6-2-2014-KRADIARIO-Nº886
CELAC: ¿EL POR QUÉ DE LA POBREZA EN AMÉRICA
LATINA?
Por Hugo Latorre Fuenzalida
La reunión de mandatarios en Cuba se ha
caracterizado por una serie de discursos que intentan dar con una explicación
al fenómeno de una América Latina con
200 años de vida independiente y sumida, sin embargo, en el atraso.
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Muchos han escrito sobre este tema, desde
los seguidores de Hirschmann: “Estrategias del desarrollo económico”(1958) a
los de Gunnar Mirdal: “La teoría económica y los países subdesarrollados”
(1957), que derivó en las “escuelas desarrollistas”, hasta los de la “teoría
del subdesarrollo”, tan propiamente latinoamericana, con el estructuralismo de
Raúl Prebisch: “El desarrollo económico de América Latina”( 1949) y la
seguidilla de teóricos de estas escuelas cepalinas: Cardoso, Faletto, con su
famoso libro: “ Dependencia y desarrollo en América Latina“(1969). También
están Jorge Ahumada y su obra “En vez de la miseria”;Sunkel; Teotonio Dos
Santos (“Dependencia y cambio social” (1970); Gunder Frank: “Capitalismo y
subdesarrollo en América Latina” (1967); Ruy Mauro Marini “Dialéctica de la
dependencia” (1973), Celso Furtado “Desarrollo y subdesarrollo” (1961); Samir
Amín: “El capitalismo periférico” (1973), etc.
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Es bien sabido que los teóricos de la
dependencia no fueron monolíticos en su planteamiento, pues hubo de raíz marxista y otros de posturas más
eclécticas: entre los primeros están Gunder Frank y Samir Amín; en algo también
se acerca a esta corriente Teotonio Dos Santos. En cambio Cardoso y Faletto se
encuentran entre los neodesarrollistas moderados.
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Pero lo que sí plantearon todos estos
pensadores es que América Latina –y por tanto los subdesarrollados-, se
encuentran entrampados en un problema estructural y que el subdesarrollo es un
componente de la existencia del desarrollo, simplemente porque los países
industrializados crearon las condiciones para que los países pobres
permanecieran en dependencia y en el atraso.
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Los países del Tercer Mundo, plantearon un
programa de correcciones sobre la política mundial, que pretendía revertir los
procesos del atraso y desigualdad mediante políticas comerciales, financieras,
de transferencia de tecnologías y de asociación para alcanzar nuevos y más
altos niveles de poder y negociación.
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Esto duró hasta la gran crisis del
capitalismo occidental en los años 70 y 80, donde la estrategia de salida de la
crisis, por parte de las potencias ricas, fue la adopción de agendas
insolidarias, particularistas y de fuerte énfasis en la acumulación privada de
la riqueza financiera. El documento de Santa Fe, es la expresión programática
más clara de esta estrategia (programa de gobierno de Reagan).
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De esta crisis viene la enorme deuda
externa de los países en vías de desarrollo, con la década perdida (los 80) y
las asociaciones regionales bajo las hegemonías de los países más fuertes:
Unión europea, con Alemania y Francia a la cabeza; Alca, con la hegemonía de
Estados Unidos y Canadá; Asia con la hegemonía de Japón.
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En el Continente Americano, EE.UU. de
Norteamérica impone el “Consenso de Washington” y las políticas de
disciplinamiento dirigidas por el Banco Mundial y el Fondo Monetario
Internacional.
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El repliegue del Estado y la permisividad
absoluta para los capitales privados, desordenan, al límite, el ya no muy
ordenado sistema de distribución de riqueza, generando los abusos y las innumerables
crisis del capitalismo actual.
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América Latina se ha empobrecido a ojos
vista debido a la pérdida patrimonial, producto del endeudamiento externo y a
la incursión depredadora de las compañías transnacionales y las operaciones
financieras de los capitales de oportunidad, también llamados “golondrinas”.
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Es cierto que a esta región han llegado ingentes volúmenes de capital, pero la mayoría han sido financieros, y los de
inversión directa, han aterrizado para cobrar una deuda externa artificialmente
triplicada por tasas de interés elevadas por los déficit de la economía
norteamericana. Las repactaciones de la deuda externa se hicieron en base a
apropiación de recursos del estado, las que, además de ser adjudicadas a precios muy devaluados se adquirieron en gruesa parte
contratando empréstitos con las casas matrices, con lo cual, en vez de reducir
la deuda latinoamericana esta se volvió a duplicar en poco más de un
quinquenio.
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Es cierto que los latinoamericanos, en
general, han conocido mayores niveles de actividad económica, pero las menos
son de aportación productiva nueva, y las que lo son, vienen dirigidas a
obtener recursos primarios a precios de
liquidación y sin integrar nada de valor local a las exportaciones. En este
sector se repite la compra con nuevas deudas.
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Es cierto que en América Latina se hacen
más negocios, pero estos negocios son productivamente empobrecedores, pues son
sobre exportaciones primarias y consumos suntuarios, dos elementos que ayudan a
sostener las condiciones de atraso a
largo plazo.
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A pesar de la mayor actividad económica
formal, en América Latina, si sacamos el consumo, las importaciones y el sector
financiero y de seguros, tendremos que las inversiones son bajas para los
requerimientos del desarrollo presente. Pero además de ser bajas, se
materializan en áreas productivas llamadas “estrellas menguantes”, es decir de
productos que incorporan poco valor agregado y cuyos precios en el mercado
serán decrecientes e inestables.
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El área de los recursos naturales es la más
demandada por la inversión extranjera, pero se hace en condiciones de escasa o
nula integración nacional, de poca o nula rentabilidad para el Estado y de poca
irradiación como incentivos al resto de la economía. En fin, son inversiones
golondrinas, de enclaves, en campana de vidrio y sometidas a una
legislación tremendamente permisiva para
el gran capital y restrictiva para los intereses nacionales.
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Es por eso que nos atrevemos a decir que el
modelo actual es de negocios pero no de desarrollo; es de verdaderos
paraísos para la inversión externa y de
enajenación empobrecedora a largo plazo, para nuestros países. Tampoco este
tipo de modelo permite diseñar estrategias de salida del atraso, pues su
sistema es centrípeto y no centrífugo; es decir permite la rentabilidad hacia
el interior de la empresa sin incorporar en ningún plano las potencialidades
del país anfitrión.
Las capas plutocráticas nacionales viven
felices este despilfarro de riqueza nacional, pues siempre han medrado de estas
alianzas con el capital extranjero. Los resultados a largo plazo serán, como
siempre ha sido, la decadencia y la confirmación del atraso.
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La experiencia asiática
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La emergencia de los llamados “Tigres
asiáticos”, con su salida rápida del atraso, llevó a desacreditar las teorías
de la dependencia, de la que nos hemos referido antes. Pues países
subdesarrollados pudieron abandonar el atraso en pocas generaciones, y todo
dentro de un sistema capitalista.
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Sin embargo, las estrategias de desarrollo
de Asia han sido muy diferentes a las
seguidas por América Latina. La principal diferencia está en lo que Fernando
Fajnzylber llamó “la caja negra del desarrollo”: es decir, el dominio
tecnológico.
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Pero, además, está el rol del Estado, que operó en abierta
colaboración con el sector privado en la generación de nuevas capacidades
competitivas (simbiosis virtuosa), acelerando la creación de un mercado interno
tecnológico que prontamente les habilitó para competir en el mercado
internacional.
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La integración social al desarrollo fue
parte crucial para alentar las capacidades humanas requeridas para la
competencia moderna y la disposición de los liderazgos para entender la
globalización como una oportunidad impostergable.
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Nada de esto hizo el liderazgo de América
Latina, sino más bien se refugió en una transnacionalización espuria de sus
economías y en la explotación de recursos básicos sin alcanzar niveles
superiores de integración de mercados y de productos.
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Esta opción latinoamericana permitió una
salida oportunista de la crisis de los 80, pero bien sabemos que posterga el
desarrollo a tiempos lejanos, quedando definitivamente atrás en la caravana del
desarrollo global. Crecimiento puntual no es sinónimo de desarrollo, como un
incremento a saco del PIB no es sinónimo de enriquecimiento nacional, pues se
puede crecer de manera tan desigual que se transforma en un crecimiento
monstruoide y deformante. Se puede crecer en los negocios privados, pero a
costa de una pérdida de capital social y público que necesariamente
representarán un empobrecimiento global a la hora de los balances efectivos.
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Estos elementos diferenciadores en la
teoría y en la práctica, permiten discernir qué es lo que se ha hecho y por qué
estamos donde estamos.
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En el CELAC se han dicho cosas
interesantes, pero creo que no se llega al centro del problema y difícilmente
se llegará a una resolución efectiva, dado los liderazgos que tenemos.
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