso
de expansión tienden a tornarse cada vez más complejas. Cada sistema se
encuentra en un juego de interacciones, en una danza de intercambio de materia
y de energía, en un diálogo permanente con su medio y reteniendo información.
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Biólogos y bioquímicos, como Ilya Prigogine (premio Nobel de química
1977), afirman que existe una continuidad entre los seres vivos y los inertes.
No necesitamos recurrir a un principio transcendente y externo para explicar la
aparición de la vida, como suelen hacer las religiones y la cosmología clásica.
Basta que el principio de complejización, autoorganización y autocreación de
todo, también de la vida, llamado principio cosmogénico, estuviese
embrionariamente en aquel puntito ínfimo, surgido de la Energía de Fondo, que
después explotó. Uno de los más importantes físicos de la actualidad, Amit
Goswami, sostiene la tesis de que el universo es matemáticamente inconsistente
sin la existencia de un principio ordenador supremo, Dios. Por eso, para él, el
universo es autoconsciente (El universo autoconsciente, 1998).
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La Tierra no tiene el privilegio de la vida. Según Christian de Duve,
premio Nobel de biología (1974): «Hay tantos planetas vivos en el universo como
hay planetas capaces de generar y sustentar la vida. Una estimación
conservadora eleva su número a miles de millones. Billones de biosferas surcan
el espacio en billones de planetas canalizando materia y energía en flujos
creativos de evolución. Hacia cualquier dirección del espacio que miremos hay
vida (...). El universo no es el cosmos inerte de los físicos, con una
pizca de vida por precaución. El universo es vida con la estructura
necesaria a su alrededor» (Polvo vital: La vida como imperativo cósmico,
Río de Janeiro, 1997, 383).
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Es mérito de la astronomía, en la franja milimétrica, haber identificado
un conjunto de moléculas en las cuales se encuentra todo lo que es esencial
para dar inicio al proceso de síntesis biológica (Longair, M., Los
orígenes de nuestro universo, Río de Janeiro, 1994, 65-66). En los
meteoritos se han encontrado aminoácidos. Estos sí son los eventuales
portadores de las arqueobacterias de la vida. Probablemente hubo varios
comienzos de vida, muchos frustrados, hasta que se afirmó definitivamente.
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Se presume que las más diversas formas de vida provienen de una única
bacteria originaria (Wilson, O . E., La diversidad de la vida,
1994). Con los mamíferos surgió una nueva cualidad de la vida: la sensibilidad
emocional y el cuidado. Entre los mamíferos, hace cerca de 70 millones de años
se destacaron los primates, después, hace unos 35 millones de años, los
primates superiores, nuestros abuelos genealógicos, y hace 17 millones de años,
nuestros predecesores, los homínidos. Hace unos 8-10 millones de años surgió en
África el ser humano, el australopiteco. Por fin, apareció hace 100 mil años el Homo
sapiens-sapiens/demens-demens del cual somos herederos inmediatos
(Reeves, H. y otros, La historia más bella del mundo, 1998).
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La vida no es fruto de la casualidad (en contra de Jacques Monod, El
azar y la necesidad, 1979). Bioquímicos y biólogos moleculares mostraron
(gracias a los computadores de números aleatorios) la imposibilidad matemática
del azar puro y simple. Para que los aminoácidos y las dos mil encimas
subyacentes pudiesen aproximarse y formar una célula viva serían necesarios billones
y billones de años, mucho más que los 13,7 mil millones de años de la edad del
universo. El llamado azar es expresión de nuestra ignorancia. Estimamos que la
evolución ascendente es producir más y más vida, también extraterrestre.
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