Por Manuel Lionza
Capital Madrid
Este mes comienzan en Argentina las primarias para la elección de candidatos que concurrirán a los comicios presidenciales de octubre de 2011. La campaña promete ser todo un espectáculo de populismo y culto necrófilo por el que desfilará la singular galería de personajes tan típicamente argentinos, destacando de entre todos ellos la inefable pareja K.: Cristina Fernández de Kirchner (con su inseparable Rolex de oro macizo) y su esposo, el ex presidente Néstor, cuya presentación a las elecciones sigue siendo una incógnita presumiblemente calculada. "Estamos decididos a gobernar la Patria hasta el 2020", dijo el ex presidente Néstor Kirchner (abajo con su esposa, la actual Presidenta) en expresiva primera persona que incluye al sector afín del peronismo, y -- suponemos -- a la actual presidenta, su esposa Cristina Kirchner.
El oficialismo peronista, que gobernó con políticas estatistas entre 2003 y 2007 de la mano del ex presidente Néstor Kirchner y luego con su esposa y sucesora, la actual mandataria Cristina Fernández, espera poder aumentar sus bajos índices de popularidad destacando la gestión económica realizada, cuyas perspectivas, como en el resto de la región, son más favorables gracias al incremento de las exportaciones de materias primas, sobre todo de productos agrícolas no manufacturados como la soja.
El PIB argentino se estima que podría crecer este año en torno al 3%. Sin embargo, los problemas inflacionarios siguen sin resolverse y las cuentas públicas están en número rojos por primera vez desde la crisis de 2002 por la política de gasto que ha emprendido la zarina porteña para ir abonando el terreno electoral.
Por su parte, la oposición es un conjunto heteróclito sin un liderazgo claro de facciones peronistas opositoras a los Kirchner; grupos de centroizquierda y alguno de centroderecha, cuya contribución a la política del país se resume en más desconcierto y ruido. En el peronismo disidente (la necrofilia en la política argentina es una patología que lejos de superarse con el tiempo parece ir agravándose) el liderazgo se lo disputan el ex presidente Eduardo Duhalde (arriba derecha), que gobernó durante la crisis del corralito entre 2002 y 2003, tras dimitir Fernando de la Rúa, de la Unión Cívica Radical, y el diputado Felipe Solá (abajo, derecha), a quien atribuyen un miedo hobbesiano que le empuja a huir siempre hacia delante sin decidirse a ser alternativa política. Entre el grupo de los necrófilos disidentes suena como posible fichaje el ex piloto de Fórmula Uno Carlos Alberto Reutemann (izquierda, abajo), ex gobernador de la rica provincia de Santa Fe.
La tercera fuerza política es el radicalismo, aliado con un grupo socialista. Un posible candidato es el actual vicepresidente Julio Cobos (abajo, izquierda), enfrentado a su jefa desde 2008, pero su futuro no está nada claro por al ascenso del diputado socialdemócrata Ricardo Alfonsín, hijo del ex presidente que gobernó entre 1983 y 1989. Según algunos observadores, Ricardo Alfonsín (abajo derecha) está ganando puntos con una imagen de político que sabe escuchar.
Quizá la mejor definición de la clase política argentina la haya dado el Presidente del vecino Uruguay, Pepe Mujica, que la ha definido de "caníbal", suponemos que por su instinto depredador y su falta de miras para gestionar por encima de las diferencias partidarias un país cuyo presente es una ajada sombra de lo que fue, y cuyo futuro, a juzgar por las generaciones jóvenes que quieren abandonarlo para irse a Estados Unidos o Europa, también está desaparecido.
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