7-2-2014-KRADIARIO-
Nº886
LOS SALMOS: ANATOMÍA DEL ALMA HUMANA
Por Leonardo Boff
Los Salmos constituyen una de las formas más elevadas
de oración que ha producido la humanidad. Millones y millones de personas,
judíos, cristianos y religiosos de todas las tradiciones, cada día recitan y
cantan salmos, especialmente los religiosos y religiosas y los curas en el así
llamado “oficio de las horas” diario.
No sabemos exactamente quienes son sus autores, pues
recogen las oraciones que circulaban en medio del pueblo. Seguramente muchos
son de David (siglo X a.C), considerado, por excelencia, el prototipo del
salmista. Fue pastor, guerrero, profeta, poeta, músico, rey y profundamente
religioso. Conquistó el Monte Sión dentro de Jerusalén y allí, alrededor del
Arca de la Alianza, organizó el culto e introdujo los salmos.
Cuando se dice “salmo de David” la mayoría de las
veces significa “salmo al estilo de David”. Los salmos surgieron en un
intervalo de casi cuatro mil años, en los lugares de culto y recitados por el
pueblo, hasta ser recopilados en la época de los Macabeos en el siglo II a.C.
El salterio es un microcosmos histórico, semejante a una catedral de la Edad
Media, construida durante siglos, por generaciones y generaciones, por miles de
manos e incorporando los cambios de estilo arquitectónico de las distintas
épocas. Así hay salmos que revelan distintas concepciones de Dios, propias de
una determinada época, como aquellos, extraños para nosotros, que expresan el
deseo de venganza y el juicio implacable de Dios.
.
Los salmos testimonian la más profunda convicción de
que Dios, no obstante habitar en una luz inaccesible, está en nuestro medio,
morando como en una tienda (shekinah). Podemos llegar a Él, mediante súplicas,
lamentaciones, alabanzas y acciones de gracias. Él está siempre dispuesto a
escuchar.
.
El lugar denso de su presencia es el Templo donde se
cantan los salmos. Pero como Creador del cielo y de la tierra, está igualmente
en todos los lugares, si bien ninguno pueda contenerlo.
Con razón decían los hebreos con orgullo: “nadie tiene
un Dios tan cercano como el nuestro”, Cercano a cada uno y en medio de su
pueblo. Los salmos revelan la conciencia de la proximidad divina y del amparo
consolador. Por eso hay en ellos intimidad personal sin caer en el intimismo
individualista. Hay oración colectiva sin excluir la experiencia personal. Una
dimensión refuerza a la otra, pues cada una es verdadera: no hay personas sin
el pueblo al que pertenecen y no hay pueblo sin las personas libres que lo
forman.
Al rezar los salmos, encontramos en ellos nuestra
radiografía espiritual, personal y colectiva. En ellos identificamos nuestros
estados de ánimo: desesperación y alegría, miedo y confianza, luto y baile,
deseo de venganza y deseo de perdón, interioridad y fascinación por la grandeza
del cielo estrellado. Bien lo expresó el reformador Juan Calvino (1509-1564) en
el prefacio de su grandioso comentario a los salmos:
«Acostumbro
a definir este libro como una anatomía de todas las partes del alma, porque no
hay sentimiento en el ser humano que no esté ahí representado como en un
espejo. Diría que el Espíritu Santo colocó allí, a lo vivo, todos los dolores,
todas las tristezas, todos los temores, todas las dudas, todas las esperanzas,
todas las preocupaciones, todas las perplejidades hasta las emociones más
confusas que agitan habitualmente el espíritu humano».
Por el hecho de revelar
nuestra autobiografía espiritual, los salmos representan la palabra del ser
humano a Dios y, al mismo tiempo, la palabra de Dios al ser humano. El salterio
ha servido siempre como libro de consolación y fuente secreta de sentido, especialmente
cuando irrumpe en la humanidad el desamparo, la persecución, la injusticia y la
amenaza de muerte. El filósofo francés Henri Bergson (1859-1941) da este
insospechado testimonio: «De los centenares de libros que he leído ninguno me
ha dado tanta luz y consuelo como estos pocos versos del salmo 23: “El Señor es
mi pastor y nada me falta; aunque ande por un valle tenebroso, ningún mal
temeré, porque Tú estás conmigo”»
Un judío, por ejemplo,
rodeado de hijos, era empujado hacia las cámaras de gas en Auschwitz. Sabía que
caminaba hacia la muerte y aún así iba recitando en voz alta el salmo 23: “El
Señor es mi pastor… Aunque vaya por la sombra del valle de la muerte, ningún
mal temeré porque Tú estás conmigo”. La muerte no rompe la comunión con Dios.
Es paso, aunque doloroso, hacia el gran abrazo infinito de la paz eterna.
Por último, los salmos son poesías religiosas y
místicas en su más elevada expresión. Como toda poesía, recrean la realidad con
metáforas e imágenes sacadas del imaginario. Este obedece a una lógica propia,
diferente de aquella de la racionalidad. Por el imaginario, transfiguramos
situaciones y hechos detectando en ellos sentidos ocultos y mensajes divinos.
Por eso decimos que no sólo habitamos prosaicamente el mundo, captando el
sentido manifiesto de la rutina de los acontecimientos. Habitamos también
poéticamente el mundo, viendo el otro lado de las cosas y otro mundo dentro del
mundo de belleza y de encanto.
Los salmos nos enseñan a habitar poéticamente la
realidad. Entonces ella se transmuta en un gran sacramento de Dios, llena de
sabiduría, de amonestaciones y de lecciones que hacen más seguro nuestro
peregrinar rumbo a la Fuente. Como bien dice el salmista: “En medio de
peligros, me conservas la vida… y estás hasta el fin a mi favor” (Salmo 138,
7-8).
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