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martes, 26 de mayo de 2015

VIOLENCIA EN LAS MARCHAS-KRADIARIO

NUEVAMENTE LOS EXCESOS EN CARABINEROS

Por Hugo Latorre Fuenzalida

La brutalidad policial tiene solución, pero las autoridades civiles no tienen ni la inquietud ni el coraje para resolverlo.
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La fuerza policial se llama así porque está destinada al uso de la fuerza.  Cualquier transeúnte  con cierta lógica elemental podría sostener que nadie debe quejarse de que usen esa  fuerza. Y en apariencia tendría razón. El problema radicaría entonces en saber el cómo, cuándo y dónde  aplicar la fuerza. Eso lleva a discriminar además contra qué resistencia se aplica la fuerza, lo que conduce al tema de la proporcionalidad.
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Mucho se ha insistido en castigar a los policías que se salen de madre y golpean de manera brutal a muchachos indefensos (que no son nunca los encapuchados); lo que enseña que los golpeados no tienen la sagacidad de los encapuchados, ni la habilidad para el escape de los encapuchados; es decir son estudiantes comunes y corrientes que protestan pero no agreden, no maltratan a carabineros, pero sí son, de manera indefectible, los que son agredidos de manera desconsiderada por unos hombrones resueltos, entrenados, corpulentos y dotados de todo tipo de protecciones y aditamentos para agredir de manera muy peligrosa.
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Uno se pregunta por cuál es el criterio de selección de este personal policial que se destina a las contenciones callejeras. Claramente un criterio es su corpulencia. Lo otro que uno se pregunta también es si se da una selección psicológica para elegir al personal de choque. Porque cuando se trata de enfrentamientos entre fuerzas tan desigualmente equipadas y entrenadas, se debe tener sumo cuidado en que  este personal no esté integrados por personas que sufran de algún incontinencia neuronal al momento de enfrentar al público. Porque lo que ha quedado claro, en los casos expuestos, es que ese tipo de personalidad está actuando dentro de los grupos de choque, lo que es responsabilidad única y grave de la institución.
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Como han sido tantas las veces que estas confrontaciones han terminado en tragedias y no se arregla nada, a pesar de las declaraciones de los responsables, quiere decir que la lógica de combate frontal, sin considerar las variables de cada caso, se ha impuesto dentro de la institución policial y que, además, la institucionalidad política ha sido incapaz de cambiar esta situación por una más racional, profesional y humana.
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Corresponde al ministerio del interior comenzar a tomar cartas directas en el asunto y dejarse  de lindezas como el que “se está investigando” y “se castigará al responsable”. No….eso ya no ha dado resultados. Lo que se requiere es una política distinta en la preparación y selección del personal de choque, pues no se puede permitir más tragedias de este tipo en un país  que, por sus insatisfacciones tremendas, seguirá sufriendo las protestas callejeras por bastante tiempo.
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La formación del personal policial no debe ser militar solamente; debe ser humanista también, lo que habla de que se deben inculcar otros valores distintos a los que introdujo la etapa dictatorial y militarista. En esa etapa bárbara, se sabe que los policías tenían chipe libre para agredir, sin control  ni restricción, a los civiles. Hoy en día nadie está dispuesto a tolerar que un uniformado bestial dañe, lesione o asesine a uno de sus hijos. La ley debe establecer que un daño o crimen  que implique a un uniformado y cuya víctima sea civil,  sea tratado en tribunales civiles y no siga esa protección indecente de los uniformados por los tribunales militares. Porque estas desigualdades ante la ley hacen enojosa la vida en sociedad. Es como cuando un micrero del Transantiago le estropea su vehículo o mata a alguien, la víctima sabe perfectamente que nada saca con perseguir al chofer, pues estará amparado por un sindicato que todo  lo sobresee.
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Cuando la impunidad del más fuerte o el más organizado se impone, quiere decir que la sociedad está en clara falencia con la justicia mínima y básica para seguir aceptando la vida en sociedad.
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El diagnóstico y  seguimiento permanente del personal policial debe ser una de las prioridades urgentes en el cambio institucional que debe venir en la policía del país. Pero también deben saber de los valores humanistas que impone el respeto a toda vida, como algo sagrado y no como un objeto que se puede aplastar si se tiene la ocasión. Si no hay una jerarquía de principios y valores diferentes en nuestros uniformados, entonces estaremos avalando una sociedad salvaje, brutal, despiadada, inhumana e insensible. Todo ello no nos puede traer más que desgracias, penas y tragedias, acompañados de un sentimiento enguerrillado de todos contra todos, que es un poco lo que nos va quedando en el disco duro que nos dejó la dictadura.

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