La física cuántica y la vida
¿Podemos afectar a otros seres
humanos a nivel energético, y de forma inconsciente?
Sí. Las energías de los
otros nos afectan directamente y la ciencia lo avala.
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Por Carla Guelfenbein (*)
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Hace algunas
semanas tuve la suerte de conocer a un importante científico inglés, John F.,
que trabajó durante años en investigaciones relacionadas con física cuántica en
la Universidad de Essex, la misma donde yo estudié y me recibí de bióloga. La
conversación, después de las acostumbradas formalidades, fue derivando en los
actuales experimentos de John. Hace varios años, un grupo de científicos del
mundo, del cual él forma parte, viene cuestionando las creencias tradicionales
con respecto a la realidad física del universo. Estas creencias sostienen que
la realidad física es externa e independiente de los observadores humanos.
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Sin embargo,
nuevos experimentos con partículas subatómicas han probado que esta realidad
depende, de alguna forma, de la conciencia y la intención mental del
observador. Se ha probado, por ejemplo, que ciertos experimentos llevados a
cabo con partículas, al ser medidos y observados de formas diferentes, arrojan
resultados completamente distintos. ¿Qué significa esto? Significa que el observador,
es decir la mente humana, puede afectar la materia y su realidad circundante.
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La pregunta que
surgió de inmediato, y que los que estábamos allí le hicimos a John, fue si
también podíamos afectar a otros seres humanos a nivel energético, y de forma
inconsciente. Su respuesta fue categórica: Sí. Las energías de los otros nos afectan directamente. Aunque los
demás tengan las mejores intenciones, si sus energías son negativas, estas
ejercerán una influencia negativa sobre nosotros, lo mismo al revés. Las
conclusiones a las que llegamos esa tarde, movidos por los razonamientos de
nuestro amigo, no son muy diferentes a las que han llegado un sinfín de
prácticas alternativas, algunas más esotéricas que otras, a las cuales,
confieso, siempre he mirado con un poco de recelo.
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Pero esa noche, de
vuelta en casa, me quedé pensando sobre lo que habíamos conversado, y la forma
racional y causal en que John había llegado a sus conclusiones. Pero sobre
todo, me quedé pensando en que termino este año con un espíritu increíblemente
tranquilo, alegre, curioso y esperanzado. Ha sido un año de cambios. Cambios
sutiles, que tal vez no son visibles al ojo externo. Y que en gran parte han
consistido en alejarme de personas que presentía no me hacían bien. Personas
que alojan envidias, también personas que transforman su vida en un constante
drama, en un constante lamento, que están siempre en crisis, siempre
descontentos, siempre esperando algo más, que nunca llega.
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Por mucho tiempo
me encontré intentando revertir ese estado oscuro, intentando hacerles ver el vaso medio lleno
en lugar del medio vacío. Pero sin darme cuenta, una profunda sensación
de derrota y fracaso me fue invadiendo. A pesar de mis esfuerzos era incapaz de
ayudarles. Supongo que es una decisión muy profunda que debe tomar cada cual. Y
que en algunos casos necesita mucho más que una mano amiga.
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Es difícil
abandonar a alguien así. Pero a veces es necesario. Y eso hice. Al cabo de un
tiempo mi energía comenzó a cambiar, a hacerse más positiva, más luminosa. Más
optimista. No tenía del todo claro lo que había ocurrido hasta ahora. No solo
fui dejando atrás a aquellas personas que me cargaban con sus malas energías,
también, en esos mismos espacios que antes ocupaban las envidias y los lamentos
de otros, fui abriendo espacios nuevos.
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Quizás el fin de año es un buen momento para revisar a
las personas que nos rodean y tomar la decisión de alejarnos de
aquellas que no nos hacen bien, aquellas que con sus “campos energéticos”, como
diría mi amigo John, nos oscurecen la vida.
(*) Revista Mujer de La Tercera
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