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La opinión de un teólogo  
LOS JUEGOS OLÍMPICOS: METÁFORA DE LA HUMANIDAD HUMANIZADA 
Por Leonardo Boff 
Desde el día 5 de
  este mes de agosto Río de Janeiro es la sede de los Juegos Olímpicos de 2016.
  Se ha creado una inmensa infraestructura de arenas, estadios, nuevas avenidas
  y túneles que dejarán un legado inolvidable a la población carioca.  
La apertura y la
  clausura son ocasión de grandes celebraciones, en las cuales el país que
  hospeda intenta mostrar lo mejor de su arte y singularidad. La apertura esta
  vez fue de un esplendor inigualable, a semejanza de los grandes desfiles de
  las escuelas de samba. Los efectos de luces y de imágenes proyectadas en
  pantallas enormes creaban una atmósfera de mágica y casi surrealista,
  provocando en muchos lágrimas de emoción.  
El momento
  principal fue el desfile de las delegaciones de 206 países, un número mayor
  que el de los países representados en la ONU, que son 193. Cada delegación
  desfilaba con trajes típicos de sus pueblos, destacándose por sus colores
  vistosos y elegantes, los trajes africanos y asiáticos.  
Sabemos que en
  todas las relaciones sociales e internacionales subyacen intereses y
  maniobras de poder. Pero aquí, en los Juegos Olímpicos, si existieron, fueron
  prácticamente invisibles. Predominaba el espíritu deportivo y olímpico por
  encima de las diferencias nacionales, ideológicas y religiosas. Aquí todos
  estaban representados, hasta un grupo, muy aplaudido, de refugiados que hoy
  inundan especialmente Europa. Tal vez este evento sea uno de los pocos
  espacios en los cuales la humanidad se encuentra consigo misma, como una única
  familia, anticipando una humanización siempre buscada pero nunca
  definitivamente mantenida porque todavía no hemos avanzado en la conciencia
  de que somos una especie, la humana, y tenemos un único destino común junto
  con nuestra Casa Común, la Tierra.  
Este tal vez sea el
  mensaje simbólico más importante que un evento como este envía a todos los
  pueblos. Más allá de los conflictos, diferencias y problemas de todo tipo,
  podemos vivir anticipadamente y, por un momento, la humanidad que finalmente
  se humanizó y encontró su ritmo en consonancia con el ritmo del propio
  universo. Este es uno y complejo, hecho de redes incontables de relaciones de
  todos con todos, constituyendo un cosmos en cosmogénesis, gestándose
  continuamente a medida que se expande y se complejiza. A este ritmo no escapa
  tampoco la humanidad.  
Los Juegos
  Olímpicos nos invitan a reflexionar sobre la importancia antropológica y
  social del juego. No pienso aquí en el juego que se volvió profesión y gran
  comercio internacional como el futbol, el baloncesto y otros, que son más
  bien deportes que juegos. El juego, como dimensión humana, se revela mejor en
  los medios populares, en la calle o en la playa o en algún espacio con hierba
  o con arena. Este tipo de juego no tiene ninguna finalidad práctica, pero
  lleva en sí mismo un profundo sentido como expresión de alegría de divertirse
  juntos.  
En los Juegos
  Olímpicos impera otra lógica, diferente de la cotidiana de nuestra cultura
  capitalista, cuye eje articulador es la competición excluyente: el más fuerte
  triunfa y, en el mercado, si puede, se come a su concurrente. Aquí hay
  competición, pero es incluyente, pues participan todos. La competición es
  para el mejor, apreciando y respetando las cualidades y el virtuosismo del
  otro.  
La tradición
  cristiana desarrolló toda una reflexión sobre el significado transcendente
  del juego. Quiero concentrarme un poco sobre ella. Las dos Iglesias hermanas,
  la latina y la griega, se refieren al Deus ludens, al homo ludens
  e incluso a la eccclesia ludens (Dios, el hombre y la Iglesia
  lúdicos).  
Veían la creación
  como un gran juego de Dios lúdico: hacia un lado lanzó las estrellas, hacia
  otro el sol, más abajo puso los planetas y con cariño colocó la Tierra,
  equidistante del Sol, para que pudiese tener vida. La creación expresa la
  alegría desbordante de Dios, una especie de teatro en el cual desfilan todos
  los seres y muestran su belleza y grandeur. Se hablaba entonces de la
  creación como un theatrum gloriae Dei (un teatro de la gloria de
  Dios).  
En un bello poema
  dice el gran teólogo de la Iglesia ortodoxa Gregorio Nacianceno (+390): «El
  Logos sublime juega. Engalana con las más variadas imágenes y por puro gusto
  y por todos los modos, el cosmos entero». En efecto, el juguete es obra
  de la fantasía creadora, como lo muestran los niños: expresión de una
  libertad sin coacción, creando un mundo sin finalidad práctica, libre del
  lucro y de beneficios individuales.  
«Porque Dios es vere
  ludens (verdaderamente lúdico) cada uno debe ser también vere ludens,
  aconsejaba, ya mayor, uno de los más finos teólogos del siglo XX, Hugo
  Rahner, hermano de otro eminente teólogo, que fue profesor mío en Alemania,
  Karl Rahner.  
Estas
  consideraciones sirven para mostrar cómo puede ser sin nubarrones y sin
  angustia nuestra existencia aquí en la Tierra, al menos por un momento,
  especialmente cuando se vislumbra en la belleza de las diferentes modalidades
  de juegos la misteriosa presencia de un Dios lúdico. Entonces no hay que
  temer. Lo que nos bloquea la libertad y la creatividad es el miedo.  
Lo opuesto a la fe
  no es tanto el ateísmo sino el miedo, especialmente el miedo a la soledad.
  Tener fe, más que adherirse a un conjunto de verdades, es poder decir,
  siguiendo a Nietzsche, “sí y amén a toda la realidad”. En lo profundo, la
  realidad no es traicionera, sino buena y bonita, alegre acogedora. Alegrarse
  por formar parte de ella lo expresamos en el juego, y, de forma universal, en
  los Juegos Olímpicos. Tal vez éste sea su sentido secreto. | 
kradiario.cl
jueves, 18 de agosto de 2016
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