Los chilenos, desde el gobierno de Ricardo Lagos venimos cambiando de posiciones en el ejercicio del poder, que va de los presidentes DC (Aylwin y Freí Ruiz Tagle), ambos conservadores, a otro supuestamente socialista (Lagos), luego otro socialista (Bachelet); de ahí saltamos a un derechista (Piñera); regresamos a la misma socialista (Bachelet) y de nuevo al derechista (Piñera) y concluimos con otro izquierdista (Boric).
¿Cuál es el Chile real?
¿Qué piensan y desean
finalmente los chilenos?
Pareciera que es un malestar que busca desesperadamente una salida, lo que se expresa en esta especie de bandazos electorales que nos aqueja y confunde.
En la antigua democracia (1925-1973) donde la mayoría del pueblo vivía con tanto malestar como vive hoy el 70% de los compatriotas, también se producían bandazos: de un primer Alessandri (conservador autoritario) pasamos a un Ibañez (populista autoritario),
luego el Frap (popular reformista), retoma Ibáñez (como populista) y pasamos a un segundo Alessandri (conservador) y a un Freí Montalva (desarrollista- progresista) hasta llegar a un Allende (revolucionario izquierdista).
Como se ve, el péndulo también se balanceaba y se movió tanto, que se desprendió, dando en una dictadura criminal.
Donde, curiosamente, ese personaje dictador aparece, en las preferencias sugeridas a los chilenos de hoy, superando a todos los candidatos que hoy postulan a La Moneda (si damos fe a las encuestas, que es otra discusión).
Es decir, la democracia suma negativamente a su haber, mientras el autoritarismo tiránico suma números positivos a su cuenta, luego de medio siglo de experiencias dolorosas y de euforia neoliberal.
Entonces esto parece sugerir que el paciente sigue padeciendo esa especie de bipolaridad, a pesar de los tratamientos tan severos como el “electroshock” dictatorial y la sedación consumista neoliberal (consumismo sádico, basado en deuda más que en un salario justo).
Medio siglo de fracasos o un siglo, si tomamos la historia desde 1925, donde se impone una Constitución formalmente democratica pero que contiene en su fondo un presidencialismo autoritario junto a un parlamentarismo ambivalente, pero con clara tendencia a conservar el poder central de los grandes decisores.
Con todo, en la vieja democracia (1925 - 1973) se verificaba una tendencia creciente hacia la ensanchar las “ grandes alamedas por donde transitara el pueblo”; pero desde la dictadura lo que se viene ensanchando es la gran autopista por donde transitan los capitales nacionales y extranjeros, y quienes les acompañan (los partidos ultra derechistas y los subalternos servidores concertacionistas).
Porque en Chile no existe la “ centroderecha”; toda la derecha es ideológicamente extrema, desde la dictadura lo fue y no ha cambiado (viene migrando en su conducción, desde RN, a la preeminencia de la UDI y ahora hacia los Republicanos y los llamados “ libertarios”, es decir hacia el extremismo más extremo de una derecha de por sí fáctica.
También es cierto que la polarización en Chile no se ha dado en una dialéctica confrontacional con la izquierda real, pues lo que se ha llamado “izquierda” no es más que un feligrés obediente a los dictados del señor cura. La izquierda que permanece dura, es no más del 15 al 20% del electorado, pues la otra “izquierda” que fue, ya se instalo’ en lo que se llama malamente una “socialdemocracia”, pero que no llega a identificarse ni siquiera con una “ Tercera via”. Es más cercana a la que las academias llaman un “neokeynesianismo”, que es como el hermano tímido del neoliberalismo. Es algo como las propuestas de un Clinton o un Tony Blair, claro que en nuestro caso chileno, con mucho menos personalidad y mayor timidez que el “hermano mayor”.
No se debe confundir con la otra versión del keynesianismo de las academias, cual es el "postkeynesianismo" que es semejante al que se aplica en países nórdicos. Pero eso daría para otro artículo.
Pero lo evidente es que el pueblo, ese 70% de chilenos y migrantes, que huyen de sus países en crisis aguda, siguen sufriendo de un malestar soterrado, que puede explotar como en el “octubrismo”, el narcotráfico, la delincuencia juvenil y la delincuencia organizada, esa que asalta camiones de valores, aeropuertos, camiones de mercancías ( y logran arrebatar sumas importantes) ; esas Pymes delincuenciales de los portonazos, encerrona, tráfico de vehículos (que ofrecen pequeños emprendimientos, pero sumados, son importantes).
Pero también el incentivo de hacer dinero para valorarte socialmente induce a la proliferación del delito de alcurnia, el de las empresas zombis, de las boletas falsas, del los FUTs que no se invierten, de los evasores y las elusiones tributarias; de las estafas en todas las ramas militarizadas, las policías; para qué decir de los municipios y reparticiones regionales. Hasta el más solitario de los emprendedores financieros se perjudica a cientos de inversionistas y se manda a cambiar o vende por Internet para estafar y hasta matar si es necesario.
Es la adoración maldita del becerro de oro, de ese pacto mefistofélico con el éxito rápido, donde se vende el alma (la moral) a cambio de una parte mayor del botín.
Cuando la gente común ve este espectáculo que podríamos titular como de “caos inorgánico” o nihilismo social, inicialmente se sorprende, luego se confunde, también se enfurece (si tiene mayor claridad de cómo se monta el caballo del poder), pero ante la generalización corruptora y degenerativa, la gente común comienza a “temer y temblar” , como señalaba Kierkegaard, que debía ser la postura humana ante lo inasible de la realidad dirigida desde otra esfera, esa a la que no tenemos acceso.
La pérdida de la Esperanza, es la anulación del sentido del tiempo para el ser humano. Sin visión de futuro el pueblo cae en la anomia, entonces o se suicida o huye a la aventura incierta de caminos que no desea ni conoce, pero es empujado por la pérdida de ese horizonte que anima a toda vida humana.
El hombre es un animal que construye (ciudad, residencia, institución), pero también es un caminante de la diáspora, del éxodo, de caminar al encuentro de otra tierra prometida, de una promesa profética o de una visión utópica (Tomás Moro).
Su instalación frente al tiempo y el espacio es móvil a pesar de una aparente rutina, dice Cassirer en su “Antropología filosofica”.
Puede tolerar inestabilidades (espaciales), pero siempre que el futuro (temporalidad) le llame a aventurar un mañana. El espacio y el tiempo están inscritos de manera compleja en el ser humano, es el único animal que sufre esa complejidad. Bien lo representa Walter Benjamin en su trabajo sobre “El ángel de la historia”.
El “ caos orgánico” que padecemos hoy puede desorganizarse al punto de perder el sentido de orientación (confusión); puede llegar a oscurecer la perspectiva siempre abierta a un futuro (desesperanza), y todo esto puede llevar a la pérdida de la libertad – junto a la dignidad- que es lo que hace al hombre diferente a las otras criaturas que pululan por la Tierra, sin sentido alguno de su trascendencia.
 
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