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domingo, 8 de agosto de 2010

Página Editorial Latinoamericana


Diario La Razón de La Paz, Bolivia
Soluciones creativas

(Salida al mar para Bolivia)

Los días pasados estuvieron cargados de noticias valiosas en lo referente a Bolivia y su legítimo derecho de salida soberana reintegracionista a sus costas del océano Pacífico. La ocupación unilateral, el 14 de febrero de 1879, que empujó a la guerra, causó el enclaustramiento geográfico del país, con todas las agravantes para su desarrollo y estancamiento. Los días pasados estuvieron cargados de noticias valiosas en lo referente a Bolivia y su legítimo derecho de salida soberana reintegracionista a sus costas del océano Pacífico.

Podría decirse que se ha roto por el momento la tradicional sordera de búsqueda de soluciones y ha quedado establecido como posible arreglo factible, el otorgamiento de un corredor desde Bolivia, entre la frontera del Perú y el FFCC Arica-La Paz, con terminal en el puerto de Arica.

Para alcanzar estos objetivos, ha debido correr mucha agua bajo los puentes históricos. El proceso expansionista de usurpación data del Mensaje a las Cámaras por el presidente general Manuel Bulnes el 13 de julio de 1842 y ley de 13 de octubre del mismo año, que declaran la “propiedad de las guaneras de las costas de la provincia de Coquimbo en el litoral del desierto de Atacama, y en las islas e islotes adyacentes”. La relación de los sucesos de la época la hizo magistralmente el canciller Antonio Quijarro en su Memorándum al Congreso Nacional de 1883, que culminan con la toma de Antofagasta hace 131 años.

De entonces a la fecha, han sido varias las oportunidades de búsqueda de solución a esta vergüenza de América, que se encuentran detalladas en la obra El Tratado de paz con Chile de 1905 y en la “Circular dirigida a las legaciones de la República” por Alberto Gutiérrez en 1921, así como en “El libro azul” de la Demanda Marítima Boliviana de mayo del 2004.

Estamos viviendo un momento donde coinciden circunstancias favorables con personajes de excepción capaces de abordar a fondo el problema y encontrar entendimientos vinculantes. Por un lado el recién elegido presidente Sebastián Piñera de los llamados duros en reconocer a Bolivia una salida soberana al Pacífico y por el otro el presidente Evo Morales, con la estabilidad política que le da un segundo mandato constitucional y evidente liderazgo popular.

El ministro de Defensa de Santiago, Jaime Ravinet, haciendo eco de lo dicho por el ex comandante en jefe del Ejército, Gral. Juan Emilio Cheyre, declaró que “Chile cree que éste es un gran momento para resolver el tema marítimo” —en sorprendente declaración— dada la coyuntura con Bolivia. Centrando el meollo de la cuestión en los siguientes términos: “El compromiso del presidente Piñera es buscar soluciones a la Agenda de 13 puntos (que incluye el tema marítimo), y ciertamente explorar soluciones factibles y realistas que puedan satisfacer las aspiraciones bolivianas, pero a la vez cautelar los intereses chilenos”. Entre ellos, se encuentra el reclamo del Perú ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya por 35.000 kilómetros de área limítrofe marina hoy en manos chilenas.

El mandatario Piñera fue claro al afirmar que existen “limitaciones” en Chile para dar una posible salida al mar a Bolivia y que requerirá de mucho tiempo.

En el “Abrazo de Charaña”, Bolivia no se hallaba preparada para aceptar un trueque de territorios y menos aún contra aguas territoriales por suelo firme en Potosí, lo que motivó su fracaso con la reiterada ruptura de relaciones.

¿Estaría Bolivia en condiciones de hacerlo hoy o implicaría la caída del régimen de Evo Morales pese a su apoyo mayoritario?

Es importante mantener las conversaciones mediante la Agenda de los 13 puntos elevándolas a nivel ministerial para ganar la lucha contra el tiempo, sin exclusiones, empezando por el 6º referido al problema marítimo, pues es la clave de todos los demás, para evitar beneficios unilaterales como el acceso libre al mercado boliviano, a sus recursos naturales y, sobre todo, a la condición de puente con Brasil que le representa su alternativa comercial del gigante suramericano y el anhelado corredor bioceánico con terminal en megapuertos chilenos.

En 1904, Bolivia fue forzada a ceder su soberanía territorial y marítima a cambio de libre tránsito. ¿Por qué no pensar en reotorgar parte de esa soberanía a cambio del tránsito de Chile? Mientras unos llegan al Atlántico, otros no llegan al Pacífico.

Requerimos “soluciones creativas” de ambos lados.

LA JORNADA DE CIUDAD DE MÉXICO
La indecisión de Obama
Por ILÁN SEMO

Hace unos cuantos días, el presidente Barack Obama anunció el retiro definitivo de las tropas estadounidenses de Irak. Noventa mil soldados regresarán a sus casas o sus cuarteles en Oklahoma o en Wisconsin después de haber ocupado esa nación durante más de ocho años. En rigor, al parecer, se trata de una retirada parcial, porque en Irak permanecerán decenas de miles de especialistas estadounidenses preparando a un ejército local que el Pentágono supone que le será fiel en el futuro.

La de Irak es una de las más trágicas historias del siglo XX. En principio, todo iraquí menor de 30 años no ha conocido más que el estado de guerra. En 1983, Saddam Hussein, aliado en aquel entonces con Estados Unidos, emprendió un cruelísimo conflicto contra los ayatolas de Irán. Fue la manera en que Washington logró acotar la revolución iraní y limitar los alcances de su teológica influencia en el mundo del Islam.

Para 1990, los dos grandes aliados de la región, Irak y Estados Unidos, se habían transformado en enemigos. Una vez contenida la expansión iraquí, y con un ejército ya considerable y dotado de experiencia de guerra, Hussein supuso que podría convertirse en un poder que definiera la política de la región. La invasión de Kuwait se originó en cierta manera de esa suposición. George Bush I envió tropas para contrarrestar esa expansión con la ocupación estadounidense. En 1991 comenzó así un conflicto que sólo habría de concluir hasta 2010 (si es que el término concluir no es demasiado apresurado). Hoy es bastante claro lo que la política estadounidense perseguía: impedir el surgimiento de cualquier fuerza notable en esa región y posicionarse en esa área que había quedado en el limbo –para utilizar una terrible metáfora geopolítica”– de las grandes potencias después de la guerra fría, garantizando así la posibilidad de su hegemonía. Los centros de ese limbo eran precisamente Irak y Afganistán.

Después de 20 años de devastación en Irak, los resultados para el establishment militar estadounidense parecen más bien dudosos. La situación en Irak es visiblemente inestable. El gobierno que queda está basado en un precario pacto entre las antiguas fuerzas corporativas del partido Baath y los grupos armados religiosos. La ironía es que fue el viejo aparato político militar de Hussein el que acabó garantizando un mínimo de gobernabilidad. Y lo que sigue es no sólo una nación deshecha, sino la incertidumbre absoluta.

La pregunta puede ser formulada de la siguiente manera: para ese búnker de intereses en Washington que convirtieron la demagogia de la democracia en una política de expansión militar, ¿de qué sirvieron 20 años de intervención, cerco y ocupación, si nada de ello redundó en un saldo que podría haberse conseguido sin la intervención militar?

Es la misma pregunta con la que Obama ha logrado dar pasos moderados (muy moderados) para contener al complejo industrial-militar. Digo moderados porque toda la energía que moviliza a ese complejo recaerá ahora sobre el conflicto de Afganistán.

Tal vez fue el colapso financiero de 2008, cuyos efectos continúan paralizando a la economía estadounidense, uno de los factores decisivos que propició discusiones sobre el retiro de las tropas. Al menos esa parte del gasto público que posibilitó que más de un millón de hombres y mujeres del ejército participaran en la ”experiencia iraquí” (según las cifras ofrecidas por el mismo Obama) aparecerá como un recorte en el intento de Obama por reducir el déficit que ha propiciado la crisis económica, y su propia política de estímulos.

El dilema para Obama es que a pesar del cuantioso despliegue del financiamiento público para hacer frente a la crisis económica, el desempleo ha llegado a 10 por ciento, y pronto alcanzará 11 por ciento, cifras muy dramáticas para cualquier administración. Además es difícil, si no imposible, que pueda seguir justificando el giro neokeynesiano que dio a su ejercicio desde los primeros meses de su presidencia. Un dilema que en Estados Unidos se resuelve tradicionalmente con el aumento del gasto militar.

Lo cierto es que Obama, hasta ahora, ha enviado mensajes de doble sentido. La retirada parcial de Irak y la intensificación de sus esfuerzos en Afganistán lo indican en cierta manera. Y es esta ambigüedad acaso la que no le permite, en casa, reafirmar el caudal de votos, esperanzas y expectativas que lo llevaron a la presidencia bajo el hálito de un gobierno que pretendía marcar una historia nueva.

Diario El Espectador de Bogotá, Colombia
Transición democrática

Podría ser ocasión hoy para hacer un balance de los ocho años de gobierno de Álvaro Uribe, que ayer llegaron a su fin, tanto para celebrar el indiscutible cumplimiento del mandato de autoridad que recibió de los colombianos en dos ocasiones y el corolario que la recuperación de la seguridad trajo consigo en términos de inversión y crecimiento económico, como para debatir los discretos avances en la reducción de la desigualdad, el desempleo, la corrupción o la violación de los derechos humanos.

Se podría también entrar a analizar la propuesta programática del recién juramentado presidente Juan Manuel Santos y en particular el alcance del gobierno de unidad nacional que ha planteado desarrollar, así como el papel que desempeñará la oposición con este esquema. Tan importante sería celebrar los vientos de distensión que se anuncian en la relación con los vecinos, y en específico con la hermana República de Venezuela, gracias a las gestiones previas de la canciller María Ángela Holguín, o la relación armónica que se plantea con la Rama Judicial y que ya comentábamos en este espacio hace una semana.

Se podría incluso disertar sobre esa frase que soltó el presidente Santos esta semana a su antecesor —“a veces podemos diferir en la forma de llegar”— para analizar si estamos solamente ante un cambio de estilo más bien accesorio en la manera de gobernar, o si dicho cambio de estilo implica de por sí un quiebre de fondo en las políticas que desde hoy se comenzarán a desarrollar. La presencia de un equipo de gobierno de larga trayectoria e incluyente en lo político podría marcar la pauta de esa diferencia en la continuidad de unas políticas.

Pero más allá de los balances y las expectativas, de las emotivas imágenes de la ceremonia de ayer, la nutrida y significativa presencia internacional o el ritual protocolario de rigor, lo cierto es que la transmisión del mando que tuvo lugar ayer en Colombia tiene un enorme significado que supera los análisis sobre políticas y legados. Porque aunque la transición democrática parezca un asunto normal en un Estado de Derecho, casi de trámite, el proceso que nos trajo en Colombia a este momento no lo fue. Y eso hace que este cambio de mando se constituya en un mojón de fortaleza institucional hacia el futuro.

Ciertamente, una buena parte de los colombianos —alrededor de un 82%, dicen los últimos estudios de opinión pública— sintieron tristeza con la partida de Álvaro Uribe ayer, incluso a pesar de que el presidente Santos haya llegado al poder sobre la cresta de su popularidad y con una promesa de continuidad. Pero incluso ellos deben saber valorar en todo su sentido la importancia de la transición democrática, lo productivo que resulta refrescar los liderazgos y los mensajes, lo crucial que resulta eludir los caudillismos.

Es en la alternación del poder, así sea para continuar el mismo rumbo, donde las políticas se enriquecen. La prolongación de un mismo liderazgo en el tiempo llama al encierro, a no incorporar la crítica y la revisión, a casarse con lo que se ha hecho, a impedir correcciones sobre la marcha. Y, peor aún y sí que lo vivimos, a cerrar los círculos, ver amenazas donde no las hay, abrir espacio a las influencias complacientes, estirar la ley.

El agradecimiento de los unos y el reproche de los otros al gobierno que se ha ido seguirán el destino que la historia les marque. Lo importante es que, de manera pacífica y madura, el país tramitó la amenaza, que en su momento fue latente, de caer en el enceguecido panorama de una tiranía de las mayorías. La transición democrática ha llegado y de aquí en adelante jugamos con las reglas de la democracia nuestro destino. Dimos ejemplo de madurez institucional y eso hay que celebrarlo.

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