Puede parecer hasta casi infantil aseverar que, en la
organización política del Estado, bajo el modo de producción capitalista, tanto los sectores dominantes como
los dominados deben actuar debidamente representados por los partidos políticos. No es casualidad.
El modo de producción capitalista es un modo de dominación, lo cual implica tener presente que los deberes
exigidos a las clases dominantes se exigen, con mayor razón, a los sectores dominados pues, como dice el I
Ching ‘lo que está arriba está abajo y lo que está abajo está arriba’.
Capitalismo y representación
La necesidad de actuar representados bien pudo
ser aplicada solamente a los sectores dominantes y no a los dominados; pero, en los modos de dominación, lo
que es bueno para quienes dominan ha de serlo, también, para los dominados. Así ha ocurrido en el pasado, así sucede en el presente.
Si bien es cierto que el afán de apoderarse
de cuotas cada vez más altas de plusvalor mantiene ocupados a los dueños del capital, no quiere decir
tal afirmación que así va a continuar sucediendo en el futuro. No. El espectacular desarrollo que
experimentan las fuerzas productivas, a la vez que libera la fuerza de trabajo necesaria para acrecentar el capital y la
reemplaza por maquinaria útil —produciendo, con ello, mayor percepción de plusvalor relativo—, también
libera al capitalista de ciertas preocupaciones y le permite incursionar con éxito en la política, haciendo
innecesarios algunos cupos de representación.
La vieja sentencia, según la cual, ‘al ojo del amo engorda el
caballo’ inicia su rápida retirada ante el avance incontenible de la IA.
La representación política de esos sectores se realiza a
través de la democracia que, a su vez, se apoya en la existencia de partidos políticos y elecciones periódicas,
libres, secretas e informadas. Quienes no pertenecen a partidos o no quieren dar su voto a los candidatos
designados por esas organizaciones políticas pueden, en ciertos casos, votar por independientes aceptados, en esa
calidad, por algunos regímenes.
Clases sociales en el MPK
En la teoría clásica, dentro del MPK (Modelo Pedagógico Kentenijiano) se reconoce la
existencia de dos clases antagónicas entre sí que son compradores y vendedores de fuerza o capacidad de trabajo
(no ‘izquierda’ ni ‘derecha’).
Los compradores de esa mercancía se separan, en la rotación
del capital, a su vez, en industriales, comerciantes y banqueros. Si tales segmentos sociales
decidieran participar activamente en política, deberían hacerlo debidamente representados. En consecuencia,
deberían existir partidos que asumiesen la representación de cada uno de ellos.
Las fracciones que componen la clase de
compradores de fuerza o capacidad de trabajo no poseen idénticas cuotas de capital. Algunas tienen lo
suficiente; otras, no tanto; y muchas de esas fracciones solamente poseen sumas pequeñas que, a menudo, tratan
inútilmente de acrecentar.
De todas maneras, para todas ellas es muy difícil participar en política; el
camino que han elegido las absorbe. Se forman, entonces, grupos según el capital que poseen para conformar, de esa
manera, fracciones pequeñas, medianas y grandes. Aparecen, así, pequeños, medianos y grandes
empresarios que pueden ser industriales, comerciantes o banqueros. Si no pueden participar en
política, ¿de dónde, entonces, extraen su representación política?
El proletariado
La clase de los vendedores de fuerza o capacidad de trabajo
(proletariado) también se segmenta, en la rotación del capital, de acuerdo al sector patronal en
donde pueden vender la única mercancía que poseen: su energía corporal. No por otra circunstancia existen
trabajadores industriales, trabajadores del comercio y funcionarios bancarios, que sirven a pequeños, medianos o
grandes empresarios.
Sin embargo, esa clase tiene otras variables. En primer
lugar, se pueden encontrar en ella ciertas ocupaciones en las cuales el patrón al que sirven no es una
persona (natural o jurídica) —como sucede en los empleos normales— sino presenta rostros múltiples.
En este
caso, tales profesiones dan origen a una fracción de los compradores de fuerza o capacidad de
trabajo, manifestándose en una calidad que los asimila a los pequeños industriales, comerciantes o banqueros. Tal
ocurre con las profesiones liberales cuando ellas son ejercidas individualmente. Como sucede con los
abogados, médicos o dentistas, entre otros, los taxistas.
No sucede de esa manera cuando esas ocupaciones liberales o
‘profesiones’ se venden a una empresa particular o fiscal; en ese caso, se trata de la venta de
la fuerza o capacidad de trabajo, es decir, de ‘proletariado’.
Ambas categorías constituyen lo que se conoce, vulgarmente,
como ‘clase media’, ‘sectores de medio pelo’ o, simplemente, ‘capas medias’, nomenclatura que, aunque
difícil de aceptar, ilustra con propiedad su origen o pertenencia. Pero se puede afirmar que, en realidad, es
proletariado público o privado del rubro servicios.
Contrariamente a lo que se cree, la clase de los vendedores
de fuerza o capacidad de trabajo ―o proletariado―, raras veces tiene conciencia de su propia
condición. La concepción romántica de ese proletariado que, por sí solo, puede construir su propio
destino es una de las causas de los grandes fracasos experimentados a lo largo de la historia.
Ese segmento posee, en
consecuencia, ‘instinto de clase’, lo que implica que se trata de un grupo que no sólo acepta la condición en que
se encuentra sino la considera como el mejor de los sistemas.
Por lo mismo, su visión de la
política no va más allá de considerarla como la lucha por obtener conquistas reivindicativas.
Por ello, no debe sorprender que, en no pocas
oportunidades, un grupo no despreciable de ese segmento social apoye proposiciones que benefician a sus
explotadores. No se trata de ‘fachos pobres’ como, a menudo, y despectivamente, se les trata por parte de la
militancia de algunas organizaciones políticas ‘de izquierda’.
“El «facho pobre» es el ciudadano o ciudadana desencantado,
con trabajos de mala calidad, con jornadas extenuantes y sueldos precarios, que vive en entornos
degradados, que ya no confía en las instituciones de la democracia. Su voto no es ideológico, sino emocional: más
como un castigo a los partidos democráticos llamados tradicionales.
Estos segmentos de proletariado, son personas para quienes
la situación en que se encuentran se ha transformado en ‘su realidad’, ‘su normalidad’. No
reaccionan frente a ella y no solamente se niegan a hacerlo sino están convencidos que, realizando lo que se les
conmina a hacer, se levantarán de la condición en que están hasta alcanzar el más alto peldaño de la escala
social. Son, por ese motivo, ‘trepadores’.¿Dónde, entonces, ha de reclutar la clase dominante y su
fracción hegemónica, la representación política que requiere? ¿Dónde ha de encontrarse la militancia de los
partidos de la clase dominante? ¿Dónde ha de conseguirse su dirigencia?
La respuesta
La respuesta a estas pregunta se encontraría "en parte de
esos mismos segmentos.
Como ya lo indicamos, los empresarios ―grandes y medianos
(sus hijos y nietos)―, pocas veces incursionan en el campo de la política; lo hicieron en el pasado cuando
la propiedad de la tierra les obligaba a velar por esa tenencia desde la dirección política.
Hoy están
preocupados, más bien, de realizar la técnica que les ha hecho multiplicar su capital, y no de las veleidades del
gobierno porque, a menudo, han de compenetrarse acerca de los negocios de sus padres y reemplazarlos cuando
éstos hayan muerto. En consecuencia, la clase o fracción de clase de la cual proviene la representación
política de los dueños del capital es otra. Por regla general.
El primer grupo corresponde a estamentos provenientes del
sector de pequeños y medianos comerciantes e industriales, de personas que desempeñan profesiones
liberales, ex miembros de los institutos armados.