Finalmente, el enemigo N° 1 de los Estados Unidos fue abatido. Osama Bin Laden murió anoche en Pakistán. Culminaron así diez años de búsqueda incesante. Era el responsable de miles de muertos norteamericanos, al derribar las Torres Gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001.
El presidente Barack Obama dio la noticia al país en un breve discurso. Menos de diez minutos bastaron. La contundencia de lo ocurrido no requería mayores explicaciones. Las consecuencias, en cambio, abarcarán diferentes ámbitos y se encuentran en pleno desarrollo.
En su alocución, Obama dejó en claro muchas cosas. Una de ellas se resume en pocas palabras: “La tarea de cuidar la seguridad de nuestro país no está terminada, pero esta noche recordamos una vez más que Estados Unidos puede hacer lo que se proponga”, dijo. Hoy se ha sabido que las autoridades paquistaníes no fueron informadas de la operación sino hasta que ésta hubo concluido. Sin embargo, persisten dudas al respecto. El suburbio de Abbottabad, que se encuentra a 65 kilómetros al Oeste de Islamabad, la capital, es prácticamente un complejo militar. El lugar en que muere el líder terrorista se halla a 1 1/2 km de la Academia Militar Kabul, lugar de formación de altos oficiales. Y en el complejo dentro del cual esta la fortificación en que es ultimado, lo habitan militares en actividad y retirados.
Pero esta es sólo una arista de un problema complejo. Y que para la opinión pública será extraordinariamente difícil de desentrañar. Desde hoy viviremos la manipulación mediática directamente digitada desde la Casa Blanca o desde los servicios de seguridad que a ella obedecen. Se trata de un tema altamente sensible en el plano internacional. Una materia estratégica para la relaciones de EE.UU. con una parte muy importante del mundo islámico. Por ello, la verdad de lo acontecido quedará en la nebulosa.
Este es un acontecimiento que se encuadra dentro del críptico mundo del espionaje y contraespionaje. Y allí la verdad es creada y destruida al antojo de quien da las órdenes. Ni siquiera se sabrá la cifra real de muertos. Washington afirmó que fueron ultimados, además de Bin Laden, tres de sus guardaespaldas y que no hubo bajas estadounidenses. Sin embargo, informaciones extraoficiales mencionan la caída de un helicóptero atacante
En todo caso, este episodio termina un capítulo de la obra que comenzó a escribirse hace ya años y que está lejos de la palabra fin. Osama Bin Laden inició su figuración pública a fines de la década de 1970. Proveniente de una adinerada familia saudita, se une a la resistencia afgana contra las tropas de ocupación soviéticas. Su instrucción la recibe de asesores norteamericanos que trabajaban estrechamente con la guerrilla talibán. Esta alianza se mantiene hasta la salida de las tropas soviéticas, en 1989.
Pero el vínculo termina cuando los talibanes no acatan las directrices occidentales y gobiernan Afganistán bajo estrictas leyes islamitas. De allí nace Al Qaeda y Bin Laden se transforma en enemigo de su antiguo aliado, los Estados Unidos. Es expulsado de Arabia Saudita y su organización se erige en una de las redes terroristas más importantes del mundo.
Dos años antes del atentado de las Torres Gemelas, en 1999, el espionaje norteamericano estuvo a punto de eliminar a Osama. La oportunidad se presentó durante una cetrería en que él participaba junto a halconeros reales de los Emiratos Árabes. Cazaban hubaras en el desierto afgano de Kandahar. La operación fue abortada a último minuto por el jefe de la CIA, George Tenet. En esos momentos, Washington negociaba con los Emiratos la venta de aviones de combate por US$8.000 millones. La eliminación del terrorista difícilmente podría realizarse sin causar bajas en el séquito real. Y eso provocaría el final abrupto del negocio.
Hoy, Estados Unidos y sus principales aliados europeos se encuentran en alerta máxima. Al Qaeda anunció venganza. Y aún resuenan las palabras de Obama: “Estados Unidos puede hacer lo que se proponga”. En un mundo unipolar como el que vivimos, eso es extraordinariamente peligroso. El poder sin límite nunca ha sido buen consejero. Junto con celebrar la eliminación de un terrorista asesino, tal vez sería conveniente preguntarse ¿por qué tanto odio? Pero cuando quien debe hacerse la pregunta puede hacer lo que se proponga, difícilmente se la hace.
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