5-2-2014-KRADIARIO-
Nº886
AUTOMÓVILES: OPIO DEL PUEBLO
Por Hugo Latorre Fuenzalida
El capitalismo tardío que vive Chile hace
que tengamos igualmente un consumidor tardío, dispuesto a recorrer los mismos
caminos de otras sociedades de desarrollo temprano y repetir sus mismos
errores y caer en las mismas trampas. Con razón se enseña que el hombre es el
animal que tropieza dos veces en la misma piedra.
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La sociedad chilena se encuentra en un
proceso de creciente expectativas para el consumidor.
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La dinámica de inclusión social al sistema
viene dada, fundamentalmente, por el mercado automotriz. Es este mercado el que
marca el acceso a la “clase aspiracional”, es decir a aquel grupo de personas
que logran un ingreso suficiente para aspirar a adquirir y mantener un
automóvil particular.
Los jóvenes están entre los que primero
buscan realizar el sueño de su independencia a través del automóvil. Esos
jóvenes con empleo, profesionales o técnicos, son los que comprometen con sus
primeros sueldos una deuda para comprar ese
artefacto rodante, que promete grandes aventuras privadas.
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También están los trabajadores que con
sacrificio de un buen tiempo de restricciones ahorra para reunir el pie y
obtener el auto tan largamente soñado, normalmente de segunda mano, muchas
veces también con crédito que comprometerá una buena porción de su ingreso
futuro.
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Están las esposas de maridos que logran ir tomando posiciones
más estables de ingresos, que deciden obtener un segundo vehículo en la familia.
Otras veces son los hijos universitarios los que demandan al padre, además de
pagar elevados aranceles estudiantiles, el adquirir un auto para desplazarse
con más seguridad.
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De esta manera, Chile se ha ido haciendo de
un parque automotor importante, gran consumidor de combustible (que no tenemos)
y causa de grandes gastos incrementales en la canasta de consumo familiar.
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Más de 1000 vehículos entran cada día a los
puertos nacionales, y se reparten en
nuestra larga geografía, engulléndose la ciudad de Santiago casi la mitad de
esta masa rodante.
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Es verdad que el automóvil brinda al
ciudadano moderno una sensación de libertad, de estar inserto en el sistema de
producción y consumo. El tener un auto “sube el pelaje” a muchos que viven en
los límites sociales del no aprecio (o del ninguneo); también se lo sube a
quienes viven en la furiosa fase
competitiva de nuestro desempeño social y laboral.
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El automóvil brinda estatus, eso es cierto.
Es como la carta de presentación pública; porque usted no invita a cualquiera a
su casa, a su barrio o a su pega. Pero en el auto lo ve todo el mundo, entonces
ahí es donde se pone el énfasis de representación por parte del ciudadano
moderno, altamente codificado según el consumo.
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Es por eso que se da, tan a menudo, la posesión
de un automóvil que es muy superior en categoría a lo que al propietario corresponde, según
patrones tradicionales. Hace años, cuando en Chile poseía un automóvil una
porción muy pequeña de personas, un conocido mafioso, que ciertamente tenía a
su haber mucho dinero, producto de sus poco claro negocios, pero que también
poseía una estampa poco acorde a su billetera, era frecuentemente detenido e
interrogado por la policía, toda vez que lo veían acercarse o transitar en su
flamante Mercedes Benz de última generación. Ese era su “karma” por vivir en una sociedad
donde las clases sociales eran muy marcadas y se sabía qué consumo era pertinente a cada pelaje.
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Hoy por hoy, esa separación ya es más
complicada. Las personas con ingresos medios tienen acceso al crédito
suficiente para adquirir un auto que es propio de las clases más pudientes,
entonces a usted le va a costar
diferenciar a qué rango social pertenece cada vehículo.
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Pero ese es un problema menor. El problema
mayor está en que ese automóvil que representó un sueño de independencia, lo
transformará a usted en un rehén de muchas demandas.
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Primero, la velocidad de traslado en una
ciudad como Santiago, a las horas punta va llegando a
menor velocidad que hacerlo en bicicleta; el lio de estacionar va derivando a
drama, y los costos llegan casi a una exacción. Si le suma las multas, los
seguros, los choques, el taller, los robos menores (espejos, antenas, etc.);
siga usted con las propinas en cada esquina, los impuestos municipales, los
TAG, los malos ratos con conductores poco amistosos, los miguelitos regados por
asaltantes y, finalmente, los amigos de lo ajeno que un día cualquiera se
llevan su regalón sin pedir siquiera rescate, con el agravante que, si lo usan
para un asalto, lo más probable es que
aparezca convertido en un amasijo de hierro salpicado de vidrios, con color
difícilmente distinguible …Y usted que lo lavaba, perfumaba y acariciaba,
terminará sufriendo una crisis de pánico o cualquiera de estos males Psi
modernos, que lo arrastrarán al sillón
del analista y le costará más caro que su “nene rodante”, finalmente
descalabrado, escoñetado u occiso.
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Pero todos compran autos, pase lo que pase,
sufran lo que sufran, gasten lo que gasten. Con mucha razón un pensador decía
que la publicidad es el arte de paralizar la inteligencia el tiempo suficiente
para meterle a usted la mano al bolsillo.
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