GOLPE A TRUMP Y A LA
SEGURIDAD MUNDIAL EN SIRIA
Por Pablo Sapag (*)
La enésima crisis sobre el supuesto uso de armas químicas en Siria tiene un destinatario y no se llama Bachar el Asad. Quien sale perjudicado en realidad es el presidente de Estados Unidos y de paso la seguridad mundial. Desde antes de asumir el cargo, Donald Trump había dejado clara su voluntad de cambiar la peligrosa e ineficaz política intervencionista y desestabilizadora en Siria de su antecesor Obama. Había dicho varias veces que en interés de la seguridad mundial el enemigo principal en Siria solo podía ser uno: el terrorismo del autroproclamado Estado Islámico, la marca de Al Qaeda en Siria Jabat al Nusra y otros grupos etiquetados irresponsablemente por Obama y sus socios europeos como “rebeldes moderados”.
Ya en la Casa Blanca el mensaje fue reiterado y se abrió un canal de comunicación con Damasco a través de la representante demócrata en el Congreso de los EE UU Tulsi Gabbard, quien llevó una carta personal de Trump a Bachar el Asad. Este respondió en el acto proporcionando a la congresista una vía telefónica abierta 24 horas para que Trump pudiera contactarlo. El estadounidense ya lo ha hecho. Le ha lanzado 75 millones de dólares en misiles cargándose así la única política medio seria que había iniciado desde que llegó a la Casa Blanca.
A pesar
de no ser proclamada mediáticamente, en las últimas semanas la marcha atrás de
Washington era evidente. En febrero EE UU congeló la ayuda financiera a muchos
de los grupos que también usan el terrorismo y que operan precisamente desde la
provincia noroccidental siria de Idlib. Ello suponía el principio del fin de
esas organizaciones que sin la ayuda financiera y de otro tipo de las potencias
occidentales, las monarquías absolutas del Golfo y el régimen islamista turco
no habrían existido. En realidad el episodio actual tiene más que ver con la
necesidad de eliminar pruebas de esa colaboración por parte de los servicios de
inteligencia estadounidenses que Trump no ha sabido purgar. Otra muestra del
deshielo era el acuerdo alcanzado por fuerzas kurdas apoyadas por EE UU para
ceder el control de varias localidades en el norte de Siria al Ejército regular
sirio, impidiendo así que cayeran en manos de los yihadistas que apoya Turquía,
incluso con fuerzas sobre el terreno.
En lo que
se refiere al episodio en sí, resulta especialmente sospechoso. Primero porque
Siria no tiene armas químicas. Fueron totalmente desmanteladas a partir de
finales de 2013 cuando Siria se adhirió al tratado que las prohíbe. La
Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAC) ha certificado
oficialmente ese desarme y el cumplimiento de Siria de todas sus obligaciones
en ese sentido. Con este oscuro suceso no es a Siria a la que se denuesta, es a
esa organización internacional. Por otro lado, el uso de armas químicas lanzadas
desde el aire –en Idlib no hay presencia del Ejército regular sirio desde marzo
de 2015- no provoca entre 55 y 70 muertes, sino cientos o miles. En caso de
haberse usado, los miembros de la organización vinculada a Jabat al Nusra
“Cascos Blancos” difícilmente habrían podido estar moviéndose inopinadamente y
sin equipos de protección adecuados entre las víctimas como revelan las
fotografías del supuesto ataque que con fines propagandísticos se han difundido
profusamente. Los agentes químicos de ese tipo de armamento se mantienen en
suspensión aérea en el lugar de los hechos varias horas sino días.
Si a eso se le suma que en la trama mediática del hecho encabezada por los desacreditados y hollywoodienses “Cascos Blancos”, también participa activamente el igualmente oscuro “Observatorio Sirio de los Derechos Humanos”, la credibilidad de esta acusación es nula. Por último y desde una perspectiva puramente lógica, poco o nada ganaba Siria lanzando un ataque así en este momento, en el que se impone con claridad en los frentes críticos del conflicto armado. Tampoco cuando según reveló a quienes recientemente lo visitaron en Damasco y el tono de sus declaraciones, el presidente Asad estaba receptivo a contribuir a que EE UU pudiese salvar la cara tras su desastrosa política en Siria. En cuanto a la versión rusa, no sería la primera vez que un arsenal de los grupos armados es atacado y libera sustancias químicas. Ha ocurrido varias veces a lo largo de la crisis siria.
Pese a
todo Trump ha demostrado no estar al mando de los EE UU. Ha caído en la trampa
que le han tendido sus propios servicios de inteligencia ysin mandato del
Consejo de Seguridad de la ONU, ha ordenado un estúpido e inútil ataque a una
base aérea Siria. Consigue con eso excitar a los medios de propaganda que
alineados gratuitamente con la comunidad de inteligencia de EE UU le han hecho
en solo tres días seguir el guión marcado. Peor incluso que Obama. Se carga así
lo único que había hecho bien dese que llegó a la Casa Blanca y lanza un
peligrosísimo mensaje a los terroristas: el presidente de EE UU se cree
cualquier mascarada que monten o les monten. En Siria y fuera de ella. Por
ahora, además de las víctimas reales de un hecho no aclarado, posiblemente
deformado y explotado con fines propagandísticos, el gran perdedor es Trump y
las modestas expectativas abiertas de que pudiera remitir un intervencionismo
que tanto daño ha hecho a Siria, a su pueblo pero también a un mundo que es hoy
mucho más inseguro que ayer. A quienes le mueven los hilos en Washington y a
los terroristas a su servicio, Trump los ha hecho grandes otra vez.
(*) Profesor-investigador
Universidad Complutense de Madrid
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