Por Walter Krohne
Chile ha cambiado con las nuevas tecnologías como ha ocurrido también en muchos otros países del mundo. Han sido cambios impulsados por una modernización extrema que ha modificado, en forma vertiginosa, la forma de pensar, trabajar y de ver la vida. Sin embargo, el chileno en su esencia, en su interior, en su manera de ser, en su tenacidad o en sus criterios de previsión o capacidad para adelantarse a los problemas, no ha tenido cambios profundos, es el mismo chileno improvisador de décadas pasadas.
En un solo año, Chile ha tenido eventos de tensión y tragedias que se podrían haber evitado si quienes están y han estado al frente de los mandos centrales hubiesen cumplido con sus tareas como le corresponde a una sociedad deseosa de querer pertenecer a un primer mundo y no quedarse entrampada en los problemas históricos de siempre.
Primero fue el terremoto-tsunami, que digan lo que digan, pero las autoridades que estaban al mando de las instituciones de emergencia en la madrugada del 27 de febrero, no supieron o no tuvieron la capacidad de manejar la situación como correspondía. Esto no lo digo yo, quedó demostrado en la investigación que hizo la Cámara de Diputados, que no sirvió de nada porque, si bien, se destapó la ineficacia ante la opinión pública, no se corrigió, sin embargo, lo malo ni tampoco se sancionó a los responsables.
Vimos las imágenes de una Oficina de Emergencia absolutamente tercermundista y órdenes que se daban en la noche de la tragedia, según muestran los videos, que causaban pena y más inseguridad y desconcierto del que realmente se respiraba. Mientras esto ocurría en una oficina de Santiago, el mar arrasaba pueblos y ciudades sin que nadie se enterara.
La historia de los mineros, también fue una tragedia, aunque los 33 estén hoy dando vueltas por el mundo contando cómo pudieron resistir y salir vivos del infierno que debe haber sido los 70 días a 700 metros de profundidad. Este incidente no ha sido un éxito como se vanaglorian muchos, ha sido un tremendo fracaso por la falta de control absoluto de las condiciones laborales de cientos de yacimientos mineros, muchos de ellos en las mismas o peores condiciones que la Mina San José de los 33.
Tras ese encierro involuntario, varios otros accidentes similares, algunos con muertos, se han agregado a la lista de estas tragedias. Lo más espectacular es que un funcionario del Estado dijo en un momento que era imposible controlar todos los yacimientos y menos los que no tienen ninguna licencia y están ilegales porque no se saben donde están ubicados, como fue el reciente caso ocurrido en la localidad de Petorca.
Vivimos luego por televisión la tragedia del bus Tur Bus en la Autopista del Sol con un saldo de 19 muertos y 23 heridos. Es decir si hablamos de números, mas de la mitad de las vidas humanas salvadas en la mina de Copiapó se perdió en segundos por una irresponsabilidad múltiple que involucró tanto a la empresa como a las autoridades gubernamentales y/o estatales. Las víctimas fatales eran todos trabajadores que iban a la lucha diaria con la ilusión de progresar, desarrollar a sus familias y salir adelante. En segundos todo se acabó para ellos y sus familiares.
Pero, la lista no termina aquí. Hace sólo días fuimos como "cotestigos", también a través de las horas y horas que la pantalla chica le dedica a las tragedias, de un nuevo desastre: 81 muertos al incendiarse una torre de la cárcel de San Miguel .
Detrás de cada una de estos hechos o eventos, utilizando términos policiales, siempre se ha especulado con la vieja consigna del Nunca Más. Nunca más puede volver a ocurrir una tragedia así. Si no me equivoco, esta consigna se las he escuchado a todos los últimos presidentes de Chile, pero lo lamentable es que las mismas desgracias humanas se repiten una y otra vez. Por falta de control, por ineficacia funcionaria, por incompetencia, por coimas, por cualquier cosa, pero siguen ocurriendo.
No se trata de echarle la culpa a los gobiernos anteriores ni al actual, porque la capacidad para adoptar las medidas adecuadas en el momento preciso y evitar que se produzcan tragedias, simplemente no está en la mentalidad del chileno. Este, por lo general, dilata las situaciones y la adopción de medidas hasta que llega finalmente al punto y convencimiento de mejor no hacer nada. Es parte de la idiosincrasia chilena.
En Alemania y en Europa en general se dice con frecuencia que ” la confianza es buena pero el control es mucho mejor". Y este control es el que falta para evitar tantas tragedias, porque es imposible pensar que una empresa de buses pueda seguir operando normalmente si ya ha sido multada con 90 millones de pesos por incumplimiento de las normas del tránsito.
No hablemos del hacinamiento en las cárceles, tema que se ha abordado una y otra vez en los veinte años de gobiernos de la Concertación y se ha hecho muy poco o casi nada para resolverlo, aparte de los intentos del presidente Ricardo Lagos de poner en marcha un nuevo plan de construcción de cárceles concesionadas, que también ha terminado en un parcial fracaso.
El nunca más nos seguirá penando y lo escucharemos seguramente en la historia que viene varias veces más. ¡Qué lamentable!
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