The New York Times escribe sobre la ceguera de los chilenos: En Chile protestar cuesta un ojo a la cara
Por Brent McDonald
Por Brent McDonald
A quienes pensaban que Chile era un país ejemplar en Latinoamérica, las protestas del último mes les han abierto los ojos frente a la desigualdad y descontento que enfrentan sus ciudadanos. Para quienes han salido a manifestarse, ese acto de inconformidad ha puesto en peligro hasta sus propios ojos: la policía chilena ha reprimido las protestas disparando perdigones que han causado cientos de lesiones oculares. |
Ahora que los disturbios continúan, llevar un parche en
el rostro se ha convertido en una triste condecoración de valentía. La
escritora mexicana Guadalupe Nettel, que de niña usó un parche en el ojo
derecho, escribió que un ojo tapado es señal de
“una inconformidad ante el peligro” y de “un gran instinto de supervivencia”.
Nuestro
corresponsal Brent McDonald ingresa a una unidad de trauma ocular en
Chile que está respondiendo a "una epidemia" de manifestantes que han
recibido disparos de bala de la policía.
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Desde mediados de octubre, esta
ha sido la escena en las calles de Santiago. Los manifestantes dicen que
están hartos de la creciente desigualdad. La mayoría sale en paz, pero se
encuentran con la fuerza, y la situación se intensifica rápidamente.
Se supone
que Chile es una de las democracias más estables de América Latina, un modelo
de éxito desde que la dictadura del país terminó en 1990. Pero esta brutal
represión sugiere que las tácticas de seguridad no han cambiado tanto.
La
policía ha disparado perdigones y balas de goma. Estos ataques son a corta distancia, golpeando a personas donde pueden hacer el máximo
daño: los ojos. Más de 180 manifestantes han sido cegados en parte.
Y los
números continúan aumentando. Sigo a Carlos Puebla a la unidad de trauma ocular
de un hospital público. La sala de espera está llena de personas que me cuentan
una historia similar. Estoy de vuelta con Carlos Puebla. La Dra. Carmen Torres,
quien se quitó el ojo hace varios días, intenta insertar un implante. Pero el
dolor es demasiado intenso. El Dr. Enrique Morales está rastreando lo que los
médicos ven aquí como una epidemia de trauma ocular. El gobierno niega haber
hecho algo malo. Más tarde, mi solicitud oficial al ministro ya la policía
también fue rechazada.
Grupos internacionales de derechos humanos están
investigando denuncias de abuso. Pero ese proceso rara vez logra hacer rendir
cuentas a los poderosos. Después de todo, fue el presidente de Chile, Sebastián
Piñera, quien preparó el escenario para la represión violenta. Desde entonces,
al menos cinco muertes, más de 180 lesiones oculares graves, 1.800
hospitalizaciones, 5.000 detenciones, además de denuncias de tortura y
violencia sexual. Muchas de las víctimas dicen que no estaban actuando agresivamente
cuando les dispararon. Todo lo que pueden hacer ahora es presentar una demanda
y esperar.
La violencia policial no ha disuadido a las personas de salir, al
contrario. Pocos días después de haberlo conocido en el hospital, Pablo Verdugo
está de vuelta en las calles, cuidando de proteger su rostro y sus ojos del gas
lacrimógeno.
El 28 de octubre, Brandon
González, de 19 años, marchaba con un grupo de manifestantes por la avenida
principal de la capital andina, cuando la policía antidisturbios que bloqueaba
la vía hacia el palacio presidencial empezó a disparar gases lacrimógenos
y balines de goma endurecida.
González, quien venía de su
trabajo en un hospital equipado con vendas y gasa para atender a manifestantes
heridos, agarró una piedra y se la lanzó a un vehículo policial que estaba
disparando gases lacrimógenos a la multitud. Segundos después, vio a un
carabinero a unos 7 metros de distancia apuntándole con un rifle a su cara.
“Sentí un impacto en mi ojo y
todo se puso negro. Levanté mis manos para que dejaran de disparar, luego me
acosté en el piso y me dispararon tres veces más”, dijo González, quien trabaja
como auxiliar hospitalario. “Pensé, ‘van a matarme’”.
Al menos 285 personas en Chile
han sufrido traumas oculares graves, la mayoría por balines de goma
endurecida y contenedores de gases lacrimógenos disparados por las fuerzas de
seguridad chilenas durante este mes de disturbios. De acuerdo con la Sociedad
Chilena de Oftalmología, se espera que esa cifra aumente.
La imagen de un ojo vendado es
tan común en la actualidad, que se ha convertido en un símbolo de unión para
los manifestantes en Chile. Aún así, la probabilidad de una herida de esta
magnitud no los ha disuadido.
El presidente del país,
Sebastián Piñera, no ha podido calmar la agitación a nivel nacional causada por
los salarios bajos y el alto costo de la vida, a pesar de ceder a las
exigencias de un aumento del salario mínimo y una pensión básica más elevada.
Luego de que ciudadanos molestos por la subida de la tarifa del metro quemaran
algunas estaciones del metro de Santiago, Piñera declaró al país "en guerra contra un enemigo poderoso" y ordenó a la
fuerza policial y militar a patrullar las calles.
Desde entonces, la policía ha
sido culpada de al menos seis muertes, más de 6.300 arrestos y 2.400
hospitalizaciones de manifestantes. Actualmente, los defensores públicos en
Chile están investigando cientos de casos de presuntos abusos por parte de los
carabineros, incluyendo tortura y violencia sexual. El daño a la
infraestructura y los comercios ya sobrepasa los miles de millones de dólares.
El anuncio que realizó el
gobierno chileno, la semana pasada, de que llevará a cabo un referendo en abril
para remplazar la constitución de la era de Augusto
Pinochet —una de las exigencias principales de los manifestantes— tampoco ha logrado detener los disturbios.
Piñera ha apoyado la represión
policial con el argumento de que el uso de la fuerza ha sido justificado para
mantener el orden. De acuerdo con los Carabineros de Chile, alrededor de mil
oficiales también han sido hospitalizados por heridas recibidas durante las
protestas.
Mario Rozas, general director
de Carabineros de Chile, anunció el martes 19 de noviembre que
Chile suspenderá el uso de balines antidisturbios y que los oficiales solo
podrán disparar la escopeta antidisturbios “como una medida extrema y
exclusivamente para la legítima defensa cuando haya un peligro inminente de
muerte”, el mismo criterio utilizado para las armas de fuego.
El cambio viene una semana después de que un video documental de The New York Times reveló que los
carabineros de Chile habían cegado a manifestantes con balines de goma, y pocos
días después de que un estudio de una universidad
descubriera que los balines contenían cantidades peligrosas de metal.
El número de heridas oculares
severas a manos de la policía ha indignado a grupos de derechos humanos y ha
alarmado a profesionales médicos. El 8 de noviembre, un estudiante
universitario de 21 años llamado Gustavo Gatica recibió impactos de balines en
ambos ojos y quedó totalmente ciego.
Para al menos 12 víctimas, el
daño a la córnea, iris y nervio óptico ha sido tan severo que los doctores han
tenido que extraer el ojo por completo.
“Un balín que es menor al
tamaño de la pupila genera un impacto tremendo. Es como si el globo ocular se
abriera como una flor”, dice la doctora Carmen Torres. “Es un daño que nos ha
dado bastantes problemas, especialmente en la reparación”.
Torres pertenece a un pequeño
grupo de oftalmólogos de la Unidad de Trauma Ocular del Hospital El Salvador,
hasta cuyas instalaciones llegan los gases de las bombas lacrimógenas que se
lanzan en la plaza Italia, el epicentro de las protestas. Desde mediados de
octubre, ella y un equipo de doctores han recibido más de 211 pacientes con
lesiones graves en los ojos causadas por las municiones no letales. Alrededor
de un tercio de los pacientes han llegado con fragmentos de goma, metal o
cerámica aún alojados dentro de sus ojos.
“Si el balín pasa incluso cerca
del nervio óptico, daña la habilidad de transmitir información. Y si pasa por
el centro del ojo, lo destruye, lo hace estallar”, dice Torres, “Es por eso que
estamos insistiendo en que se dejen de usar estos proyectiles”.
Lo que los carabineros llaman
“perdigones” son parcialmente de caucho. Hace pocos días, por petición de la
Unidad de Trauma Ocular, un grupo de investigadores de la Universidad de
Chile realizó un análisis de
los balines que están cegando a los manifestantes. El estudio descubrió que el
80 por ciento del balín está compuesto de materiales más densos, incluido
plomo, que incrementa su velocidad y lo hace ser tan duro como la rueda de una
patineta.
Un día, a finales de octubre,
la sala de espera estaba repleta de manifestantes con vendas en un ojo. Una
estudiante de mecánica automotriz de 18 años que se encontraba acostada en una
camilla, temía que el balín dentro de su ojo izquierdo cerrado e hinchado
pudiera dejarla ciega. Un trabajador metalúrgico de 46 años que estaba
protestando por el bajo salario mínimo, esperaba por un implante para su —ahora
vacía— cavidad ocular derecha. Una madre limpiaba un hilo de sangre que se
escurría de la nueva prótesis ocular de su hijo, mientras este describía el
momento en el que un carabinero le había disparado.
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El oficial levantó el rifle,
contó su hijo, Jesús Emerson Llancan, “me disparó y después lo bajó. Él vio que
yo me di vuelta con el impacto y me volvió a disparar; me remató. Ya para el
segundo disparo, yo estaba en shock. Mi ojo sangraba demasiado”.
Media docena de manifestantes
describieron un momento similar en el que estuvieron cara a cara con un
carabinero que les apuntó a la cabeza. No existen pruebas visuales que
respalden cada una de las denuncias, más allá de la localización precisa de sus
heridas. Sin embargo, videos compartidos en las redes sociales han mostrado a
carabineros apuntar sus armas directamente a personas que no parecen plantear
ninguna amenaza física. Otros videos parecen mostrar oficiales disparando
indiscriminadamente hacia multitudes de manifestantes.
“Es una catástrofe de derechos
humanos”, opina el doctor Enrique Morales, presidente del departamento de
derechos humanos del Colegio Médico de Chile, quien le ha hecho un seguimiento
a los traumas oculares de los manifestantes.
“Si uno revisa las cifras
comparativas con las denuncias que ha habido en Francia, Cachemira o Palestina,
por ejemplo, tienen números mucho menores”, dice Morales, refiriéndose a los
manifestantes heridos en esos lugares.
El protocolo de las Naciones
Unidas para el uso de lo que ellos denominan “armas menos letales” establece
que las municiones deben ser disparadas en la parte inferior del cuerpo, lejos
de la cabeza y órganos vitales. En comparación, los protocolos del uso de la
fuerza de los Carabineros de Chile son ambiguos.
Gonzalo Blumel, el ministro del
Interior recién nombrado y de cuya cartera depende la seguridad pública, ha
negado que las fuerzas de seguridad hayan cometido abusos de derechos humanos.
“El gobierno ha actuado con
total compromiso, no solo en el estricto cumplimiento de los protocolos que hoy
día existen en el actuar de carabineros y las fuerzas armadas, sino también en
la total y absoluta protección de los derechos humanos y los derechos
fundamentales”, dijo.
No queda claro si el cambio en
la política tendrá algún impacto medible en la violencia. La semana pasada, el
presidente Piñera admitió que ha habido algunos abusos y dijo que serían
investigados.
“Creo que ha habido excesos,
abusos, incumplimiento de los protocolos, incumplimiento de las reglas del uso
de la fuerza, mal criterio o delitos”, dijo Piñera.
Brandon González, el auxiliar
hospitalario, contó que cuando le dispararon, un oficial lo subió a una
camioneta de la policía y le impidió recibir atención médica durante horas,
hasta que lo dejaron en un hospital público.
“Se empezaron a burlar de mí:
que iba a perder la vista, ‘un ojo menos’”, dijo González.
El miércoles 13 de
noviembre, la doctora Torres operó a González y extrajo de su ojo izquierdo el
mismo balín negro de goma y metal que ha visto en otros pacientes. El
pronóstico era sombrío: salvará el ojo, pero debido al daño en los nervios
ópticos y en la retina, perderá el 95 por ciento de la vista.
Brent McDonald es corresponsal sénior de video
para el Times en México, desde donde cubre América Latina. Su trabajo ha
recibido varios premios National Murrow, un Premio World Press Photo, el premio
POYi Multimedia al fotógrafo del año así como el premio del Deadline Club de la
Sociedad de Periodistas Profesionales
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