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domingo, 1 de agosto de 2010
Página Editorial Latinoamericana
Diario El Mercurio de Santiago de Chile
Latinoamérica y el fracaso de Unasur
No ha sido una sorpresa el que la reunión de cancilleres de Unasur para abordar el conflicto entre Colombia y Venezuela concluyera sin otro acuerdo que proponer una convocatoria a una cumbre presidencial. Ninguna de las partes en pugna cede en sus posiciones, Unasur es anacrónico y la mayoría de sus miembros elude asumir los costos de enfrentar a Venezuela y a sus aliados. También incide en la indefinición el hecho de que Colombia esté en el umbral de un cambio de gobierno, a días de que Juan Manuel Santos asuma la Presidencia de la nación.
La situación producida entre Colombia y Venezuela es inquietante, aunque muchos piensan que no llegará a extremos y que otra vez predominará la surrealista retórica latinoamericana. La denuncia colombiana de un santuario en Venezuela que cobija a 1.500 terroristas de las FARC es documentada y no ha sido desmentida con el rigor acorde a su gravedad. Estos hechos desencadenaron movilizaciones militares del ejército de Venezuela, rompimiento de relaciones y endurecimiento del bloqueo comercial a Colombia, todas órdenes decretadas por Chávez. Ni la OEA -donde se presentaron los antecedentes- ni tampoco Unasur -que desplazó al organismo interamericano- han querido investigar las fundadas y reiteradas acusaciones de amparo venezolano a la narcoguerrilla. Por audaces que sean las medidas adoptadas por Chávez, y por poco creíbles que sean sus amenazas, lo concreto es que la convivencia en la región está seriamente alterada y que el embargo comercial está causando perjuicios a víctimas inocentes en Colombia y, además, transgrediendo el libre comercio.
Tanto la asunción de José Manuel Santos como la cumbre presidencial del Mercosur, acontecimientos que ocurrirán en la semana que se inicia, ofrecen una oportunidad para descomprimir temporalmente la situación. Con el conflicto y sus amenazas, el Presidente Chávez ya ha tenido su protagonismo y ha reavivado los nacionalismos en su país en las cercanías de las elecciones parlamentarias, previstas para septiembre.
Al mismo tiempo, el Presidente Uribe -que ha hecho progresos notables en democracia, erradicando la violencia, el narcotráfico y el terrorismo de Colombia- concluirá su mandato dejando constancia de que sus progresos no han tenido el respaldo debido en Latinoamérica, que sus organismos son inoperantes y que están amedrentados por Venezuela y sus aliados, y que la subsistencia del terrorismo en su país se debe a la protección que el Presidente Chávez brinda a las FARC.
La inoperancia de Unasur ha quedado nuevamente evidenciada y el desinterés en la reunión comprobado por la ausencia de su flamante secretario general, Néstor Kirchner, y por la inasistencia de varios cancilleres.
El Universal de Caracas
El crimen de la guerra
Alejandro A. Tagliavini
No hay palabras, ni manera de explicarle a una madre la muerte de un hijo destrozado por las balas. No hay palabras, ni manera de explicarle a un paralítico, ni a su esposa, su estado por culpa de las armas. Son atrocidades de las que no quiero tener culpa alguna, ni siquiera indirectamente. De modo que, con el perdón de los lectores, aprovecharé estas tontas bravuconadas de Chávez para hacer una condena muy radical de la guerra.
Es bonita la historia. De pequeño solía ir con mis mayores, militares, a los cuarteles y regimientos y admiraba los históricos trajes, coloridos, de los soldados durante los desfiles. Pero ya grande, me enteré de que muchos países, como Canadá y Australia, se independizaron sin guerras, y hoy son más progresistas que toda América Latina. Sigo teniendo un gran cariño por mis mayores, pero lamento profundamente las inútiles muertes de las luchas armadas por todo el continente.
Ya en 1870, uno de los más grandes pensadores de América Latina y padre de la Constitución argentina, Juan Bautista Alberdi, escribió, en El Crimen de la Guerra, que "el derecho de la guerra, es... el derecho del homicidio, del robo, del incendio, de la devastación en la más grande escala posible; porque esto es la guerra... el derecho del crimen, contrasentido espantoso y sacrílego, que es un sarcasmo contra la civilización".
Tomemos, por caso, el paradigma de las guerras supuestamente "justas", "en defensa propia", la II Guerra Mundial (II GM). Ivan Eland, para quién "la revolución americana... probablemente disminuyó la libertad... las guerras casi siempre lo hacen", cuenta que la II GM, "la más horripilante de la historia", supuso un aumento del estatismo. El Gobierno asumió nuevamente el control de la economía que llegó a representar más del 40% del PIB, máximo histórico, además de conculcarse muchas libertades civiles. Las guerras son, sin dudas, estatismo y corrupción.
Charlton Heston, de derechas, afirmó (probablemente sin saber hasta dónde llegaba): "... recuerdo estar volviendo desde ultramar en una mañana soleada de victoria al final de la II GM... pensábamos que la libertad rápidamente se esparciría por el mundo, que quedaría libre de guerra y tiranía. Estábamos equivocados. Fue la tiranía (soviética) la que prosperó, por más de cuarenta años".
Pero entonces, ¿la II GM no fue la guerra más eficaz, tan necesaria para que Occidente se librara del mal? Un análisis objetivo muestra cosas muy diferentes. Esta guerra destruyó ciudades enteras, provocando unas pérdidas materiales y económicas que Hitler jamás hubiera logrado.
Un solo homicidio es injustificable sin que importe la ideología, nacionalidad, religión, grupo étnico o cultural. De manera que las estadísticas no tienen sentido, pero sirven para graficar la cuestión. Nunca sabremos cuántos habría asesinado Hitler de haber seguido adelante. Pero aun si hubiera matado a, digamos, 30 millones de personas (en aquel momento, en el mundo había unos 18 millones de judíos), lo que es extremadamente exagerado, hubiera asesinado a menos que la II GM que produjo más de 36 millones de víctimas, y algunos investigadores suman más de 45 millones.
En lugar de acabar con una tiranía dio lugar y hasta legitimó a otra, la URSS que, solamente bajo Stalin, cometió más de 33 millones de homicidios. La gran ironía es que esta última dictadura, aún siendo mucho más poderosa ya que contaba con imponentes arsenales nucleares, luego fue vencida, sin guerras, a través de la paz.
¿Cómo lograr la paz? Desoyendo a los violentos, que son ineficaces y nada consiguen. Según Santo Tomás de Aquino, la violencia es contraria a la naturaleza humana al punto que, según Etienne Gilson, para el Aquinate lo natural y lo violento se excluyen. Es decir, que la coacción (la violencia), al desarticular la armonía propia de la naturaleza, provoca unas tensiones que pueden degenerar en mayor agresividad.
Así los gobiernos inician las guerras. Vía el monopolio de la violencia que se atribuyen los Estados, empiezan por imponer regulaciones y prohibiciones que subvierten las relaciones naturalmente pacíficas de las personas dentro del mercado, o de las relaciones internacionales con irritantes fronteras, aduanas, visas, pasaportes y demás fuentes de conflicto.
Robert Spaemann recuerda que, en el siglo XVII "soberanos", de hecho, significaba: "capaces de hacer el mal con impunidad". Así, si Chávez continúa con su escalada autoritaria, esto es, cada día aplica más coacción, más violencia sobre la sociedad y sus vecinos, terminará intentando una guerra. Y digo intentando porque, para toda pelea, hacen falta dos partes.
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