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viernes, 11 de octubre de 2013

11-10-2013-KRADIARIO-EDICIÓN N° 873
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LA MEMORIA DE LA JUSTICIA
Por Martín Poblete (*)
Con la conmemoración de los 40 años del golpe de estado hemos vivido varias semanas de regreso al pasado. Sin embargo, a diferencia del clásico de ciencia ficción de los 1980, no conseguimos salir de ese pasado para movernos hacia el futuro.
El golpe del 11 de septiembre de 1973 es el hecho  más importante en la historia de Chile en la segunda mitad del Siglo XX. En esa fecha confluyen los antecedentes, causas y determinantes acumuladas en el curso del siglo. A partir de ese día fluyen variables muy diferentes que marcaron el fin de un ciclo de rasgos aristocráticos, oligárquicos, mesocráticos, populares, democráticos, reformistas y revolucionarios. 
Simultáneamente, ese punto de inflexión marca el comienzo de otro ciclo de rasgos oligárquicos, autoritarios, dictatoriales,  contrarrevolucionarios  y, a partir de la salida del General Gustavo Leigh  de la Junta Militar de Gobierno (julio de 1978), de matices personalistas ajenos a la tradición chilena. 
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El 11 de septiembre de 1973, el Presidente de la República Salvador Allende se suicida en el Palacio Presidencial bajo asalto militar, en el contexto de un golpe de estado, tal vez por ello un solo día concentra el más amplio espectro emocional y racional.   En varias de las opiniones vertidas en estas algo más de seis semanas, se advierte la tendencia a mezclar el golpe de estado con la dictadura y algunos de sus legados; tal tendencia, si bien comprensible en algunos, debe ser rechazada, porque  el “11”  es un hecho histórico de identidad excluyente y singular.
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La dictadura tiene sus propias variables definiendo sus perfiles, entre los más notorios resaltan los gravísimos crímenes cometidos en el marco de igualmente gravísimas violaciones a los derechos humanos, destacando el crimen de los detenidos desaparecidos; la dictadura y su líder, Augusto Pinochet, están irreparablemente ligados a esa tragedia. 
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La responsabilidad personal del General  Pinochet tiene un agravante,  el crimen mismo, porque la no entrega de los cadáveres de las víctimas a sus familiares pudo haber sido  resuelto  por quien concentraba la suma del poder mientras estaba gobernando, incluso pudo solucionarlo aún después de entregar el gobierno mientras todavía era Comandante en Jefe del Ejército, pero declinó hacerlo, legándonos una herida abierta para el futuro.
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La memoria de los crímenes, particularmente el de los desaparecidos, descansa en el Archivo de la Vicaría de la Solidaridad, en menor grado en la información acumulada por varias organizaciones seculares, especialmente la Comisión Chilena de Derechos Humanos  con el liderazgo de Jaime Castillo Velasco. Los logros en materia de justicia, valiosos a pesar de parciales,  no habrían sido posibles sin la memoria aportada por esas instituciones.
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En perspectiva y consideración a las circunstancias, la fundación y funcionamiento de la Vicaría de la Solidaridad  no habría sido tampoco posible  sin la gestión del Cardenal Raúl Silva Henríquez,  con su  sentido evangélico pastoral y solidario.  Su carácter macizo y recia personalidad  fueron claves para  manejar la relación a veces contenciosa con otros obispos,  enfrentar la hostilidad del régimen gobernante  y dejar una institución capaz de continuar su labor  bajo la autoridad de dos sucesivos arzobispos, varios vicarios y jefes de su departamento jurídico.
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Sin embargo, tras pasar veintitrés años desde el final cronológico de la dictadura, quedan aún muchas tareas pendientes para la memoria y el logro de la justicia.
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(*) Profesor de historia, Fordham University  Nueva York 1981.    Ejerció en Rutgers University  (Universidad del Estado de New Jersey), New Brunswick NJ.   Director del Seminario Latinoamericano de Columbia University, Nueva York, 1998-2009.

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