La crisis
Desde la llegada de Donald Trump a la
presidencia de Estados Unidos, la tensión con el régimen norcoreano no ha
dejado de crecer y de convertirse en la mayor amenaza externa para
Estados Unidos. El régimen de Pyongyang lleva ya dos décadas enfrascado en la búsqueda de
un misil nuclear capaz de alcanzar territorio estadounidense. Aunque este objetivo todavía queda lejos, ha logrado
desarrollar una bomba atómica de 30 kilotones (dos veces la de
Hiroshima) y una potencia balística suficiente para amenazar a Corea del Sur y
Japón.
Embarcada
en una feroz represión interna, la dictadura del líder supremo Kim Jong-un se
sostiene por la amenaza misma de un conflicto. Bajo una lógica endiablada, la
posibilidad de una guerra nuclear da cohesión a un Gobierno, que detrás de la
iconografía comunista oculta una tiranía hereditaria y paranoica, donde el
fallecido fundador de la dinastía, Kim Il-sung, ocupa el cargo de Presidente
Eterno, y su difunto hijo Kim Jong-il, el de Líder Eterno. Una
máquina de poder personal que ha retado a Estados Unidos, una economía 1.600
veces más poderosa, con un pulso suicida: la disposición a inmolarse y recibir
una andana del mayor ejército del planeta, a cambio de golpear con el arma
nuclear aunque sólo sea una vez a su enemigo o algunos de sus aliados.
Esta
aterradora posibilidad ha logrado mantener al régimen a flote y ha evitado que
las presiones devengan hasta ahora en acciones militares.Ante este desafío, Washington no se ha quedado quieto.
Tras comprobar que las sanciones de nada servían, ha apretado las tuercas con
una ciberguerra, cuya profundidad es un misterio, el desarrollo de un escudo de
defensa aérea en Corea del Sur y, en las últimas semanas, con el envío del
portaviones nuclear Carl Vinson y su poderoso grupo de combate a aguas de la
península coreana. Todo ello ha exacerbado aún más la retórica de un régimen
que se alimenta del terror. Frente a este equilibrio del
miedo, Trump ha decidido probar otra ruta. Ha presionado
diplomáticamente a China para que bloquee la carrera armamentística
coreana, y, tras las demoledoras intervenciones militares en Siria y
Afganistán, ha mostrado su disposición a emprender un ataque preventivo.
Esta amenaza ha sido absorbida
rápidamente por Pyongyang y transformada en pólvora para su artillería verbal.
“Esta grave situación prueba una vez más que la República Democrática Popular
de Corea está enteramente justificada cuando aumentó sus capacidades de autodefensa
y ataque preventivo con el puntal nuclear”, afirmó el embajador Kim In Ryong.
La guerra, aunque verbal, ya ha empezado.
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