Por Eugenio Alvial Díaz
Es risible, absurdo y hasta ridículo pensar que un arquitecto o un ingeniero proyecte un edificio, empleando para sus cimientos, por ejemplo, viruta de madera prensada o algún material similar.
Sin embargo, se ha hecho y se sigue haciendo, no en el campo de la arquitectura o la construcción precisamente, si no que en otro campo estructural, más fundamental y delicado como es la educación.
Las antiguas civilizaciones tenían muy claro que cuidar a un niño era cuidar al heredero, al sucesor para asegurar así el mañana, como así mismo lo era cuidar al anciano que conocía los caminos, sus recodos, obstáculos y peligros.
Aquellos, gracias a sus pensadores, filósofos y maestros sabían que la mente de un niño es una tabla prístina en la que se empezaría a grabar de manera primordial e imborrable, la educación familiar y la cultura pública para entregar a la sociedad un ciudadano útil.
En la actualidad, como se sabe, los primeros años de escuela se le denomina Educación Básica porque es la base o el cimiento donde se asentarán los conocimientos que vendrán posteriormente.
Entonces, viene la pregunta, ¿cuán sólida es la base que se está construyendo en nuestros niños?
A juzgar por lo que estamos viendo en la actitud y desempeño que ostentan los niños, adolescentes y también en el segmento más joven de los adultos, los resultados son deficientes y poco auspiciosos.
Es incuestionable que la base estructural de los grupos nombrados, recibieron una educación básica impartida por profesores no normalistas lo que se ha transformado en una sarcástica paradoja para Chile, pues Domingo F. Sarmiento, argentino, por encargo del Gobierno chileno, fue encargado para la creación de la Escuela Normal de Maestros, (la primera en América Latina) y su perfeccionamiento, para lo cual se trasladó a Europa y Estado Unidos entre 1845 y 1848 donde observó y recopiló las modernas técnicas de enseñanza primaria.
La escuela básica es la prolongación natural de la educación hogareña o de familia. Ésta se va entretejiendo paulatinamente con cultura general que es la función primordial de la educación pública.
Nos consta que hace cincuenta o sesenta años, los profesores primarios, o de básica, como hoy se denominan, cuidaban de su presentación personal porque exigían a sus alumnos la misma práctica, cosa similar ocurría con el lenguaje, o con los ademanes y actitudes, en fin.
La lista de componentes educativos y culturales era importante. Por ejemplo, el aprecio a si mismo y a los iguales; el respeto a los mayores; el amor y cariño a sus padres, hermanos y familia; el sentido de obediencia y disciplina racionales; el cariño y respeto al país, ciudad o barrio; la urbanidad y los deberes cívicos; el gusto por la vegetación y la piedad con los animales; el sentido de protección hacia los desvalidos y ancianos; el derecho a los sueños y fantasías que promueve la creatividad y un largo etcétera. Todo esto y más eran los componentes de la sólida amalgama que componían los cimientos del futuro ciudadano.
Hoy, es lamentable ver como cierto tipo de inversionistas y empresarios dedicados a la industria del periodismo, sacan dividendos de audiencia y tirajes, explotando los resultados sociales catastróficos que se deben en gran parte a que la formación feble que los profesores universitarios entregaron a los niños chilenos.
Falta de educación y cultura, alcohol, drogas, promiscuidad sexual, rebeldía, “bullying”, asaltos, robos, cesantía y para qué seguir.
Me atrevo a sugerir que los gobiernos, como política de Estado, debieran revivir aquel slogan que decía: “Gobernar es educar”.
Y un último pensamiento. Al construir, no solamente se obtiene seguridad si se emplea buen cemento, hierro y materiales, es esencial que el diseño sea bien hecho y la estructura bien calculada y ejecutada.
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