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jueves, 3 de marzo de 2016

POR NO COBRAR IMPUESTOS, EL ESTADO SE ENDEUDA

Por Hugo Latorre Fuenzalida

La gente de este país estaba confiada en que el Estado mantenía una deuda muy baja, tan baja que era casi ocioso andarse preocupando de los números y las estadísticas. Si bien esto fue cierto hasta el 2007, tiempo en que nuestro endeudamiento público representaba apenas 7 mil millones de dólares y un equivalente al 3,9 del PIB,  resulta  que desde entonces la deuda pública viene creciendo a ritmo preocupante.
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De hecho subió casi cuatro mil millones de dólares entre 2008 y 2009, alcanzando casi el 6% del PIB. Pero al año siguiente (2010) salta a 20.357 millones de dólares, superando el 8,5% del PIB; del 2010 al 1011 sube otros 6 mil millones de dólares, superando el 11% del PIB, con un total de 26 mil millones de dólares. Finalmente del 2013 al 2014 salta otros 3.000 millones de dólares y del 2014 al 2015 otros 5.500 millones de dólares., completando un 17% del PIB y un total de 43 mil millones de dólares.
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Con esta progresión de endeudamiento los analistas están aseverando que Chile  bajará su calificación crediticia, lo que hará más dificultoso el crédito externo e interno y bastante más caro.
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Se debe recordar que este mayor endeudamiento, que en 2/3 es de tipo interno (con acreedores nacionales) y 1/3 es externo (con acreedores  foráneos), se compromete en tiempos de altos precios del cobre y de las materias primas en general, lo que habla de una pésima organización en la lógica de gestión del Estado.
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Esto queda evidenciado cuando se destaca una contradicción esencial en la arquitectura distributiva y tributaria, puesto que hay muy pocos que concentran gran parte del excedente nacional y contribuyen prácticamente en nada al financiamiento público y muchos que ganan muy poco y deben soportar todo el peso del gasto del Estado. La osamenta tributaria revela una radiografía indesmentible de la deformidad económica de una sociedad y el endeudamiento público es apenas un síntoma y signo de esa monstruosidad estructural.
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Los adictos al modelo actual sostienen que el crecimiento es la solución al problema, pero no se dignan reparar ni diferenciar  quién crece y qué se hace con ese crecimiento, cuál es su productividad, a quién tributa y cuánto tributa.
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Una estructura tributaria premoderna no puede conciliarse con una sociedad civil que puja por abandonar el atraso. Sabe que para  superar la postergación social debe invertir más en educación, en salud, en vestirse, en alimentarse mejor, en hacer deporte y en mejorar su apariencia física y mental. Eso tiene costos crecientes, y alguien debe proporcionarlos.
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Si no se obtienen los recursos para esa modernización integrativa, lo que se dará será una descomposición disolutiva, como ya lo podemos ver en varios países latinoamericanos (y de otras partes) que enfrentan una amenaza de “caos inorgánico” perceptible a ojos vista.
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Los intereses dominantes en Chile se las arreglan, hasta ahora, para convencer y vencer en la teoría que no se debe afectar el crecimiento y el empleo, lo que se traduce en no modificar nada ni menguar ninguno de los privilegios que mantienen intactos hasta ahora y que les ha permitido enriquecerse sin contribuir en nada a mejorar la competitividad país, la productividad país ni la posición país en el concierto mundial de competencias tecnológicas y productivas.
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Las reformas de la educación, con la permanencia de grandes sectores con lucro transgresor a la norma constitucional hecha por la misma dictadura; la reforma tributaria que seguirá descansando en el esquivo crecimiento para financiar el gasto público, luego de  la pasada  por la voraz cocina (y en el aporte del IVA y los impuestos a los gastos de consumo esencial de las mayorías nacionales, es decir lo no suntuario); la reforma laboral que dejará en desmejorada posición al trabajo, ante un empresariado que goza de un poder prepotente y desmedido desde hace más de 40 años, lo que asegura  mantener la acumulación elitesca y la desmejora social del salario a largo plazo…Y cuando esto acontece, deberá seguir la presión sobre el “papá Estado” para financiar las demandas de surgimiento social de una clase popular que no se resignará a su condición de paria, con lo cual los administradores del Estado que sufren menos de la miopía “empresocéntrica” del modelo,se darán cuenta que deben aumentar el gasto y la inversión social si aspiran a mantener el sartén por el mango un tiempo más.
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Pero como el empresariado no provee y el Estado no tiene velería ¿de dónde pecatas meas sino es del endeudamiento público?
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Este endeudamiento es luciferino, puesto que lo que no se concede en impuesto se cobra en intereses a la sociedad toda, es decir a las mayorías de pobres que demandan del Estado los servicios que por su propia cuenta no pueden financiar.
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Dos tercios del endeudamiento público está comprometido con acreedores internos, lo que quiere decir que en Chile hay capacidad de prestar al Estado pero no de pagar impuestos normalizados a los estándares de nuestro nivel de desarrollo. Claro,con los impuestos se cede capital privado a la sociedad, en cambio con el endeudamiento público se ganan intereses por el mismo capital (es decir se cobra a la sociedad por asistirla). Entonces ahí está el negocio: mover y multiplicar el capital privado a costa del endeudamiento  creciente de los chilenos, por vía del gasto público que no puede ser financiado con impuestos. 
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Porque deben saber los chilenos pobres que el endeudamiento del Estado lo deberán pagar las generaciones futuras de trabajadores, que son los que sostienen realmente  al Estado, así es que el silencio presente es cómplice de este compromiso. Entonces nuestros hijos y nietos deberán cumplir con el servicio de la deuda restando de su ingreso y afectando su nivel y calidad de vida; los ricos, en cambio, gozarán de nuevos aportes  al crecimiento de sus ganancias, permaneciendo indiferentes ante este crimen social autorizado por una casta avariciosa, mediocre, venal, ineficiente y subsidiada.
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De esta forma, seguiremos alimentando el crecimiento de una estructura monstruosa, deforme y peligrosa, mientras que el fruto del esfuerzo social con que se construye la riqueza nacional, permanece ajena y distante a todos aquellos que aportan su trabajo, su esperanza y su fe en el Chile de todos.

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