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martes, 12 de mayo de 2015

COLUMNA-LATORRE-KRADIARIO

LOS PROFETAS OLVIDADOS DEL PENSAMIENTO POLÍTICO CRISTIANO
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Por Hugo Latorre Fuenzalida


¿Por qué traer a colación un tema que en medio de las crisis de gobierno y de la política parece tan ajeno y distante?
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Simplemente porque estos profetas hablan de las cosas que deben hacer y permanecer en la historia; que en el fondo son las cosas que, al decir de Heidegger, van construyendo el SER. Todas las demás se va al vaciadero del tiempo, sin siquiera permanecer en la memoria anecdótica.
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Y como la modernidad está forjada en simiente por el pensamiento cristiano (hasta el humanismo marxista saca raíces del cristianismo, y el liberalismo  emerge desde Smith sobre las bases de la libertad reivindicada por el cristianismo, mediante un libre albedrío, y la exaltación del “sujeto” –ver san Pablo, san Agustín y José de Suarez-  derivado de la dignidad de ser hijos de Dios).
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Emanuel Mounier es uno de los pensadores olvidados desde la vertiente cristiana de la política. Pero este filósofo, además de ser personalmente y existencialmente un testimonio de fidelidad, dijo cosas inolvidables, es decir cosas que permanecen.
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Dijo, por ejemplo: “Llamemos régimen totalitario a todo régimen en que una aristocracia (minoritaria o mayoritaria) de dinero, de clase o de partido asume, imponiéndoles sus voluntades, los destinos de una masa amorfa – aun cuando ésta consienta y se entusiasme y tenga la ilusión de verse reflejada. Ejemplos a diversos niveles: las “democracias” capitalistas y estatistas, los fascismos, el comunismo staliniano. Llamemos democracia, con todos los calificativos y superlativos que sean necesarios, para no confundirlas con sus minúsculas calificaciones, al régimen que se basa en la responsabilidad y la organización funcional de todas las personas que constituyen la comunidad social. Añadamos que, desviada desde sus orígenes por sus primeros ideólogos, y después estrangulada en la cuna por el mundo del dinero, esta democracia nunca ha sido realizada en los hechos y apenas lo ha sido en las mentes”.
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Respecto del liberalismo, sostiene:
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“La libertad de elección es el medio que se ofrece a la persona de ejercer su responsabilidad, de elegir su destino y darse al él con un constante control de los medios. No es una meta, es la condición material del compromiso. Por eso nos oponemos al liberalismo, pues esa libertad debe ser limitada en sus medios de poder cuando abre camino a la opresión. Por eso nos oponemos al liberalismo económico.”
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También recalca:
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“Una cierta mística difusa de la élite y de la revolución aristocrática es el principal peligro que corre hoy la revolución espiritual.”
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“Lo que nosotros combatimos es esto: el individuo vaciado de toda sustancia y apego carnal y espiritual…; la libertad erigida en absoluto, en un fin, sin relación a algo a qué darse. Ese liberalismo político y económico debe  y, de hecho, se devora a sí mismo. Tal democracia no reconoce ni a la persona original y plena ni a la comunidad orgánica que debe religar a las personas. La historia de los últimos cincuenta años da testimonio de ello.”
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“La democracia capitalista es una democracia que da al hombre unas libertades cuyo uso el capitalismo le retira.”
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“¿La igualdad?
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Se proclama la igualdad jurídica, y sobre todo lo que cuenta para ella, la igualdad en la carrera hacia el dinero: hipocresía en un régimen en el que –pese a algunos éxitos (frecuentemente nacidos de la violencia y la usura), pese a  algunas infiltraciones avaramente dispuestas- la enseñanza y las funciones de mando son para el conjunto un monopolio de casta, en el que, en  todos los terrenos, las sanciones afectan de manera diferente a los ricos y a los pobres.
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“La soberanía popular, finalmente no es más que un señuelo. El Estado político no representa a hombres o partidos, sino a masas de gentes “libres”, indiferenciadas, cansadas, que votan de cualquier manera y se ponen por sí solas bajo la dominación de los poderes capitalistas, los cuales, mediante la prensa y el Parlamento, mantienen el círculo de este envilecimiento.”
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Sobre la corrupción:
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“También leo en su carta(*), señor, palabras duras contra la corrupción, pero también me temo que en sus palabras usted no reconozca el mal, sino como un mal externo, el atasco de un engranaje en buenas condiciones. No disminuyamos el problema: se trata de la dominación sobre una estructura democrática decadente, de una estructura capitalista inaceptable. No se trata de purificar, sino de rehacer, desde las raíces, todas las estructuras sociales animosamente-y el corazón de los hombres por añadidura. No será ni mucho menos con ternuras hacia viejas cosas queridas como derribaremos el muro del dinero, como compensaremos las místicas fascistas.”

(*) Carta de respuesta de Mounier a  P. Archambault, aparecida en “L´Aube” el 21 de enero de 1934.

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