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miércoles, 3 de junio de 2015

FILOSOFÍA-LATORRE-KRADIARIO

EL OLVIDO DE LOS PROFETAS DEL PENSAMIENTO CRISTIANO

Por Hugo Latorre Fuenzalida
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Gabriel Marcel (*), otro pensador  profundo desde la vertiente cristiana, viene a denunciar no ya la injusticia y la necesidad del cambio moral, como lo hizo Péguy, o la revolución personalista, como lo planteó Mounier, sino el riesgo destructivo en la dimensión existencial del hombre moderno.
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En sus últimos textos “Los hombres contra lo humano” (1951), Marcel  resalta todos los grandes temas que  afectan al hombre de estos tiempos en Europa: la libertad comprometida, el envilecimiento por lo abrumador del progreso técnico, la despersonalización por la cultura de masas, la desesperanza por las catástrofes humanas de las guerras.
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El filósofo realiza una reflexión que él llama “segunda”, que es en el fondo un análisis fenomenológico en dos instancias: una primera que es  de lógica convencional, que expresa el llamado de atención y otra, “segunda”, que  repasa, revisita y profundiza sobre las primeras razones esgrimidas en la primera reflexión o reflexión “primaria”.
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La  “reflexión segunda” es propiamente una tarea de la filosofía; es la reflexión que permite resistir y crear esperanzas. Porque Marcel, como Jeremías, eleva sus lamentos, pero no se queda en ello, también predica la esperanza.
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Sobre el tema de las masas y la despersonalización, le alarma la bolchevización de Europa occidental, con la imposición de las tiranías burocráticas y las tecnocráticas, con las abstracciones reduccionistas, que le llevan a denunciar: “La ley de las mayorías es una regla groseramente pragmática”, que no tiene para nada en cuenta el “misterio del Ser” y lo irrepetible e intransferible de la persona.
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El tema de las guerras en que, justamente, se depuran las técnicas del envilecimiento aniquilador de la persona, donde las víctimas son avasalladas en todos sus derechos y dignidades, que, además, amenazan con barrer a la especie humana de la superficie del Planeta, viene a representar el mayor desafío del hombre  tecnológico, como también de los políticos.
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Esta capacidad destructiva, demostrada en las últimas conflagraciones, impone una ”angustia” que corroe la vida moderna y le impide, a las mujeres y hombres, constituirse como sujeto con plena soberanía sobre su vida y su futuro. La amenaza es demasiado perturbadora para la psiquis de las personas.
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Las masas: Marcel acusa que la mentalidad moderna está cruzada por la “abstracción”, y esa abstracción se dirige a lo “pasional”, que es el lenguaje asumido por las masas, aceptado y promovido también para su dominación o manipulación. La “abstracción” pretende dar coherencia teórica al absurdo, y el riesgo es que este intento  está asociado al misterio del Mal. Explicar el absurdo, llevado a su extremo, se reduce a entronizar un Mal legitimado por la especulación “racional”.
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El Mal no puede ser explicado por ninguna abstracción, pues el Mal es un misterio: el Bien es la contraparte de ese misterio. El Mal y el Bien no obedecen a herramientas, pues son problemas metatécnicos; la técnica inhibe el ambiente espiritual necesario para reflexionar sobre estos temas y estos temas sólo se pueden reflexionar desde el espíritu, es decir desde el vínculo de amor, de acercamiento, es decir de una humanidad realzada y no desde la materialidad degradada, sobre la cual son cooptadas las masas. Sostiene que las masas vienen siendo  amaestradas pero no educadas, por eso son fácilmente fanatizables. Sólo la persona puede ser educada, la masa nunca.  Entonces el Mal moderno, encarnado en las masas es la “enajenación” del hombre.
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Defendiendo, como Mounier, el verdadero personalismo, Marcel señala que las masas son electrizadas, seducidas hasta el paroxismo por la publicidad. Las masas están condenadas a una pura apariencia de vida, pero lejos de una vida verdadera, pues la vida verdadera está reservada sólo a las personas. Entonces el segundo mal que el sistema encarna en las masas es la “alienación”.  Y la suma de ambas es el “envilecimiento”.
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La agonía del hombre se da plenamente en el hombre moderno, pues luego de instalarse como amo y señor del mundo, con el dominio tecnológico, por ese mismo dominio ha venido a dar con que decae existencialmente hasta agonizar, como también decae el planeta; y toda su potente voluntad queda sujeta al envilecimiento por la técnica, que empuja la “agonía del hombre”- agonía que Marcel se afana en proclamar, anticipándose a  Deleuze y Foucault, quienes terminan proclamando la ”muerte del hombre”, así como Nietzsche proclamó antes la “muerte de Dios”.
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Sobre la libertad del hombre, Marcel se pregunta ¿qué es el hombre libre? Y responde que en la antigüedad los estoicos sostenían el refugio en sí mismo, como último espacio de la libertad, pero para el hombre moderno, paciente de la sicología y la siquiatría, ya el fuero interno e íntimo ha quedado al alcance de la técnica especializada, por tanto el cerco se cierra en torno a la persona de manera monstruosa.
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La única libertad no alienada es la “trascendente”, es decir la de la fe y la del artista. Ambas crean mundos que escapan a la manipulación de la técnica. Las dos se mueven en la esfera del espíritu creador, capaz de dar vidas abiertas y comunicar a otros ese espacio conquistado de su libertad, en medio de la cárcel de los medios penetrantes, que buscan arrasar con la soberanía personal.

(*) - Gabriel Marcel o la agonía del hombre


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